Durante los primeros años de vida de un bebé, sus neuronas forman nuevas conexiones a una velocidad asombrosa, entre 700 a 1.000 por segundo, un ritmo que nunca se volverá a repetir. Estas conexiones forman la base del futuro de un niño, por lo que es de vital importancia cuidar su alimentación, estimulación y cuidados.
Se considera que los primeros 1.000 días de vida de un niño tienen un efecto determinante en su desarrollo futuro, por lo que UNICEF no se cansa de alertar del importante papel que jugamos los padres, en su vida, tanto durante la etapa del embarazo como posteriormente en su crianza.
La importancia de los 1.000 primeros días
UNICEF lleva tiempo informando de lo importante que es cuidar la primera etapa de la infancia de un niño, lo que se conoce como sus primeros 1.000 días de vida y que abarca tanto el embarazo como sus primeros tres años.
En este tiempo, el cerebro del niño comienza a desarrollarse a gran velocidad, adquiriendo el lenguaje y las destrezas sociales y emocionales que necesitará para su etapa adulta, por lo que de su correcto desarrollo dependerá su bienestar futuro. No en vano, el 40 % de las habilidades mentales del adulto se forman en los tres primeros años de vida.
La nutrición, la salud, la protección y el cuidado en esta etapa, constituyen los nutrientes esenciales que el cerebro necesita para desarrollarse correctamente. Una oportuna estimulación, juegos adecuados y un medio ambiente enriquecedor son fundamentales también en esta primera etapa de la infancia.
Pero si hay algo que los expertos no se cansan de recalcar es la importancia que tiene el vínculo entre el bebé y sus padres (o sus adultos de referencia). La forma en que los niños son criados o atendidos en los primeros años, puede influir en su funcionamiento cerebral durante el resto de su vida, e incluso repercutir en futuras generaciones.
Por eso, UNICEF ha querido alertar a través de su campaña "La primera infancia cuenta" de que los adultos no siempre son conscientes de la importancia que tiene este vínculo de apego con los niños, o cuentan con las herramientas suficientes para lograr una adecuada estimulación, cuidados y protección.
Cómo nutrir el cerebro de los bebés
Según palabras del Director Ejecutivo de UNICEF, Anthony Lake:
"El cerebro es lo más importante que tienen los niños, pero no estamos cuidándolo de la misma manera en que cuidamos de sus cuerpos, especialmente en la primera infancia, cuando la ciencia demuestra que los cerebros de los niños y su futuro se están perfilando rápidamente. Tenemos que hacer más para dar a los padres y cuidadores de los niños pequeños el apoyo que necesitan"
Por tanto, y partiendo de esta premisa, ¿cómo podemos los padres cuidar el cerebro de nuestros hijos?, o dicho de otro modo, ¿qué está en nuestra mano hacer para favorecer el correcto desarrollo de sus conexiones neuronales?
- La importancia del contacto físico: tocar a nuestros hijos, abrazarles y criarles con cariño y respeto, generará oxitocina que les ayudará a crecer tranquilos, relajados, confiados y sintiéndose amados.
Esto provocará un mayor deseo de explorar su mundo, aprender, disfrutar y relacionarse mejor con su entorno, además de dotarles de herramientas que les permitan hacer frente a diferentes situaciones y retos de la vida, algo que repercutirá positivamente en su etapa adulta.
Hablarles y sonreírles ya que, según las investigaciones, este tipo de interacción con las figuras de apego a edades tempranas nutren al bebé y estimulan su desarrollo emocional, tan importante para la sociedad en la que vivimos.
Pasar el mayor tiempo posible con ellos. Durante los primeros años de vida, los niños entablan las primeras relaciones con su círculo familiar más cercano, siendo la relación más intensa emocional y físicamente hablando la que se crea con sus padres y, sobretodo, con su madre.
Este vínculo de apego provoca en el niño una serie de sentimientos que hacen que crezca sabiéndose importante para alguien y, por tanto, favoreciendo su seguridad y autoestima.
- No dejarles llorar: El cerebro y el estrés no son buenos compañeros. Cuando el niño percibe una amenaza (del tipo que sea) generará cortisol, una hormona que se mantendrá en niveles elevados si la amenaza persiste, es decir, si el entorno o el tipo de crianza no es el adecuado.
Crecer en un entorno de estrés y amenazas provocará niños temerosos, desconfiados y asustadizos, que tienen menos seguridad en sí mismos y que arrastrarán ese estado de alerta durante toda su etapa adulta.
Por ello, los expertos inciden en la importancia de atender el llanto del bebé o los estados de angustia o estrés que pueda manifestar el niño pequeño. Calmarle, consolarle y ayudarle a entender sus emociones desde el acompañamiento y la confianza son claves para su correcto desarrollo emocional.
La importancia del juego. Jugar no sólo es un derecho del niño sino que a través del juego libre aprenderán a conocer y a interactuar con el mundo que les rodea, perfeccionarán su psicomotricidad y lenguaje y, en definitiva, repercutirá positivamente en su desarrollo cognitivo, social y educativo.
Una correcta alimentación. De todos es sabido que "somos lo que comemos" por tanto, es fundamental que para que el niño crezca fuerte, sano y pueda desarrollarse correctamente, su alimentación sea la adecuada.
La OMS recomienda lactancia materna exclusiva durante los seis primeros meses de vida del bebé, e incluso la reconoce como un derecho que tanto los niños como las madres deberían tener.
Sólo 15 países en el mundo cuidan la primera infancia del niño
Con el informe "La primera infancia cuenta", UNICEF quiere alertar de la situación que viven alrededor de 85 millones de niños menores de 5 años en todo el mundo, cuyos países no ofrecen a sus familias ni educación preescolar gratuita, ni permisos de lactancia para sus madres, ni permisos parentales justos y remunerados que puedan repercutir positivamente en sus primeros años de vida.
El informe destaca que Cuba, Francia, Portugal, Rusia y Suecia figuran entre los países que garantizan mayores medidas a las familias para cuidar de sus hijos, mientras que el 40% de los 85 millones de niños afectados se encuentran en Bangladesh y Estados Unidos.
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