Ya desde el mismo momento en que nos quedamos embarazadas, las madres solemos meter en nuestra mochila emocional el concepto de "culpa", como si culpa y maternidad fueran un binomio inseparable.
De este modo empezamos a responsabilizarnos de todo lo que les ocurre a nuestros hijos (desde su salud, hasta su educación, su felicidad, su comportamiento...) a veces de una manera injusta, desproporcionada y dañina para nosotras mismas.
Pero aunque no cabe duda de que los padres somos los responsables de la crianza y educación de nuestros hijos, hemos de aprender a ser compasivos con nosotros mismos, pues aunque nos equivocaremos muchas veces -como cualquier ser humano-, siempre actuamos desde el amor incondicional.
"Es culpa mía, soy una mala madre"
La culpa aparece cuando gritamos a nuestros hijos, cuando creemos que no pasamos suficiente tiempo con ellos, cuando no podemos acudir a su función de fin de curso porque tenemos que trabajar, cuando nuestro hijo enferma justo el día después de que se nos olvidara su abrigo en casa, cuando se cae al suelo por primera vez...
Podría seguir poniendo ejemplos sin parar, pues la culpa que sentimos las madres es un sentimiento tan potente, que hagan lo que hagan nuestros hijos, sean como sean o les pase lo que les pase, siempre acabamos culpándonos por ello de una forma cruel.
Porque no nos engañemos: la culpa de las madres es muy fastidiosa y en el momento en que le abras la puerta de tu vida se hará un cómodo hueco y ya no se irá. Esta culpa llega para quedarse, haciéndonos sentir "malas madres" y obligándonos a buscar continuamente la forma de compensar esa "metedura de pata garrafal" que a nuestro juicio hemos tenido.
Y es que, ¿a qué madre se le cae su hijo de un columpio? ¿Qué madre no se da cuenta de que su bebé tiene fiebre antes de dejarle en la guardería? ¿Qué madre da a su hijo un bollo de chocolate, sabiendo lo poco saludable que es? ¿Qué madre desea tener tiempo para una misma? Obviamente, ¡una mala madre! Y si no lo sentimos así, ya se encargarán otros de hacérnoslo sentir.
¡Fuera culpas! Todos cometemos errores
Pero esto no va de buenas o malas madres, ni de madres perfectas o imperfectas. Todas las madres que educamos y criamos con amor somos perfectas, maravillosas y las mejores madres que nuestros hijos pueden tener.
Ser madre es complicado, aprendemos con nuestros hijos y todas erramos en algún momento, al igual que nos equivocamos en otras parcelas de nuestra vida. Es lo que tiene el ser humano, que se equivoca constantemente, ¡y las madres somos seres humanos!
Pero al igual que enseñamos a nuestros hijos a aprender de sus errores, nosotras también debemos aprender de los nuestros sin culpas, sin remordimientos y sin flagelarnos por lo ocurrido.
¿Cómo liberarse de la culpa?
En primer lugar, repítete como si de un mantra se tratara que no solo eres humana y te equivocas, sino que nadie te enseña a ser madre. Por eso cometes y cometerás errores muchas veces; forma parte de nuestro aprendizaje como padres.
Cambia tu mirada sobre ti misma y deja de auto exigirte. Trátate con amor, empatía, compasión y respeto.
Si hay un tema recurrente que te hace sentir culpable, pregúntate ¿qué está en tu mano hacer para solucionarlo? Por ejemplo, si crees que gritas mucho a tus hijos, busca ayuda para no hacerlo; si te sientes culpable por no pasar suficiente tiempo con ellos, analiza qué puedes hacer para organizarte mejor y ganar tiempo en tu día a día...
Todas nos despistamos en un momento dado, cometemos errores por falta de información o perdemos los nervios, pero esto es muy diferente a causar daño físico o emocional a un hijo de forma intencionada. Por eso, es recomendable que tú misma te des cuenta de ello preguntándote: lo que sea que haya pasado, "¿ha tenido una actitud deliberada y consciente por mi parte?"
Cuando te equivoques con tu hijo habla con él, pídele perdón por tus errores y empieza de cero con la vista puesta en mejorar para el futuro.
Cambia la culpa por la responsabilidad. La responsabilidad implica aprendizaje y acción. Por el contrario, la culpa cae como una losa, genera angustia, malestar, merma nuestra autoestima y nos impide avanzar.
Si hablas con otras madres sobre este sentimiento te darás cuenta de que no estás sola, pues todas nos sentimos así en un momento dado. Esto puede ayudarte a relativizar y a poner en práctica los consejos que te hemos dado, pero si aún así, sientes que la situación te supera y no sabemos cómo gestionarla, busca ayuda profesional.
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