Hace algunos años, las tribus maternales eran algo común. Ya sea en el parque cercano a casa o en el vecindario, podíamos ver grupos de madres acompañadas de sus hijos, conversando entre ellas mientras los pequeños jugaban. Los tiempos han cambiado y esas viejas tribus maternales parecerían haber desaparecido.
Pero el hermoso gesto de un grupo de mujeres desconocidas, al apoyar a una madre en un momento de crisis en un aeropuerto, nos recuerda fuerte y claro que la tribu aún existe.
Las tribus y su evolución
Quizás en un principio pensemos que las tribus de mamás han ido desapareciendo con los constantes cambios que ha ido teniendo el ritmo de vida de las madres. Hoy muchas trabajan fuera de casa, y entre todas nuestras responsabilidades y obligaciones, es complicado tener un tiempo libre en el que podamos coincidir para reunirnos con otras madres como solía hacerse antes, cuando lo común era que todas se quedaran en casa.
Pero no, las tribus no han desaparecido, simplemente han evolucionado. Hoy en día, las tribus no están limitadas a nuestras vecinas o las madres que vemos en el día a día cuando acompañamos a nuestros hijos a alguna actividad. Las tribus de madres hoy traspasan fronteras, encontrándose muchas de ellas en grupos de apoyo en redes sociales y creando nuevos lazos de amistad entre mujeres que viven al otro lado del mundo.
Tal vez con la vida apresurada que llevamos hoy, también se han visto afectadas las tribus o redes de apoyo cercanas. Pero aunque nuestro estilo de vida esté en constante movimiento, al final, el que manda es el instinto. Y un fuerte instinto que existe entre las madres y las mujeres en general, es el de ayudarnos unas a otras, tal y como nos lo muestra la bella experiencia que a continuación les compartiré.
La tribu espontánea
Quienes hemos viajado en avión con niños pequeños, sabemos que puede ser una experiencia maravillosa y tranquila en la que todo transcurra sin problemas, o bien, tener algo de caos debido a incomodidades que ellos puedan tener y que sean manifestadas a través de una rabieta.
Cuando sucede lo segundo, es posible que podamos sentirnos un poco presionados o estresados por la situación. Si a eso le sumamos el viajar solas con un niño pequeño y estando embarazadas, es muy probable que nos sintamos sobrepasadas por la situación, que fue justamente lo que le sucedió a una madre mientras esperaba su vuelo en un aeropuerto.
Beth Bornstein se encontraba en ese mismo aeropuerto y fue testigo de lo que sucedía. La madre en cuestión, tras intentar calmar a su hijo en distintas ocasiones, simplemente no pudo más y se sentó en el piso al lado de su hijo, mientras el continuaba haciendo una gran rabieta, y comenzó a llorar.
En una publicación en su cuenta de Facebook, Beth cuenta a detalle lo que pasó a continuación, y que nos muestra una vez más, que cuando se trata de unirnos para ayudar a otros, suceden cosas maravillosas.
Algo extraordinario sucedió hoy en el aeropuerto de Los Ángeles... (escribo esto desde el avión). Yo estaba en la sala para abordar, esperando para tomar mi avión hacia Portland. Vuelos hacia dos ciudades distintas estaban abordando a ambos lados de la sala del vuelo hacia Portland.
Un niño, que parecía tener alrededor de 18 meses, estaba teniendo una rabieta enorme, corriendo entre los asientos, pateando y gritando, para después echarse al piso, negándose a abordar el avión (que era uno de los que no iban a Portland).
Su joven madre, que estaba visiblemente embarazada y viajando sola con su hijo, se sintió completamente sobrepasada... ella no podía levantarlo del piso porque él estaba muy molesto, continuaba corriendo para alejarse de ella, para después volver a echarse al piso, pateando y gritando nuevamente.
La madre finalmente se sentó en el piso y puso su cabeza entre sus manos, con su hijo al lado aún teniendo la rabieta, y comenzó a llorar. Entonces, sucedió algo extraordinario (estoy llorando solo al escribir esto)...
Las mujeres en la terminal, que éramos unas seis o siete, mujeres desconocidas que nunca antes nos habíamos visto, nos acercamos y rodeamos a la madre y a su niño, arrodillándonos y formando un círculo a su alrededor.
Yo comencé a cantarle al niño... una mujer tenía una naranja que comenzó a pelar, otra le dio un juguete que traía en el bolso para que jugara y otra le dio a la madre una botella de agua. Alguien más ayudó a la madre a sacar el vasito entrenador del niño de su bolso y dárselo.
Fue tan maravilloso, no hubo discusión y nadie conocía a las demas, pero pudimos calmar a ambos y la madre pudo subirse al avión con su hijo. Sólo las mujeres nos acercamos.
Después de que ellos abordaron al avión, todas volvimos a nuestros asientos y no hablamos de lo que ocurrió. Éramos desconocidas, uniéndonos para resolver algo. Me hizo pensar que un círculo de mujeres, con una misión, puede salvar al mundo. Nunca olvidaré ese momento.
Experiencias como ésta me recuerdan algo que siempre he pensado y en lo que coincido con Beth: cuando nos unimos con el firme y único propósito de ayudar a otros, podemos hacer un verdadero cambio. La forma en cómo esas mujeres, siendo totalmente desconocidas entre ellas, se unieron para ayudar a otra que necesitaba apoyo, es un gran ejemplo de ello.
Creo que lo que más me gusta del relato, es que al parecer, a nadie le pasó por la cabeza juzgar o criticar a la madre, como ha sucedido en otras ocasiones cuando las personas ven a un niño haciendo una rabieta. Simplemente mostraron un gesto de humanidad, que mucha falta hoy en día.
Aplausos a esas mujeres, porque quizás no hayan podido hablar más con la madre, la ayudaron de manera desinteresada. Para ellas tal vez solo fue mostrar un poco de apoyo, pero estoy segura que para la mamá, fue un verdadero acto de empatía y comprensión cuando más lo necesitaba.
Foto | Unsplash
Vía | Babble
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