Hace unos días hablábamos de la escuela y de cómo el sistema de estandarización hace que muchos niños puedan llegar a perder parte de sus capacidades creativas.
Hoy quiero hacer un punto y seguido a lo que ese día se habló gracias a la viñeta de Francesco Tonucci (alias Frato) que os traigo.
Tonucci, del que ya hablamos en Bebés y más en otra ocasión, es un pensador, psicopedagogo y dibujante italiano cuyo trabajo se ha dirigido a la infancia y a su educación.
En esta viñeta podemos ver a varios niños imaginando qué podrían hacer al día siguiente con las pinzas que la profesora (o profesor) les ha pedido. Tras escuchar la frase “acordaos de traerme mañana unas cuantas pinzas de ropa” los alumnos empiezan a desarrollar sus proyectos con la imaginación. La creatividad innata les lleva a pensar qué harán al día siguiente. Imaginan juegos, juguetes, elementos decorativos, etc.
Sin embargo al día siguiente salen todos con sus expectativas incumplidas. Han hecho un portaplumas (más conocido como portabolis o portalápices) y se han quedado todos con las ganas de hacer algo divertido que les habría servido igualmente como elemento de práctica de la psicomotricidad y aún más como elemento creativo.
Lo ideal es que cada uno pudiera aprender lo que quisiera aprender
Esta frase que suena tan irreal e ilógica teniendo en cuenta cómo es el sistema actual (que muchos pensaréis que podría formar parte de “los mundos de yupi”) es una de las premisas que toda escuela debería defender: lo ideal es que cada uno pudiera aprender lo que quisiera aprender.
Y es lo ideal porque así todos y cada uno podría aprender aquello que más le motiva e interesa, dando valor a la persona, a su individualidad, a sus intereses, a sus ganas de ser alguien y sobretodo al derecho de cada persona de ser ella misma, con el valor que ello debería suponer.
Como dice el mismo Tonucci:
Los chicos tienen que llegar a la escuela con los bolsillos llenos, no vacíos, y sacar sus conocimientos para trabajarlos en el aula. (...) El trabajo empieza dando la palabra a los niños. Primero se mueve el niño; después el maestro. El maestro tiene que conocer lo que saben los niños antes de actuar, porque si se procede antes, seguro hace daño.
Es necesario conocer dónde está cada uno, qué pretende, qué sabe, qué no sabe, qué quiere saber, a dónde quiere llegar y, a partir de esta información, actuar para dar soporte.
Los niños tienen sus propios conocimientos y aspiraciones y si, como en el ejemplo de las pinzas, se les hubiera preguntado por ellas, habrían pasado todos un buen rato con las pinzas haciendo aquello que les habría gustado hacer.
Tampoco pasa nada si todos hacen lo mismo
Pues claro que no, si por pasar, no pasa nada… ninguno se va a tirar al río ni va a odiar a su profesora por no haber podido hacer lo que le habría gustado hacer, ni siquiera se va a traumatizar de por vida y podrá decir siempre que “yo siempre hice lo que me dijeron que hiciera y no me ha pasado nada”, sin embargo, cada vez que se coarta la creatividad de los niños se pone un granito de arena para que aparezca la inapetencia, para que disminuyan las ganas de aprender e innovar y para que el niño vaya perdiendo sus expectativas y sus intereses y los vaya cambiando por aquellos que son aceptados por la mayoría (algo así como dejar de remar en una dirección determinada si el cauce del río te lleva hacia otra).
Y claro, no es lo mismo hacer lo que uno quiere que hacer lo que otro quiere que hagas.
En un mundo lógico en el que todos los hombres fuéramos considerados iguales (así debería ser, ya que todos somos iguales) todos deberíamos tener el mismo derecho de elegir nuestro camino (siempre y cuando no se dañara a otras personas, creo que esto es evidente), sin embargo no vivimos en un mundo lógico, sino en una sociedad en la que unos pocos deciden cómo vivirá la mayoría de la población y, para este fin, interesa que los niños crezcan desde pequeños como seres sumisos capaces de obedecer y de aceptar las jerarquías.
Como veis, un portabolis hecho con pinzas da para mucho… Ahora os toca a vosotros pensar: ¿Qué me habría gustado hacer de pequeño y no hice porque alguien decidió por mí? ¿He sido una persona capaz de tomar mis decisiones o he esperado siempre a que alguien decidiera por mí? Y lo que es más importante: ¿Hasta qué punto voy a decidir por mi hijo en su camino?
¿Los niños tienen que elegir solos su camino?
No nos confundamos, nosotros somos los padres, los adultos y tenemos que educarles. Dejar todas las decisiones en manos de nuestros hijos puede ser peligroso, ya que se corre el riesgo de caer en la dejadez, en la no educación. Sin embargo, tomar demasiadas decisiones por ellos provoca una sobreprotección tal que anula el desarrollo de la autonomía de los niños.
Dios… qué difícil es ser padre.
Imagen | Sin que sirva de precedente, Albert Anker En Bebés y más | La escuela mata la creatividad, La creatividad infantil en peligro, Francesco Tonucci: "Los niños deben ir solos a la escuela desde los 6 años"