La placentofagia, o comer la placenta después del parto, es una práctica que se ha puesto de moda en los últimos años, promovido en parte por algunas mujeres famosas tras dar a luz a sus bebés. Celebrities como Kim Kardashian, Alicia Silverstone, Jennifer Lopez y recientemente la modelo española Sheila Márquez confesaron haber ingerido un trozo de su placenta después del parto y hablan de los beneficios de esta práctica para aumentar la energía, favorecer la producción de leche y evitar la depresión postparto, entre otros.
Debido al auge de esta práctica, la ciencia ha querido investigar un poco más sobre la placentofagia y tras una revisión de estudios se ha demostrado que no hay ninguna evidencia científica que avale que comer o beber la placenta después del parto sea beneficioso para la madre o el bebé... Y añade más, podría ser peligroso.
Comer la placenta, ¿de dónde surge?
La placenta es un órgano muy importante durante el embarazo. Es un órgano temporal que se crea específicamente para cumplir una función determinada y vital para la gestación: la de hacer llegar nutrientes y oxígeno al bebé.
Una vez se produce la salida del bebé del útero materno, sucede también el alumbramiento, que es la salida de la placenta. Al haber cumplido su función, suele ser desechada la mayoría de las veces, excepto en el nacimiento lotus (en el que la placenta queda unida al bebé hasta que se desprende naturalmente), cuando los padres deciden conservarla para luego enterrarla o realizar algún ritual con ella, o lo más habitual, para comerla cocinada o cruda, encapsularla o beberla en un batido.
Uno de los argumentos más habituales entre los defensores de la placentofagia es que los mamíferos se comen la placenta de sus crías después de nacer. Pero el motivo por el que lo hacen es un comportamiento de supervivencia. Lo hacen principalmente para no dejar rastros a los depredadores de que hay una nueva cría indefensa, una función que no tiene sentido entre los humanos en la actualidad.
Los supuestos beneficios de comerse la placenta
Se le atribuyen beneficios debido a su alto contenido en hierro y en vitaminas, especialmente la K, que interviene en la contracción del músculo uterino y es un poderoso anti-hemorrágico. También se la considera reguladora de hormonas y debido a ello, como protector frente a la depresión postparto. Por estas supuestas virtudes surgió la tendencia de cocinar placenta humana para ingerirla, beberla o encapsularla después del parto, y beneficiarse así de sus propiedades.
¿Qué dice la ciencia sobre la placentofagia?
Sin embargo, no hay estudios o artículos científicos que demuestren que comerse la placenta tenga efectos positivos sobre el organismo humano. Todos estos supuestos beneficios han sido echados por tierra por el Centro Northwestern Medicine de Chicago, que realizó una revisión de diez estudios recientes (seis en animales y cuatro en humanos) sobre placentofagia.
Los resultados no arrojaron ningún dato para respaldar las afirmaciones comunes de que comer placenta, ya sea cruda, cocida o encapsulada, ofrezca protección contra la depresión postparto, reduzca el dolor postparto, aumente la energía, ayude con la lactancia, promueva la elasticidad de la piel, mejore la unión materna o reponga el hierro en el cuerpo.
Según la doctora Crystal Clark, una de las autoras del estudio publicado en Archives of Women's Mental Health:
"Existe gran cantidad de informes subjetivos de mujeres que han percibido beneficios, pero no hay ninguna investigación sistemática sobre los beneficios o riesgos de ingerir la placenta."
"No existen datos que respalden las afirmaciones de que la placentofagia ayuda a mejorar la lactancia, facilitar la contracción uterina o modular los niveles de hormonas (es decir, prolactina, estrógeno, progesterona, oxitocina) en humanos".
Comer la placenta podría ser peligroso
Más preocupante es aún la posibilidad de que existan riesgos asociados con la placentofagia. "Lo más preocupante es que tampoco hay estudios que examinen los potenciales riesgos de la ingestión de placenta", apuntan los expertos, quienes advierten además que la placenta no es estéril y puede contener virus y bacterias.
Precisamente, el año pasado los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) advirtieron sobre los riesgos de esta práctica al publicar un informe sobre un bebé que enfermó porque su madre había tomado pastillas que contenían su propia placenta deshidratada.
Después de nacer, el bebé presentó problemas respiratorios, y al realizarle las pruebas médicas le detectaron una infección en la sangre causada por el estreptococo del grupo B, una bacteria que puede ser mortal para un recién nacido. El niño fue tratado con antibióticos y dado de alta. Días después volvió a ser ingresado porque no mejoraba y fue ahí cuando descubrieron que la madre había consumido pastillas con su placenta (dos cápsulas, tres veces al día).
Al analizarlas, encontraron en ellas la misma bacteria que había infectado al bebé transmitida a través de la leche materna.
Por ello, la CDC recomienda no ingerir la placenta después del parto, ya que no existen estándares para procesar la placenta para el consumo y el proceso de deshidratarla y convertirla en pastillas no elimina los patógenos infecciosos.
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