Qué hay más apasionante que viajar dejando volar la imaginación a través de los libros. Aprender, soñar, divertirse, llorar, pensar... Son tantas cosas las que nos pueden dar las letras, que cualquier bebé debería venir con un libro bajo el brazo.
Hoy quiero rescatar un fragmento del discurso de Vargas Llosa con motivo de la entrega del Premio Nobel de Literatura en 2010. Un texto que ya había leído en su momento, pero que ahora recuerdo porque, tal vez, hoy necesito un poco más de literatura en mi vida y creo más firmemente que los libros deberían formar parte del crecimiento de cualquier niño.
Las palabras del escritor dan cuenta de la importancia de la lectura en su vida. Y en esos recuerdos de infancia, ¿quiénes aparecen vinculados a los libros? El colegio, los profesores, los padres, la familia.
Ojalá muchas otras personas supiéramos expresarnos tan bien como él, porque estoy segura de que ese mismo sentimiento de agradecer a padres o maestros el amar los libros es muy compartido.
Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas. La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras. Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero (...)
No muchos de nuestros hijos serán escritores llevando su pasión por la lectura a este modo de vida. Pero sin duda muchos amarán la magia de las palabras, de los dibujos, las sorpresas en cada página, el placer de dormirse con un libro en sus oídos, imaginando esos mundos de ensueño que les visitarán durante la noche...
Antes de que ellos aprendan a hacerlo solos, leerles cuentos a nuestros hijos nos hace cómplices, es una fuente de riqueza y de placer inmensos. Por eso espero esta noche, a pesar del cansancio, encontrar ese hueco para un cuento.
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