Cierra los ojos y piensa por un momento en cómo te gustaría que fuera tu hijo o qué características querrías que tuviera dentro de 10, 15 o 20 años, ya convertido en un adulto. Apuesto a que lo primero que se te viene a la mente es la palabra 'feliz'; ¡es una característica universal que todos los padres deseamos para nuestros hijos! Pero quizá también pienses en otras cualidades como 'responsable', 'honesto', 'asertivo', 'resiliente', 'generoso', 'independiente'...
Todos sabemos que estas cualidades no llegarán por arte de magia cuando nuestro hijo cumpla la mayoría de edad, sino que deben ser trabajadas desde su más tierna infancia. Por eso, es tan importante ser conscientes de cómo criamos y educamos a los niños de hoy, pues de ello dependerá cómo sean en el futuro.
Hoy te propongo que hagas conmigo un ejercicio de reflexión sobre las cualidades que consideramos imprescindibles en una persona y cómo conseguir que nuestros hijos las desarrollen.
Cualidades valiosas de las personas que nos gustaría que nuestros hijos desarrollaran
A la hora de enumerar las cualidades más valiosas de una persona, es probable que la mayoría de nosotros coincidamos en las mismas, y que además, sean estas cualidades las que nos gustaría que tuvieran nuestros hijos en un futuro.
Por ejemplo, ¿quién no querría que su hijo fuera una persona honesta, sincera y respetuosa con los demás? Seguro que también nos gustaría que fuera empática y tolerante, que se preocupara por quienes le rodean y que siempre quisiera hacer de este mundo un sitio mejor.
También querríamos ver en él/ella a una persona trabajadora, que no se rindiera ante las adversidades y que tuviera un espíritu crítico y analista. En este sentido, sería fundamental que no se dejara influenciar por otros, que siempre tuviera ganas de aprender y, sobre todo, que no tuviera miedo a expresar lo que piensa.
Otras cualidades como independiente, proactivo, confiado y valiente, responsable, creativo, entusiasta, paciente o democrático probablemente también aparecerían en nuestra lista.
Pero, como mencionábamos al inicio, las personas no contamos con un interruptor que se acciona cuando deseamos que aparezcan estas cualidades. Al contrario, las características que van fraguando la personalidad de cada uno se desarrollan con el tiempo, según el entorno en el que el el niño crezca y la educación que reciba en sus primeros años de vida.
Pero, ¿estamos educando hoy en base a estas cualidades de futuro?
Después de analizar las cualidades valiosas de la persona, ahora os propongo contestar a las siguientes preguntas:
Queremos que nuestro hijo se convierta en un adulto espontáneo, creativo y que nunca pierda las ganas de aprender, pero ¿qué sucede cuándo un niño desea crear, innovar o experimentar libremente? ¿Lo permitimos aún a riesgo del 'desastre' que pueda suponer, o preferimos intervenir, dirigir sus actividades y acabar matando esa creatividad y espontaneidad que los caracteriza?
Nos gustaría que nuestro hijo acabara siendo un adulto con voz propia y sin miedo a expresar sus opiniones, pero, ¿escuchamos con respeto las opiniones de los niños, o preferimos que obedezcan en silencio y no nos cuestionen? ¿Solemos etiquetar de "respondón", "maleducado" o "desafiante" al niño que opina diferente a nosotros?, o por el contrario, ¿les animamos a expresarse mostrándole las bases de un debate respetuoso?
Queremos que nuestros niños se conviertan en adultos con criterio propio y que no se dejen arrastrar por las masas; es decir, deseamos que tengan personalidad. Pero, ¿aplaudimos a los niños de ideas claras o preferimos que no se salgan del molde social establecido? ¿Les damos libertar para actuar y pensar, o interferimos continuamente en sus gustos, les imponemos roles y estereotipos, e incluso determinamos con qué deben jugar y con qué no?
Deseamos que nuestro hijo sea en un futuro un adulto responsable, confiado, independiente y trabajador, pero ¿fomentamos su autonomía desde que son pequeños, ayudándoles a aprender de sus errores? O, por el contrario, ¿preferimos darles todo hecho y no enseñarles el valor del esfuerzo? ¿Les empoderamos y animamos a no ponerse límites? O, somos de los que ¿sobrevolamos por encima continuamente, allanándoles el camino y siendo víctimas de nuestros propios miedos?
Estos son solo algunos ejemplos que invitan a la reflexión, y aunque por fortuna la educación -tanto en las escuelas como en las familias- está cambiando, todavía queda camino por recorrer.
Por eso creo importante hacer este tipo de ejercicios de vez en cuando, con el fin de detectar aquellos aspectos de la educación que debemos cambiar o mejorar. Ni qué decir tiene, además, que nuestro ejemplo en la crianza es fundamental, pues de nada vale predicar con la palabra si los actos no nos acompañan.
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