Llevamos unos cuantos días hablando de las vacunas infantiles, y lo hacemos porque el brote de sarampión que afecta a varios estados de EE.UU., con 121 casos declarados hasta el día 6 de febrero, ha vuelto a poner en la palestra un problema que existe desde hace unos cuantos años: muchos padres, cada vez más, no vacunan a sus hijos.
Las razones de no vacunar son varias, pero como resumen os diría que los que no vacunan consideran que las vacunas no funcionan, que son tóxicas y que son un invento de las farmacéuticas para hacer negocio directo y también para hacer negocio indirecto, es decir, para debilitar el sistema inmunológico de nuestros hijos y lograr que por siempre sean niños más enfermizos que necesiten consumir más fármacos.
¿Por qué dicen esto? Entre otras cosas, porque entre el 2003 y el 2006 se llevó a cabo en Alemania el estudio KIGGS donde se obtuvieron datos para poder comparar a niños vacunados con niños no vacunados y, según los antivacunas, en él se dice que los niños no vacunados tienen mejor salud, sufren menos enfermedades infecciosas y menos alergias. ¿Es cierto? ¿Tienen los niños no vacunados mejor salud que los niños vacunados? ¿Es mejor no vacunar a los niños? Vamos a hablar de ello.
Por qué hay padres que deciden no vacunar
Por situar un poco a estos padres antivacunas, y como ya os hemos explicado en otras ocasiones y hace unos días en Xataka, la actual moda de no vacunar (toda la vida ha existido la gente escéptica, pero a nivel más global es relativamente reciente) nace en el año 1998, cuando el Dr. Andrew Wakefield publicó un artículo en la prestigiosa revista The Lancet en que explicaba que 12 niños con trastorno autista lo sufrían como consecuencia de la vacuna Triple Vírica del sarampión, rubéola y parotiditis (paperas).
El artículo, obviamente, hizo saltar todas las alarmas y se inició una revolución en todos los sentidos. Los padres empezaron a dudar acerca de la vacuna y muchos se negaron a que sus hijos la recibieran, los profesionales sanitarios empezaron a dudar de la vacuna que administraban y muchos empezaron a recomendar no hacerlo y los padres de hijos con trastorno del espectro autista empezaron a atar cabos: cuando eran menores de 12-15 meses, cuando se les puso la vacuna, estaban bien, y empezaron a notar síntomas después de la vacuna. Esto, claro, no quiere decir nada, porque antes de la edad de la vacuna es muy difícil diagnosticar a los niños, por lo que muchos seguro que lo habrían acabado siendo con o sin vacuna.
Ante semejante alerta empezaron a realizarse estudios para confirmar o desmentir los resultados, porque la no vacunación ponía en riesgo de nuevo a la población para esos virus, pero la vacunación, si producía autismo, era intolerable. Los estudios no lograron repetir dichos resultados y un periodista, Brian Deer, dedicó su tiempo a analizar el estudio, los doce casos y a destapar lo que fue un gran fraude. Desde el año 2003 al 2008 publicó sus conclusiones y la respuesta fue que Wakefield vio como revocaban su licencia de medicina en el 2010 acusado de mentir, de generar una alarma mundial que aún hoy sigue coleando y de someter a 12 niños con autismo a pruebas invasivas innecesarias, como colonoscopias, punciones lumbares, etc., de las que luego modificó los resultados para que el estudio acabara con las conclusiones que él deseaba. La revista The Lancet retiró el artículo.
Todos los años que pasaron desde el estudio hasta que se destapó la mentira fueron suficientes para lograr que crecieran las dudas y, una vez hecho el daño, una vez la vacuna tenía mala fama, la posibilidad de convencer a toda la población de que no producía autismo ya no existía. Vamos, que desde el movimiento antivacunas consideraron que todo era un ataque hacia Wakefield, un montaje de las farmacéuticas con el fin de acallar al único hombre que había decidido decir "la verdad", y por ello ahora lo consideran casi como un héroe.
