A los niños de todo el mundo les gustan los juegos basados en el escondite: hay algo muy emocionante en desaparecer de la vista de otra persona y hacerse "invisible".
Sin embargo, tanto los psicólogos expertos en desarrollo como los padres saben que a los niños en edad preescolar se les da fatal esconderse. Curiosamente, muchas veces se limitan a cubrirse la cara con las manos, dejando el resto del cuerpo visiblemente expuesto.
Durante mucho tiempo, se pensaba que esta estrategia tan inefectiva para esconderse era una prueba de que los niños más pequeños son criaturas "egocéntricas" sin remedio. Los psicólogos tenían la idea de que los niños en edad preescolar no pueden distinguir entre su propia perspectiva y la de otra persona y la sabiduría convencional daba por hecho que los niños, al no ser capaces de ver más allá de su propio punto de vista, falsamente asumían que las otras personas ven el mundo de la misma manera que ellos.
De ahí que los psicólogos asumieran que los niños "se esconden" cubriéndose los ojos porque asocian su propia falta de visión con la de aquellas personas que les rodean.
Pero la investigación en el campo de la psicología del desarrollo cognitivo está empezando a poner en duda la hipótesis del egocentrismo infantil. Realizamos un estudio entre niños de dos a cuatro años en nuestro laboratorio de mentes en desarrollo de la Universidad del Sur de California para examinar esta hipótesis y nuestros sorprendentes resultados contradecían la idea de que eran malos escondiéndose como resultado de su supuesta naturaleza egocéntrica.
¿Quién puede ver a quién?
Cada uno de los niños de nuestro estudio se sentó delante de un adulto que se cubrió los ojos o las orejas con las manos. A continuación le preguntamos al niño si podía ver u oír al adulto, respectivamente. Sorprendentemente, los niños afirmaban que no podían ver u oír. El resultado era el mismo ocurrió cuando el adulto se cubría la boca: en este caso los niños decían que no podían hablarles.
Se llevaron a cabo varios experimentos de control para descartar que los niños estuvieran confundidos o que no hubieran entendido lo que se les preguntaba: nuestros pequeños objetos de estudio comprendieron las preguntas y sabían exactamente lo que les estábamos pidiendo. Sus respuestas negativas reflejaban su convicción de que no se podía ver, oír o hablar a la otra persona cuando se le tapaban los ojos, las orejas o la boca. A pesar de que podían ver perfectamente a la persona que tenían delante, negaban rotundamente poder percibirla. ¿Qué es lo que les pasa?
Parece que para los niños pequeños el contacto visual directo mutuo es un requisito para que una persona pueda ver a otra. Es como si su forma de pensar se basara en la idea de que "solo te puedo ver si tú también me puedes ver" y viceversa. Nuestro estudio sugiere que cuando un niño "se esconde" bajo una manta no lo hace porque sea egocéntrico. De hecho, los niños creen que es una estrategia efectiva cuando otras personas la usan.
Su idea visibilidad se basa en la bidireccionalidad: a no ser que dos personas se miren a los ojos, es imposible que se puedan ver. A diferencia del egocentrismo, los niños pequeños simplemente insisten en la idea de reconocimiento y consideración de manera recíproca.
La expectativa de la participación de las dos partes
El hecho de que los niños busquen reciprocidad demuestra que no son para nada egocéntricos. No se trata solamente de que los niños en edad preescolar puedan ver el mundo de otra manera, sino que utilizan esta habilidad en situaciones donde es algo innecesario o lleva a malentendidos, como cuando se les pide que hablen sobre su propia perspectiva. Estas opiniones incorrectas, como cuando dicen que no podemos ver a los que tienen los ojos tapados, revelan hasta qué punto la percepción que tienen los niños del mundo depende de otras personas.
La forma en la que los niños más pequeños pretenden esconderse nos puede parecer irracional y las respuestas que daban en nuestro estudio demuestran que los niños son incapaces de relacionarse con una persona a menos que la comunicación sea recíproca: tiene que ser mutua, de manera que exista una comunicación entre iguales.
Tenemos planeado investigar el comportamiento de los niños a la hora de esconderse directamente en el laboratorio y comprobar si los niños a los que se les da mal el escondite demuestran más signos de comunicación recíproca a la hora de jugar y de conversar que aquellos niños a los que se les da mejor el escondite. También nos gustaría llevar a cabo estos experimentos con niños que muestran patrones de desarrollo diferentes al resto durante sus primeros años.
Los hallazgos de nuestro estudio resaltan el deseo natural de los niños y sus preferencias por las personas de manera recíproca. Los niños esperan y buscan crear situaciones en las que se puedan involucrar con otras personas mutuamente: quieren interactuar con personas que no solo sean vistas, sino que también les devuelvan la mirada; con personas que no solamente escuchan, sino que también se hagan oír; y con personas que no solo atiendan a lo que les decimos, sino que también puedan responder y establecer un diálogo.
Por lo menos en este aspecto, los niños pequeños entienden y tratan a otros seres humanos de una forma que no es para nada egocéntrica. Al contrario, la forma en la que insisten para que haya un trato recíproco demuestra madurez y se puede considerar algo inspirador. Los adultos podríamos tomar nota de la forma en la que los más pequeños perciben y se relacionan con otras personas porque son muy conscientes de que todos buscamos por naturaleza la interacción constante con otras personas.
Autoras: Henrike Moll, Profesora Asistente en Psicología del Desarrollo, Universidad del Sur de California (Dornsife College of Letters, Arts and Sciences) y Allie Khalulyan, Doctora en Filosofía. Estudiante de Psicología del Desarrollo, Universidad del Sur de California (Dornsife College of Letters, Arts and Sciences).
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.