Solo he pronunciado la palabra "castigo" una vez en casa y no olvidaré la cara que puso mi hija mayor. Aunque siempre he creído en la crianza respetuosa y cada día me convenzo más de que es el mejor camino que pudimos haber tomado como padres, ese día en particular la situación me superó.
Sí, quienes optamos por la disciplina positiva también explotamos y aunque en mi caso particular tengo bien controlado aquello de respirar profundamente antes de decir algo de lo que luego me puedo arrepentir, a veces puedo llegar a reaccionar con un grito.
En aquel momento confirmé una vez más lo que todos sabemos: las palabras hacen mucho daño (ni qué decir de los castigos físicos), especialmente cuando somos niños. A mi hija, que en ese momento tenía unos seis años le afectó muchísimo porque jamás había escuchado esa palabra. Estuvo todo el día bastante triste y yo más por haberme dejado llevar por la situación, sin haber logrado conducirla mejor.
Para quienes a estas alturas estéis pensando que estoy criando a unas "niñas de cristal" (ahora que está tan de moda la expresión), en realidad quiero que unas personas equilibradas a nivel mental y creo que eso no se logra ni asustando ni amenazando. Es cuestión de poder ser capaz de hablar con cabeza fría y de que ellas sean capaces de analizar las causas y las consecuencias de sus actos.
El primer paso es establecer unas normas en casa
Si no sabemos qué está bien y qué está mal, es muy difícil (por no decir imposible), hablar de consecuencias. En nuestro caso, una de las normas de convivencia que hemos querido transmitir a las niñas es que se deben cuidar mutuamente. De forma intrínseca esto incluye una serie de cosas que deben hacer (como hablar en vez de pelearse), y así asimilan de una forma muy fácil cuáles son las normas que debemos seguir.
Todos colaboramos en casa y deben estar pendientes de sus tareas del colegio. No existen listas de lo que deben o no deben hacer, no hay cruces rojas con "prohibidos" porque el sentido común se debe cultivar desde pequeños. De forma natural y con mucho diálogo, ellas han aprendido a identificar lo que esta bien y lo que está mal. De ahí parte todo.
Pensar en esas "consecuencias" de forma previa evita que reaccionamos de forma diferente dependiendo de nuestro estado de ánimo
Pensad en la siguiente situación: hoy has tenido un buen día, has recibido buenas e inesperadas noticias y todo ha fluido genial. En la tarde uno de tus hijos le ha destruido una construcción a su hermano y como tú estás en modo zen, lo has dejado pasar con un "pídele perdón a tu hermano".
Dos semanas más tarde has tenido una noche horrible, apenas has dormido, y todo ha ido a peor según transcurría el día. En la noche tienes la misma escena (hijo le destruye constucción a hermano), y tú simplemente explotas. Entras en cólera, gritas y le dices que está castigado y puede que incluso se te vaya la mano con "la pena" impuesta. Reaccionamos de forma diferente dependiendo de nuestro estado de ánimo: un mismo acto con una consecuencia distinta en vez de educar, es una señal que puede llegar a confundir a los niños.
No puedo decir aquí cuál es las consecuencia de debería tener cada situación porque eso depende de los valores y el estilo de crianza que tiene cada familia. Lo que sí me parece un ejercicio interesante es pensar (mejor aún si es de forma consensuada con el padre/madre), y dialogada con los niños, en las consecuencias que tienen nuestros actos sobre otras personas y sobre nosotros mismos.
En nuestro caso, el mensaje que les transmitimos a nuestras hijas es que si haces algo que está mal, debes intentar reparar el daño que hayas causado porque no se trata de pedir perdón, sino de enmendar un acto con otro.
En nuestro caso y volviendo al ejemplo de la construcción, la consecuencia que esto tendría en casa es que quien la destruyó, debe intentar armarla y dejarla como estaba. Aunque puede que lo terminemos haciendo todos juntos, el mensaje se recibe mejor e incluso puede dar pie para hablar sobre lo ocurrido de una forma más calmada. Empatizar con ellos en un momento en el que están eufóricos y alterados es una buena forma de ayudarles a fortalecer el autocontrol y a gestionar sus emociones, con todos los beneficios que eso conlleva.