Las vacunas infantiles deberían ser obligatorias, como la de la rabia en los perros

Ayer se hizo pública la opinión de los padres del niño afectado por difteria con respecto a lo que están viviendo, en boca del secretario de Salud Pública, Antoni Mateu, que relató que "los padres están destrozados y se sienten engañados". Engañados por la información de los colectivos antivacunas que ante un caso así son capaces de salir a la palestra a seguir recomendando que no vacunemos a nuestros hijos.

No sé muy bien qué información recibieron en su día, si alguien les dijo que era peor vacunar que correr el riesgo de coger una enfermedad importante, pero el castigo está siendo el peor de los posibles y, por tocarnos de cerca (parece que cuando pasa en otro país aquí no hay que hacer nada) quizás deberíamos empezar a plantearnos la posibilidad de que las vacunas sean obligatorias. ¿Obligatorias? Sí, como la de la rabia de los perros.

La vacuna de la rabia en los perros

La rabia es una enfermedad que afecta a los perros que puede transmitirse a los humanos, en quienes es peligrosa por ser letal en un alto porcentaje de los contagios. Vamos, que es peligroso que un perro tenga la rabia porque entonces la puede contagiar a una o varias personas que lo pasarán muy mal (los síntomas son terribles) y que probablemente morirán.

El contagio se da cuando un animal con rabia muerde a otro animal o persona, así que en realidad es difícil que haya una epidemia, pero como es tan letal, la vacunación es obligatoria en muchos países y, en España, en muchas comunidades autónomas. Ahora la pregunta: ¿Si yo no dejo que mi perro se acerque a otros perros y por lo tanto ninguno le puede morder, por qué me obligan a vacunarle de la rabia? Pues por lo dicho, porque es un virus peligroso.

Muchos virus y bacterias para los que hay vacuna son peligrosos

Y para muestra, el caso de difteria del niño de Olot, que ojalá se salve, pero que está grave. Entre los años 1955 y 1962, cuando mucha gente ya había sido vacunada, aún morían una media de 195 personas al año de difteria, 357,5 personas de tétanos y 198,5 de tos ferina. Gracias a las vacunas estas cifras han descendido muchísimo, sobre todo en el caso de la difteria, que se llegó a controlar totalmente en el año 1987.

Los beneficios de las vacunas en el control de enfermedades son tan indiscutibles y la medicina por entonces era tan paternalista (todos hacían lo que decía el médico sin rechistar, incluso cuando no sabían de qué les hablaba) que no hubo ninguna necesidad de obligatoriedad. Todo el mundo se vacunaba porque lo decía el médico y gracias a ello gozamos todos de una esperanza de vida envidiable (y gracias a la higiene y una mejor alimentación que hoy en día, por desgracia, es cada vez peor).

Ahora bien, con el paso de los años, con un mayor acceso a la información y el dotar a las personas de autonomía para tomar sus decisiones (en esto hemos progresado), no siendo las vacunas obligatorias, se abrió la posibilidad de no vacunar. Solo faltaba la chispa que encendiera la mecha, y Wakefield la encendió al inventarse un estudio que decía que la vacuna triple vírica causaba autismo.

El movimiento antivacunas empezó a crecer y en muchos lugares del mundo las coberturas vacunales han descendido hasta tal punto que están en riesgo de sufrir brotes y epidemias (de hecho, ya los están sufriendo).

En caso de epidemia, la ley permite la obligatoriedad

Pues bien, en caso de epidemia o riesgo de que la haya, la ley contempla la vacunación obligatoria. Ya en 2010 vimos cómo un juez obligaba en Granada a 35 niños a ser vacunados de sarampión ante el riesgo de que hubiera propagación del virus.

Entonces uno se pregunta, si en caso de epidemia las vacunas pueden ser obligatorias, ¿por qué no lo son antes de la epidemia? ¿Hay que esperar a que haya casos de contagio? Porque esto es como cuando un cruce está tan mal señalizado que los coches no dejan de dar frenazos y darse pequeños golpes. Uno piensa ¿por qué no lo señalizan bien, van a esperar a que pase algo serio? Y en muchas ocasiones es así, hasta que no hay un accidente grave no ponen el semáforo.

