Cuando ponemos delante de un niño un plato de verdura lo más normal es que rápidamente lo rechace y diga que no le gusta. Solemos pensar que será el color verde o quizá la textura, lo que hace que las espinacas, las acelgas o las judias sean el máximo enemigo de nuestros niños.
Una científica estadounidense ha intentado descifrar si puede existir alguna clave en la genética que explique estas reacciones de los críos. Las conclusiones son llamativas.
El que a los niños les encanten los dulces y las chucherías y odien las verduras, al parecer es gracias al instinto de supervivencia del ser humano. El sentido del gusto rechaza el sabor amargo porque la mayoría de los venenos tienen este sabor, y se inclina por el dulce por que se asocia a adquirir calorías en forma de azúcares rápidos, de forma que tomar cosas dulces puede llegar incluso a ser placentero.
Según la autora del estudio, dentro del sentido del gusto existen 27 receptores que sirven para distinguir los sabores amargos, y en cambio sólo tres para los dulces, lo que en la prehistoria nos ayudaba a evitar tomar alimentos venenosos. Por esto nos resulta tan difícil conseguir que los niños se tomen los jarabes y los medicamentos.
A pesar de estas conclusiones, no hay que perder la esperanza, con el aprendizaje y siendo creativos a la hora de comer, los niños irán aprendiendo que la verdura es buena
Lo bueno de esto es que estos instintos no son permanentes, y a medida que la persona va creciendo, va cambiando su sentido del gusto, y empezamos a admitir nuevos alimentos.
Vía | El Mundo