Ayer por la mañana, desde un instituto de Barcelona, una noticia nos dejaba a todos totalmente convulsos. Un niño de 13 años llegó con una ballesta, cuchillos y los componentes necesarios para crear un cóctel molotov y atacó a su profesora, a la hija de ésta, a un profesor que llegó para controlar la situación y acabó muriendo y a otros alumnos, todos heridos leves, según cuentan los medios informativos.
¿Por qué?, se preguntan todos. Y en estas 24 horas ya hemos podido asistir a varias posibles causas, entre las que se mencionan los videojuegos, las armas (al parecer el niño es bastante aficionado a ellas), la televisión, pues el niño era fan de "Walking Dead", un posible brote psicótico, pues al parecer el niño dijo que "oía voces", y pronto aparecerán la falta de límites, el respeto perdido a los profesores, lo consentidos que están los niños y adolescentes y la falta de mano dura en la infancia. Esto, obviamente, ha reabierto el debate acerca de la adolescencia y su manera de ser y actuar (se menciona la falta de respeto hacia padres y profesores, la falta de motivación en la escuela, lo controlados que tienen a sus padres y a la vez lo inmaduras que son muchas de sus decisiones). ¿Son estas las causas? ¿Hay alguna más? ¿Por qué los niños y adolescentes parecen no estar mejorando en nada a nuestra generación? Hablemos de ello.
¿Un brote psicótico?
No estuve ahí. No lo viví. No le conozco. No puedo decir lo que es y lo que no es, pero según dicen los medios todo podría responder a un brote psicótico. Un brote psicótico es la manera de poner nombre al modo de vivir y ver la vida de una persona, que durante horas, días o meses, transforma la realidad de tal manera que empieza a tener ideas y comportamientos diferentes a los habituales.
Al parecer el niño ya había dicho semanas atrás que si quería podría matarles y, preso de esa idea, llegó el día en que decidió prepararlo todo y ejecutarla. Como leemos en El Correo:
"Ya dijo que quería matar a todos los profesores y luego suicidarse", ha comentado un alumno [...] "Tenía una lista negra", ha abundado otro. "Siempre hablaba de armas y quería ser militar", ha espetado otro chico. "Siempre estaba solo", ha subrayado un cuarto estudiante.
¿Puede ser un brote psicótico? Sí, puede ser la causa. Ahora habrá que saber cuál es la causa de ese brote psicótico, porque puede tratarse de un niño que ya estuviera diagnosticado de alguna enfermedad mental o puede ser todo fruto de una fuente de estrés desmesurada, de una suma de factores vivenciales que hayan acabado por trastornar al chaval hasta el punto de hacer lo que hizo.
Como no quiero centrarme en el niño, sino más en la generalización que se ha producido a raíz de la noticia, esa generalización simple del "los jóvenes de ahora", y dado que los adolescentes de hoy en día y sus comportamientos no responden a brotes psicóticos, vamos a tratar las otras posibles causas y factores que han asociado a la noticia.
La televisión y los videojuegos
Películas bélicas hay desde hace décadas, como hay también videojuegos. ¿Que algunos son un mal ejemplo? Bien, en cierto modo así es, pues hay títulos terriblemente violentos y sádicos que ni siquiera se rigen por las normas internacionales actuales (títulos donde puedes y debes torturar a tu rehén para completar la misión, por ejemplo). Por eso los padres somos importantes a la hora de controlar a qué juegan o dejan de jugar nuestros hijos y por eso los videojuegos tienen una clasificación por edades, para que no reciban ciertos mensajes cuando no son capaces de comprenderlos, pero sí de interiorizarlos (no es lo mismo jugar a matar cuando tienes 12 años que hacerlo cuando tienes 6, por ejemplo).
¿Los videojuegos y la tele, por sí solos, son capaces de hacer que nuestra juventud sea como es? Bien, sí y no. La televisión es un agente socializador brutal. De ahí los niños y adultos captamos maneras de ser, de vestir, de actuar y de vivir. Los dibujos animados y las series juveniles educan a nuestros hijos o bien les aporta ejemplos adecuados o inadecuados según sea la intención del programa (¿o acaso no estamos hartos de ver situaciones completamente irreales en televisión, que nuestros hijos no son capaces de pasar por el filtro de lo que es lógico o ilógico?).