Pues a esto me refiero. ¿Hay que esperar a que un niño, dos o diez cojan una enfermedad para obligar a los demás a vacunarse? ¿Por qué no vacunarlos a todos y así te evitas esos pocos casos y la obligatoriedad posterior, que no es más que una medida de urgencia? Así no hay que correr y así esos pocos niños no sufrirán una enfermedad que puede ser peligrosa.

Pero, ¿dónde queda la libertad de una persona a recibir o no una medicación?

Si yo estoy enfermo y una medicación me puede curar, soy yo quien decide si tomarla o no. Es decir, si no quiero no me la tomo. Nadie me puede obligar a tomarme algo que no quiero. Estoy en mi pleno derecho, aunque el no tomarlo ponga en riesgo mi vida. De igual modo, puedo decidir no operarme, puedo decidir irme del hospital cuando me dé la gana, aunque esté hecho polvo, etc.

¿Dónde queda entonces la libertad de tomar o no una medicación, si nos obligan a recibir unas "vacunas" que tienen posibles efectos adversos? Pues aquí está el quid de la cuestión y por eso, hasta la fecha, no son obligatorias y por eso no creo que lleguen a serlo nunca.

Pero yo quiero poner otra carta sobre la mesa. Mi derecho a no vacunarme lo tengo claro, pero, ¿y el de los niños? Porque ellos tienen derecho también a no vacunarse y derecho a vacunarse. Siendo las vacunas un método de control de enfermedades y, en realidad, un fármaco que a la hora de sopesar el riesgo y beneficio ha demostrado ser eficaz, ¿dónde queda el derecho de un niño a ser vacunado, a ser protegido de enfermedades importantes, si sus padres se niegan a ello?

Un niño no puede decir que sí, ni puede decir que no. No está capacitado para tomar dicha decisión. Sus padres pueden decidir vacunarle y pueden decidir no vacunarle, y cualquiera de las decisiones puede ser un problema para el niño el día de mañana. Vamos, que el niño puede cumplir 18 años y decir a sus padres "¿Por qué demonios me vacunasteis?" o "¿Por qué demonios no me vacunasteis?". Es como los perros, a diferente nivel, claro, pero ellos tampoco pueden decir que sí o que no. Les vacunamos y ya está.

No pudiendo entonces decidir los niños por su propia salud, y ante la posibilidad de que suceda algo como lo que ha pasado en Olot, que los padres decidieron en base a una información que ahora rechazan y que se sienten engañados, las vacunas deberían ser, bajo mi punto de vista, obligatorias hasta los 18 años, momento en que el niño pasa a ser hombre, la niña mujer, y puede entonces empezar a decidir si tomar o no tomar un medicamento y si recibir o no una vacuna. Hasta entonces, la decisión no debería quedar a expensas de que unos padres reciban información veraz o falseada.

¿Todas las vacunas obligatorias?

No, no creo que todas deban serlo, de igual modo que no todas las vacunas para los perros lo son, pero sí aquellas para enfermedades más letales, o las que se propagan más rápidamente. Quizás solo deban serlo las sistemáticas (las que deben pagar los padres no pueden serlo, simplemente por esa razón, porque no todos los padres las pueden pagar).

Esto, obviamente, debe valorarse de nuevo en base al riesgo y beneficio. En general, el beneficio es siempre mayor que el riesgo, pero ante la obligatoriedad, las razones de vacunar a una comunidad de manera sistemática debe explicarse en base a un beneficio común irrefutable. Por eso puede haber alguna vacuna relativamente prescindible que pueda dejarse como está ahora, como recomendación, pero opcional (sabiendo que de igual modo que sucede ahora, la mayoría se vacunarán igualmente)

¿Pero, y los posibles efectos secundarios?