El estudio KIGGS
Ahora que sabéis de dónde salen el grueso de los padres antivacunas, sabed que como esto lleva ya muchos años los argumentos a favor de la no vacunación y en contra de las vacunas se han ido puliendo, mejorando, y que muchas veces suenan hasta convincentes. Como además las vacunas las fabrican multinacionales farmacéuticas, que a menudo pecan de falta de ética, es fácil que cale en la población el mensaje que dice que "todo es un invento para lograr que nuestros hijos tengan una peor salud y para que, de ese modo, estén toda la vida consumiendo fármacos. Una gran mentira que nos han contado, innecesaria, porque si no nos vacunáramos nuestras defensas naturales controlarían a los virus y, con los contagios, estaríamos protegidos de por vida".
Pero esto no es cierto. Las farmacéuticas no ganan demasiado dinero con las vacunas, en realidad, sino con todo lo demás, y tampoco tienen que poner mucho empeño en enfermarnos, porque nosotros ya lo logramos solitos: somos sedentarios, hacemos menos deporte del que deberíamos, comemos peor de lo que deberíamos y a muchos nos sobran kilos. Vivimos estresados, infelices con una vida que parece que nos arrastra, con la cuenta corriente siempre bajo mínimos y sufriendo porque en el trabajo han echado a algún compañero. ¿Nuestros hijos? Pues lo mismo. Se ponen enfermos porque los tenemos que llevar a la guardería para poder trabajar, lugar donde se contagian unos a otros. Muchos viven también estresados, con horarios que superan a veces los de los adultos. Entonces gastamos dinero en medicamentos para que se curen lo antes posible y además, en suplementos y vitaminas por si con ello tardan más en volver a caer enfermos. Y ya que estamos, "deme señor farmacéutico algo para el ánimo, que últimamente estoy como decaído". Que no hombre, que no, que nosotros solos ya somos autosuficientes a la hora de enfermar. No necesitamos a nadie que nos enferme.
Y si así fuera, si con las vacunas los niños enfermaran más, se vería quizás en el estudio KIGGS, pero no es así. El estudio KIGGS se hizo en Alemania entre los años 2003 y 2006 y en él se intentó conocer cuál era el estado de salud de los niños del país, vacunados o no vacunados. Gracias a esos datos, en el año 2011, varios investigadores trataron de dar respuesta a la pregunta de la entrada, con el estudio que vamos a mencionar hoy. Empecemos:
A los bebés se les vacuna desde los dos meses y muchos padres temen que recibir vacunas a esa edad, y en adelante, pueda sobrecargar, estresar o debilitar el sistema inmunitario. Por ello piensan que vacunar a un niño es un error que pagará durante el resto de su vida en forma de enfermedades, infecciones y alergias. Para dar respuesta a estos padres se utilizaron los datos de la entrevista de salud sobre la infancia y adolescencia (KIGGS), donde los padres explicaron qué vacunas llevaban y cuáles no y qué enfermedades sufrían y cuáles no. Hace unos días, una persona declarada antivacunas hizo referencia al mencionado estudio para darme datos que demostraban que los niños vacunados enfermaban más. No era la primera vez que me sucedía, así que me di cuenta de que dicha encuesta es utilizada por los antivacunas para dar fuerza a sus argumentos. ¿El problema? Que el estudio no dice lo que pregonan.
Resultados del análisis del estudio KIGGS
Para empezar, el mero hecho de saber que el estudio se basa en una encuesta ya lo descarta a nivel científico. Tú no puedes decidir que las vacunas son buenas, malas, mejores o peores en base a lo que preguntas a los padres de los niños, porque cada padre puede decir lo que le parezca mejor. De hecho, puede hasta mentirte si quiere. Es como cuando, para venderte un producto, te dicen que 9 de cada 10 personas que lo han probado repetirían. Eso no dice nada. Solo es la opinión sobre un producto que no tiene por qué ser mejor que los demás.