La falta de límites o la permisividad
Dejar que los niños hagan siempre lo que quieren, sin explicarles lo que está bien o mal, sin decirles lo que esperamos de ellos, sin enseñarles a respetar a los demás, te hace ser un padre permisivo, un padre que no explica a los niños los límites, las normas sociales y un padre, en definitiva, que no actúa como tal.
Ojo, no todos los niños con padres permisivos son terribles, pero en una sociedad bastante enferma el riesgo es muy elevado. Muchos niños son terribles porque se hacen a sí mismos captando de donde no tienen que captar y muchos lo son porque no saben hasta dónde pueden llegar porque no tienen un patrón, un ejemplo al que seguir, porque no reciben las normas y no se les explica lo que es correcto y lo que no, y ante tal situación prueban y prueban en busca de esa guía que tanto necesitan para aprender a vivir.
Si un niño no tiene esa guía, ese modelo, y se cría casi solo, el riesgo es evidente. Ya no solo porque puede acabar sintiendo que puede hacer lo que quiera con cualquiera, sino porque es un niño que crecerá con poca autoestima y poco cariño. Se sentirá poco querido y toda su satisfacción vendrá a través de su capacidad de hacer lo que le da la gana consigo y con los demás. Porque, ¿qué hace un niño cuando no encuentra en casa el cariño y apoyo que necesita? Buscarlo fuera, ya sea con sus amigos o ya sea tratando de hacer algo que le dé notoriedad de algún modo. Algo así como el "un día haré algo que me hará famoso y conocido", que no siempre será por algo positivo.
El cachete a tiempo
O la mano dura en la infancia como reclamo para que los niños sean controlados de nuevo por medio de la violencia, como hacían nuestros padres hace décadas. No, esos tiempos no deben volver porque la violencia es incomprendida por los niños, porque se sienten humillados y porque puede generar rencor, falta de confianza, desamor e incluso ganas de venganza. O quizás nada de eso y todo lo que genera es obediencia casi ciega: "haré lo que quieras, pero no me hagas daño", que tampoco es lo que ninguna persona necesita..
La pérdida del respeto a los profesores
No es que quiera yo machacar ahora al colectivo de profesores, pero ya en mi época había muchos profesores que no merecían nuestro respeto. Se lo teníamos porque en cierto modo les teníamos miedo, o porque teníamos miedo a que nuestros padres nos castigaran si el profesor hablaba con ellos. Pero ese no era un modo adecuado de enseñar ni de aprender. ¿Quién querría ir cada día a aprender algo de alguien a quien temes?
La escuela tiene que ser otra cosa. Tiene que ser un lugar al que los niños quieran ir contentos, motivados, a jugar y a aprender siempre desde una visión positiva en un clima favorable, con compañeros y profesores que se tratan bien entre sí y se respetan como personas y compañeros, como profesores y alumnos.
Quitando el miedo, que ya ha desaparecido de las aulas, un profesor tiene que ser muy capaz de aprovechar las ganas de aprender de los niños o bien de motivar a sus alumnos (si es que no vienen ya motivados de casa) y, sobre todo, tiene que tratar a sus alumnos como quiere ser tratado. Hablar con ellos, escucharles, saber leer sus miradas para saber qué les preocupa... Guardiola, ex-entrenador del F.C.Barcelona, dijo una vez que lo más duro de ser entrenador del Barça había sido tratar de saber cada mañana, viendo la cara de sus jugadores, cómo estaban, qué sentían, qué les preocupaba y qué necesitaban. A raíz de esa preocupación propia hablaba con los que creía que lo necesitaban y así trataba de seguir manteniendo una cohesión de grupo, una complicidad entre todos, que les hiciera seguir adelante como grupo y equipo. Un profesor tiene que ser eso con sus alumnos. Algo así como un entrenador que pueda tratarles con respeto y pueda trabajar los posibles desequilibrios del grupo.