Los posibles efectos secundarios son los mismos que ahora que la mayoría de padres vacuna. En caso de obligatoriedad alguien podrá decir aquello de "ya, pero es que yo no se la habría puesto" y con razón, pero es que esto es lo mismo que se puede decir cuando, en situación de epidemia, un juez decide que todos deben vacunarse.

El caso es que está más que demostrado que entre la perspectiva de que nadie se vacune y la de que todos estén vacunados, la morbilidad y mortalidad será mucho inferior en la segunda suposición. Es decir, es mejor el remedio que la enfermedad, es mejor correr el riesgo de efectos secundarios de las vacunas, en la mayoría de los casos leves, que correr el riesgo de coger una enfermedad prevenible, donde las consecuencias pueden llegar a ser fatales (o sobrevivir pero quedar con secuelas de por vida).

Además, la vacunación universal es la única manera de proteger a aquellos que no se pueden vacunar, ni aunque quieran: los bebés que aún no tienen edad para recibir según qué vacunas (hasta los 2 meses no reciben la primera del tétanos y la difteria, por ejemplo, y hasta los 12 meses no reciben la del sarampión, parotiditis y rubéola), los que tienen alguna enfermedad crónica que contraindica la vacuna o los que tienen sensibilidad a algún componente de alguna vacuna.

Y las farmacéuticas frotándose las manos, ¿no?

En estos últimos días, a causa de mi discurso provacunas he recibido más de una acusación de estar confabulado de algún modo con las farmacéuticas. Nada más lejos de la realidad. Soy enfermero, soy un agente de salud y, como tal, trato de buscar lo que es mejor para todos y de contrastarlo con lo que nos dice la ciencia.

Claro que las farmacéuticas ganan dinero con las vacunas, detrás de cada una de ellas hay una cantidad ingente de dinero y medios para investigar y desarrollar las vacunas, y todo ello tratando de hacer que sean efectivas y no dañinas. Normal que quieran ganar dinero, es su negocio.

Ahora bien, ¿alguien se ha preguntado cuánto dinero ganarían si las vacunas no existieran? Porque una vacuna cuesta entre 30 y 60 euros, pero el tratamiento de según qué enfermedad cuesta miles de euros. A las farmacéuticas les iría mejor que no nos vacunáramos y así podrían ofrecer sus tratamientos ante los brotes y epidemias. El gasto sería impresionante, porque cada niño o adulto afectado recibiría un tratamiento de varios días o semanas. Ahí sí que las farmacéuticas se frotarían las manos, si solo pensaran en el dinero, claro.

Luego suma el ingreso, los profesionales, la baja maternal o paternal,... El gasto es inmenso. Vamos, que nuestro sistema de salud no lo podría soportar. El niño de Olot lleva varios días en la UCI ingresado, con un tratamiento que tuvo que venir de otro país y en estado grave. Imaginad que de ese caso se derive un segundo caso, otro niño que padezca la enfermedad, y quizás un tercero, y quizás se extienda hasta afectar a 50 o 60 personas. Y lo mismo en otras ciudades del país, y lo mismo con otros virus, porque luego aparecería un caso de sarampión que se extendería a sus amigos y compañeros, a familiares, y otro brote en otro lugar del país, y luego otro... vamos, como sucedía hace unas décadas, todo porque todos decidieran dejar de vacunar a sus hijos. Y en una situación así, de emergencia, los efectos secundarios de los medicamentos darían exactamente igual porque el objetivo sería salvar la vida y los padres se agarrarían a cualquier clavo ardiendo. Hasta pagarían ellos lo que hiciera falta por conseguir dichos tratamientos.

No, sigue siendo mejor la vacuna que el tratamiento porque es más económica y porque, siendo preventiva, las farmacéuticas están obligadas a lograr siempre la mejor efectividad con el menor perjuicio, y encima a un precio menor porque se aplican en muchas menos ocasiones que un tratamiento.

Fotos | iStock
En Bebés y más | Por qué estar a favor de las vacunas infantiles, Por qué no vacunar a los niños hace peligrar la salud de todos, Seis ideas falsas acerca de las vacunas

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