Para que un estudio sea serio y pueda ser tenido en cuenta tienes que coger al azar a un grupo de niños, dividirlo en dos y vacunar a la mitad. La otra mitad debe recibir también una vacuna, pero de suero o de algún líquido que no haga nada. Un placebo. Ni los niños, ni los padres, deben saber quién ha recibido la vacuna o la medicación. Los investigadores deben analizar los resultados obtenidos, viendo qué niños enferman y qué niños no y cómo les afecta el líquido que reciben. Para que sea fiable, tampoco los investigadores pueden saber qué niños reciben una vacuna de verdad y qué niños reciben una vacuna de mentira, porque si lo saben pueden dejar de ser objetivos y decantarse para uno de los dos lados (si el investigador es provacunas, tender a minimizar la patología en los vacunados y a maximizar la de los no vacunados). Pero claro, ningún comité de ética va a permitir a nadie hacer un estudio así, porque estás dejando de vacunar a unos niños cuyos padres, probablemente, sí habrían querido vacunar a sus hijos, y a la vez, les estás exponiendo a un riesgo prevenible: "mire, resulta que a su hijo le tocó ser de los que recibían placebo, y al parecer ha cogido el sarampión y va a haber que hospitalizarlo". Vamos, que es un estudio que nunca se hará.
¿Cómo saber entonces si los niños vacunados tienen mejor o peor salud que los no vacunados? No se puede. A menos que la diferencia sea muy flagrante no se puede saber fácilmente. Se pueden hacer estimaciones, se pueden hacer estudios como el mencionado, para tener una idea, pero en realidad es muy difícil eliminar los factores de confusión y el mero hecho de que sean encuestas le quita validez.
Las entrevistas del estudio KIGGS se hicieron a un total de 17.641 niños, pero de ellos solo 13.499 tenían una tarjeta de vacunación (los otros estaban probablemente vacunados, pero no podía confirmarse). De los niños a análisis 13.359 estaban vacunados y 94 no. Ya hemos dicho que como estudio, por estar basado en encuestas, no sirve. Pero seguimos adelante para desgranar todo el tema. Llegados a este punto nos encontramos con el segundo problema: 94 niños no vacunados. Más de 13.000 niños contra menos de 100. La muestra es demasiado pequeña, y como es demasiado pequeña los resultados no pueden considerarse fiables. ¿Y si esos 94 niños apenas cogen enfermedades, pero en caso de ser 5.000 estuvieran siempre muy malitos? ¿Y si es al revés, y en caso de ser 5.000 estarían aún más sanos que los 94?
Pero da igual, seguimos adelante. Compararon la incidencia de sarampión, rubéola, parotiditis y tos ferina, enfermedades bastante más peligrosas que una gripe o un resfriado y (la primera en la frente) vieron que los niños no vacunados se ponían más enfermos de ellas que los vacunados, como podéis ver en el siguiente gráfico (en color claro la prevalencia de enfermedad de los no vacunados y en oscuro la prevalencia de enfermedad de los niños con las vacunas suficientes como para estar protegido):
¿No decían que enfermaban menos si no se vacunaban? No. De estas enfermedades no, precisamente porque no están vacunados. ¿Y de las demás? Pues vamos a verlo. Cuando les preguntaron acerca de las enfermedades que habían pasado el año anterior, los niños de 1 a 5 años no vacunados sufrieron una media de 3,3 infecciones, por 4,2 los vacunados. Los de 6 a 10 años 3,0 los no vacunados y 2,9 los vacunados. Los de 11 a 17 años, 1,9 los no vacunados y 2,2 los vacunados. Lo podéis ver en el siguiente gráfico:
La diferencia no es mucha en ninguno de los grupos, así que los investigadores concluyeron que no hay diferencias significativas. Así que, más o menos, enferman igual. ¿O no? Porque los padres que no vacunan a sus hijos, frecuentemente, rehuyen de la medicina tradicional. No van al médico de toda la vida y en sustitución van a homeópatas, sanadores, acupuntores y otros terapeutas alternativos. ¿Son capaces ellos de dar un diagnóstico de enfermedad? Porque un médico te dice que tienes asma, pero un homeópata te dice que tienes tos, y no es lo mismo decir asma que decir tos. Un médico te dice que tienes una infección vírica y según a quién vayas, te puede decir que no es ninguna infección, sino que lo que tienes es la necesidad de que se reordenen tus energías. El primero dirá que sufrió una infección y el segundo no.
