La primera vez que fui a la playa con un bebé pude ver lo diferente que iba a ser a ir sin pequeños. No fue mi bebé, sino el de unos amigos, y aparte de los preliminares organizativos mucho más complejos que retrasaban la salida un mínimo de una hora (aunque doy fe de que éstos se pueden acortar bastante) está el tema de permanecer en la playa con bebés.
Cuando llegó mi bebé y el primer día de playa, desmemoriada de mí, no tenía demasiado frescas aquellas salidas a la playa con el bebé de mis amigos.
Así que, junto a todo lo necesario para el bienestar de la pequeñita, léase comida, bebida, sombra, juguetes… cogí lo que yo solía llevarme a la playa cuando iba sin niños. Nada del otro mundo, una revista, un libro, un asiento cómodo, una almohadilla para la cabeza, unas gafas para bucear… Cosas que, por supuesto, quedaron sin usar y que, ilusa de mí, volví a llevar a la playa algún que otro día más… por si acaso.
Dos años después de aquello, y con otra bebé en la familia, los libros, los asientos, las almohadillas, las gafas, quedan para otra ocasión y no ocupan espacio en el ya de por sí reducido lugar libre que nos queda para ir bien cargaditos a la playa. ¡Si es que sólo me falta llevar el termómetro de bañera para comprobar la temperatura del agua del mar!
Los bebés y el mar
El agua marina, ese bálsamo de Fierabrás que lo cura todo y tantos beneficios promete para la piel de los bañistas… ¡pero no es un remedio bebido, mis queridos bebés! Yo creo que la mayoría de bebés la primera vez que prueban el agua es lo primero salado que se llevan a la boca, y les debe de parecer fascinante.
Porque allí están ellos, que parecen no saber nada del reflejo de oclusión que impide que el agua entre en el cuerpo del bebé, pegando traguitos de mar.
Eso, voluntariamente, si el agua está en calma, porque si a algún papi o mami atrevidos se les ocurre meterse junto al bebé con olas en el mar, aunque sea en la orilla, ya sabrá lo difícil que resulta salvar al pequeño de los envites del mar. ¡Papás, que me gusta el mar, pero un poquito más suave, no que me golpee y tragármelo a borbotones!
Los bebés y la arena de la playa
Y la arena… ésa sí que nos va a dar quebraderos de cabeza. Porque no estamos hablando de niños con los que se puede jugar libremente en la arena, no.
Hablamos de bebés que, o bien gritarán espantados frente esa nueva sustancia que aparece ante su ojos y bajo sus posaderas como si fueran verdaderas arenas movedizas asesinas, o bien pensarán que es el más delicioso de los manjares y la más reconstituyente mascarilla corporal y capilar.
“¡A la boca nooooo!” se suele escuchar en la playa con bebés. Bueno, en cualquier caso, no suelen repetir menú, así que tal vez no esté tan mal que les dejemos experimentar… ¡y también con las algas! Es el mejor modo de que le pierdan el miedo a lo que, de momento, les es desconocido.
Finalmente, creo que gastamos más tiempo en saber cómo arreglamos el problemilla de la arena que se cuela en los lugares más insospechados de equipaje, de papás y de niñas antes de salir de la playa que en estar disfrutando en la misma.
A veces hago mío el dicho de Gomaespuma: “¡Ojalá la playa estuviese alicatada!”. Y siempre pensando: “La próxima vez, ¡piscina!”. Pero ésa es otra historia…
Un secreto: en las playas de piedras esquivamos ese problemita, aunque por contra hay que vigilar que las piedras que se llevan a la boca (porque eso no cambia) no excedan el tamaño de lo humanamente tragable posible.
En fin, se acabaron aquellos días de sol y playa tumbada leyendo tranquilamente y explorando los fondos marinos… ¡bienvenidos los días de playa con bebés sin descanso y que activan todos nuestros sentidos y gastan la energía que teníamos para todo el día! ¡Bienvenidos cubos, palas, rastrillos, manguitos y castillos de arena!
Porque aún con todo queremos volver, aunque sea de una manera tan diferente… ¡gracias por seguir haciendo que me encante la playa, hijitas!
Fotos | Eva Paris
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