No soy muy fan de celebrar el “Día de la madre”, el “Día del padre” o, como hoy, el “Día de los abuelos”. Opino, aunque desde luego puedo estar equivocada, que hay que quererles y reconocerles su amor y trabajo siempre, y no en fechas concretas.
Aun así, el denominado “Día de los abuelos” es una buena excusa para rendir homenaje a todos esos padres que siempre están a nuestro lado y al de nuestros hijos. Solo puedo decir “Gracias mamá por estar a mi lado y ser la mejor abuela para tus nietos siempre”. Pero, por supuesto, hay más historias maravillosas, además de la nuestra. Aquí recogemos tres testimonios diferentes como muestra.
"Mi madre se convirtió en el motor de nuestras vidas"
Mi madre no ha trabajado nunca fuera de casa, así que siempre era la primera persona que veía por la mañana y la última al acostarme en mi infancia y juventud. Nos recogía del colegio, nos llevaba al parque, tenía siempre la comida a punto cuando regresábamos de clase... Siempre estaba ahí para contarle nuestras hazañas del día, ir de compras o incluso despertarnos con un zumo de naranja cuando teníamos examen.
Cuando me fui a Madrid a estudiar, seguíamos hablando cada día y cuando el destino me llevó a Andalucía a trabajar, cualquier disculpa servía para presentarse allí y dejarnos comida preparada para unos cuantos días.
Al regresar a Asturias a vivir y convertirme en madre, ella se volcó con su nieta como antes había hecho con nosotros. Y, antes de que pidiéramos ayuda con mi hija por el trabajo, ya estaba ahí.
También estuvo a nuestro lado cuando nació mi hijo pequeño, de vuelta en Madrid.
Y fue entonces, solo pocos meses después, cuando mi madre se convirtió en el motor de nuestras vidas. Mi marido enfermó y no tuve ni que pedirle que dejara su vida en Asturias para ayudarnos. Lo dejó todo por pura generosidad y se trasladó a Madrid para ayudarnos. Y lo siguió haciendo tras su muerte, permaneciendo a nuestro lado cerca de dos años.
Para esos niños tan pequeños ella se convirtió en la yaya, en un miembro más de una familia reconstruida que ella ayudó a mantener en pie. Pero como su generosidad y amor no tiene límite, a día de hoy lo sigue haciendo también con mis sobrinas, siendo el apoyo de mi hermana pequeña allá donde ellos estén. Y sé que lo seguirá siendo siempre, porque su corazón es tan grande que no le cabe en el pecho. Nunca podré demostrarte suficientemente fuerte lo mucho que te quiero y te necesito.
Un abuelo totalmente entregado
Se llama Ignacio, y le prejubilaron de la mina con 52 años. Según asegura “una edad perfecta para poder disfrutar de todo lo que no pude hacer durante esos años en los que solo trabajaba para lograr que a sus hijos no les faltara nada”.
Construyó él solo su deseada casa en el pueblo y comenzó a disfrutar de la caza menor, para la que antes apenas tenía tiempo. Se apuntó a clases de inglés, de guitarra, de baile e incluso empezó a cantar en el coro. Pero todo lo abandonó y con gusto cuando nacieron sus nietos: cuando sus hijos le pidieron ayuda para cuidarles mientras trabajaban, le faltó tiempo para decirles que sí.
Nacieron los tres con dos años de diferencia entre ellos, suficiente para poder ir atendiéndoles de bebés tal y como se merecían. Su mujer siempre ha estado enferma y apenas o nada ha participado en el cuidado de los nietos.
Les llevaba y recogía de la escuela infantil, jugaba con ellos en el parque, les daba la merienda... Estaba a su lado si se ponían enfermos, si habían tenido un problema en clase, acudía a sus entrenamientos de fútbol, a los partidos de baloncesto o a los ensayos de violín, con orgullo y dedicación.
Hoy, para sus nietos que ya son grandes, sigue siendo su “güelito”, a quien adoran y quien se enfada cuando lee alguna referencia a los “abuelos esclavos”. Asegura que para él ha sido un verdadero privilegio que sus hijos le hayan dejado participar en la vida de sus nietos y ellos aseguran que es imposible haber sido más felices que teniéndole a él a su lado, incluso ahora que ya son adolescentes.
Padres, abuelos y amigos
Merce y Jose no tuvieron una vida fácil. Se vieron obligados a trabajar muy duro de jóvenes para sacar a sus hijos adelante y el mayor, además, se enganchó a las drogas. Lo lógico sería pensar que después de tantos años de trabajo, la independencia de sus hijos sería un descanso para ellos, y que ahí se acabaría su labor de crianza.
Pero nada más lejos de la realidad. Cuando su hija se quedó embarazada y a los dos años se divorció, ellos estuvieron ahí para que no le faltara de nada ni a ella ni a su nieta. Se las arreglaron para compatibilizar sus trabajos con los horarios escolares de la niña, mientras su madre trabajaba cerca de 10 horas seguidas sin otra opción.
Después de salir del trabajo, el abuelo acompañaba a su nieta a casa de mamá hasta que ella llegara: después del parque, la merienda y más tarde las tareas del colegio, tocaba baño y cena. Como él mimo asegura, “por suerte pude jubilarme y dedicar más horas a lo que más me gratificaba: jugar y cuidar de mi pequeña, algo que no pude hacer cuando mis hijos eran pequeños y tenía que trabajar”.
Hoy su vida gira en torno a su pequeña Alex y todos sus amiguitos conocen a sus abuelos, que le acompañan a los cumpleaños y a las extraescolares. Le dan muchos mimos y abrazos y a cada momento le recuerdan lo importante que es para ellos.
Estos son solo tres ejemplos de lo mucho que nos quieren y nos cuidan nuestros abuelos, pero hay muchos más. Yo aún recuerdo con muchísimo cariño a mis abuelos, ya fallecidos. Sin ellos mi infancia hubiera sido mucho más triste.
Para ellos, y para todos los abuelos del mundo que hacen que nuestra vida y la de nuestros hijos sean mejores, vaya este pequeño pero sincero homenaje. Gracias por estar ahí, por querernos, por ser un gran ejemplo para vuestros nietos, por ser el espejo en el que nos miramos cada día.
¿Y tú? ¿Tienes también un testimonio que contar?
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