Pero bueno, dejemos de lado esta hipótesis y sigamos adelante. Para acabar con el estudio, miraron si los niños vacunados sufrían más alergias que los niños no vacunados y vieron que en los niños de 1 a 5 años hubo trastornos de atopía en el 12,6% de los no vacunados y del 15% en los vacunados. En los niños de 6 a 10 años fue de un 30,1% en los no vacunados y de un 24,4% en los vacunados. En los de 11 a 17 años fue del 20,3% en los no vacunados y del 29,9% en los vacunados. El siguiente gráfico lo muestra:
Los investigadores concluyeron que las diferencias no eran significativas, pues pese a que en dos grupos de edad los vacunados tenían más atopía, en uno de ellos, la padecían más los no vacunados. La diferencia, por lo tanto, no parece provenir del hecho de estar o no vacunados.
Además de todo lo mencionado, analizaron los datos de enfermedades como bronquitis, neumonía, otitis media, enfermedad cardíaca, anemia, epilepsia y trastorno de hiperactividad y déficit de atención (TDAH) y en todos los casos vieron que no había diferencias entre los niños no vacunados y los vacunados.
De momento, no hay diferencias
Es decir, a la hora de hablar de las enfermedades habituales en los niños, las del día a día, es indiferente que vacunes o no a tu hijo. No va a estar más sano o menos sano por que hagas una cosa o la otra. Ahora bien, sí lo estás poniendo en riesgo de enfermedades para las que hay vacuna. Si el movimiento antivacunas crece y crece y son cada vez más los niños no vacunados, entonces sí que habrá diferencias. Los niños no vacunados serán tantos que empezarán a contagiarse unos a otros enfermedades importantes y, una vez el sistema inmunitario quede debilitado, también enfermedades poco importantes. Todo ello, claro, pondrá en riesgo sus vidas o, como mínimo, su salud en el momento y quizás en el futuro.
"Pero yo he visto gráficos que dicen lo contrario"
El estudio KIGGS no es el único en el que se apoyan los antivacunas (y ya veis, que se apoyan diciendo cosas que no son). Existe otro estudio que citan también mucho en páginas como Natural News, Health Impact News o A Shot or Truth (vamos, de las que solo hablan de cosas naturales y en las que te revelan la auténtica verdad de las cosas) que arroja gráficos como el siguiente:
En color azul tenéis los datos del estudio KIGGS para los niños vacunados y en rojo el porcentaje de los niños no vacunados, basados en el estudio que comento. Ahora viene lo bueno: el estudio no es un estudio. Un homeópata antivacunas abre una página llamada Vaccine Injury (daño por las vacunas) y en ella decide hacer una encuesta a los niños vacunados y a los no vacunados. Les pide a los que entran, tanto si vacunan como si no, que rellenen la encuesta diciendo si su(s) hijos(s) padece alguna de las enfermedades que sugiere, o bien otras que pueden añadir a mano. No pide ningún dato que demuestre que tienen o no hijos ni existe ningún sistema de control que evite que puedan responder la encuesta tantas veces como quieras. Vamos, que ahí entra cualquiera, entra en la sección que le apetece, pone que tiene un hijo vacunado hecho polvo y sus datos cuentan. Jolín, si hasta yo he puesto que tengo un hijo sin vacunar con bronquitis continuas y déficit de atención. Vamos, que te ponen el gráfico en cualquier medio, le añaden el títular que dice "los niños vacunados enferman mucho más que los no vacunados" y la gente, que considera que los medios son lo suficientemente éticos como para indagar de dónde proviene el gráfico, hasta se lo cree.
Saquen ustedes sus propias conclusiones.
Fotos | Fotomontaje realizado con imágenes de Zaldylmg y Lars Plougmann, Thinkstock
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