¿Quizás el asesino de la ballesta había sufrido en el colegio? Dicen que era un alumno nuevo, que solo llevaba un año en el instituto. Quizás llegó allí como solución a un problema de bullying en otro instituto y en este tampoco le fueron muy bien las cosas. Todos sabemos que es algo terrible, todos tratamos de luchar contra ello, pero en centros donde las faltas de respeto entre compañeros son muy habituales el listón de lo que es maltrato a un compañero acaba subiendo y sin querer se normalizan actos que no deberían considerarse normales. No sé, quizás todo sea una venganza de un niño harto de ser ninguneado por los demás en todos los centros a los que acudía, o no, quizás la cosa no vaya por ahí.
Esto, obviamente, resalta un problema muy claro: somos una sociedad estúpida y egoísta que pierde más tiempo mirando la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro. Y mientras esto se siga permitiendo y nos estemos faltando al respeto continuamente, nuestros hijos y adolescentes no serán más que el reflejo de lo mal que lo estamos haciendo. ¡Pero si no dejamos de ver a políticos y grandes cargos, personas que deberían ser respetables, trabajar en su propio beneficio, siempre por encima de la ley!
El entorno directo: el hogar
Me queda por hablar de la masa madre, de la madre del cordero, de la fuente de la vida y la educación: de la familia de uno. De nuevo, no sabemos cómo ha crecido ese chico de 13 años que un mal día decidió llegar al instituto armado y atacar a toda persona que se le cruzara por su camino y por eso no me centro en él, sino que generalizo a todos nuestros hijos y a nuestros jóvenes. ¿En qué ambiente viven?
Ya hemos dicho que no educar a un niño es un gravísimo error, porque obviar las normas sociales y familiares y no transmitírselas a los niños es casi sentenciar nuestro futuro y el de nuestro hijo, que merece unos padres que le guíen en el camino de la vida. Irnos al otro extremo, el de volver al autoritarismo tampoco tiene por qué ser la solución, porque hay una zona intermedia que dice que lo más lógico es tratar a los niños como queremos que nos traten, tanto ahora como en el futuro. Hablo de pasar tiempo con ellos, de establecer relaciones de confianza en las que la palabra sea importante. Y no hablo de decir las cosas en plan "vaaa, no hagas eso" y luego dejarle hacer porque "es que madre mía, este niño es imposible", sino de ponernos en cuclillas y explicar por qué no pueden hacer algo y ofrecer y explicar otras cosas que sí pueden hacer. Vamos, hablo de educarles, algo que no todos los padres hacen.
Pero para que una relación así se lleve a cabo hace falta mucho contacto y mucha relación (valga la redundancia) y el problema de hoy en día, para mí, no es que los niños hagan lo que quieran, sino que en muchos hogares no existe esa relación de confianza con los padres porque los padres pasan muy poco tiempo con sus hijos.
Así los niños crecen sintiendo que les falta algo sin saber muy bien qué es (porque no son capaces de ver objetivamente que sus padres deberían estar mucho más por ellos), hasta que llegan a la adolescencia y empiezan a atar cabos, cuando sus referentes ya no son sus padres y pasan a ser otros (sus compañeros, sus amigos, los personajes de una serie, el protagonista de un juego, a saber...). Entonces el niño se hace a sí mismo y muchas veces yerra, sin motivos para ser empático, agradable o afectuoso con unos ciudadanos del mundo, sus padres, sus profesores, sus compañeros, su entorno, de los que siente que aún le deben mucho, comportándose totalmente contrario a como querría ser tratado.
Así los niños crecen con pocas o ningunas ganas de tomarnos como ejemplo: padres siempre ocupados, que siempre tienen algo más importante que hacer que estar con ellos, que trabajan de sol a sol, siempre estresados y con un nivel de felicidad bastante pobre, que tratan de solventar comprando cosas que no necesitan y viajando a sitios donde sus hijos no siempre tienen cabida. ¿Cómo van a querer para ellos una vida así?
Y acabo con una pregunta: ¿Qué ciudadanos queremos dejar a este mundo? Vale la pena cuestionárnoslo, porque seguro que hay mucho en nuestro modo de relacionarnos con nuestros hijos y en el (poco) tiempo que pasamos con ellos que podríamos cambiarlo para dar una mejor respuesta.
Fotos | Photopin (1), (2), (3)
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