El primer día que Jon se quedó con sus abuelos‏

Cuando una pareja tiene un bebé es habitual, y es de agradecer, que la familia se ofrezca a echar una mano. Los abuelos suelen ser, normalmente, los que ofrecen una ayuda más práctica al principio (echar una mano en casa, hacer la comida,...) y son también los que dan su disponibilidad para cuidar del bebé en el momento en que mamá y papá estén trabajando ambos.

Hay ocasiones en que uno de los padres, habitualmente la mamá, deja de trabajar o solicita una excedencia para poder cuidar del bebé en sus primeros años y, aunque la teoría muchos la sabemos (donde mejor está un niño pequeño es con sus padres), a la práctica es muy habitual escuchar discursos contrarios a esta solución.

Nosotros (mi mujer y yo), por haber tomado la decisión de prescindir de un sueldo, hemos recibido también mensajes que cuestionaban nuestra decisión. Algunos han ido cargados de respeto, otros han sido algo más frontales y directos y otros han parecido casi culpabilizadores.

Ahora ha pasado el tiempo y tengo que esforzarme un poco en recordarlos. Las personas que hablaban de ello ya no lo hacen porque Jon ya va al colegio, porque probablemente ni recuerden dichas conversaciones y porque el tiempo nos ha acabado dando la razón.

Algunas de las críticas que hemos recibido

Las críticas, como sabéis, pueden ser de dos tipos: constructivas y destructivas. Cuando una persona recibe una crítica constructiva y está argumentada desde el respeto (“yo pienso de otra manera, pero respeto tu decisión de hacerlo así”), puede ser enriquecedor escucharlas, pese a que a veces no nos guste el mensaje.

Cuando la crítica es constructiva, pero se pierden las formas y el respeto, la comunicación no verbal hace que la crítica se convierta en destructiva y genera confrontación (y aún más si te están diciendo cómo educar a tu hijo).

Si la crítica es destructiva y además culpabilizante, apaga y vámonos.

Con esto quiero decir que no todas las críticas u opiniones que recibimos como padres son negativas. Algunas nos han ayudado a madurar en nuestra labor ya que nadie nace enseñado y, cuando un hijo nace, nace también el padre, que empieza de cero.

El problema es que en España (no conozco la manera de hablar de otros países), somos muy dados a “perder las formas” y, por la razón que sea, es habitual que gente a la que no debería importarle cómo educas a tus hijos, te regale alguna perla diciéndote lo que cree que haces mal y lo que deberías cambiar para hacerlo bien, sí o sí.

Recopilando algunas de las perlas que hemos recibido:

  • “¿Dormir con los hijos? No, no, los niños tienen que dormir en su cama”.
  • “¿Tiene dos años y aún no va al colegio? Perdona que te lo diga, pero a este niño le estáis haciendo un mal enorme”.
  • “¿Y nunca se ha quedado con los abuelos? No es que quiera meterme, pero ¿no crees que eso puede ser un problema? El día que tenga que quedarse con ellos lo pasará fatal”.
  • “Con dos años ya necesitan socializar, estar con otros niños. No es buena idea que esté con vosotros en casa”.

Un diálogo:

-¿Hoy no tienes cole? (dirigiéndose al niño).
-No, hasta el año que viene no le toca. Es que nació en Enero.
-Ay, ¡pues qué pena! Y por un mes, ¿no podrían haberte hecho el favor y cogerlo este año?
-¿?

El sentir general

Como veis el sentir general es que los hijos tienen que ir a la guardería antes de ir al colegio porque necesitan socializar con otros niños y que de vez en cuando tienen que separarse de sus padres (ya sea para estar con los abuelos, ya sea con otros cuidadores), para que se vayan acostumbrando por si un día es necesario separarse.

Al menos este podría ser el resumen rápido de los “inputs” que hemos ido recibiendo mi mujer y yo durante los 3-4 primeros años de vida de nuestro primer hijo (ahora con el segundo supongo que ya nos dan por perdidos).

¿Hace falta ser tan tajante?

Una de las cosas que más me han sorprendido en mi andanza como padre es lo tajante que puede llegar a ser la gente cuando te da su opinión (se la hayas pedido o no).

El día que alguien me dijo: “No, no, los niños tienen que dormir en su cama”, con gestos que ayudaban a enfatizar la frase y con cara de “y estás loco si lo haces al revés”, me di cuenta de que yo era extremadamente cauto cuando ofrecía mi opinión y que solía recibir a menudo, no opiniones, sino verdades absolutas inamovibles.

Imagino que es normal, ya que el que explica la verdad absoluta sólo conoce esa verdad (luego rechaza las otras opciones) y el que ha elegido las otras opciones rechaza, pero conoce y por lo tanto entiende, el camino aceptado por la sociedad como bueno porque “es lo que hay que hacer” y respeta a las personas que siguen ese camino.

El día que Jon se quedó con sus abuelos

Tras casi tres años de compartir hora tras hora (excepto una sola noche en la que se separó de su madre 3 horas y estuvo conmigo por una cena de empresa) con su madre, Jon pasó un día y una noche entera con los “avis” (abuelos en catalán).

No había otra, tuvimos que estar 24 horas ingresados porque con 34 semanas de embarazo Aran quería salir.

Fueron varias las llamadas que hicimos preguntando por Jon y la respuesta era siempre la misma: “Tranquilos, que está bien. Está jugando con el ‘avi’”.

Llegó la noche y los temores volvieron a nuestras mentes: ¿podrá dormir sin nosotros?, ¿nos llamará?, ¿se despertará mucho?

Al día siguiente llamamos y de nuevo la respuesta fue tremendamente tranquilizadora: “Ha dormido bien, en nuestra cama con nosotros. Sí que se ha despertado por la noche una vez, ha mirado alrededor diciendo ‘¡avi!’ y cuando lo ha visto ha puesto la cabeza en la barriga del ‘avi’, ha cerrado los ojos, y se ha vuelto a dormir”.

Ese día nos sentimos orgullosos de nuestro hijo y nos sentimos orgullosos de nuestro papel de padres. No es que nos pusiéramos medallitas pensando que nuestro hijo actuaba así gracias a nosotros, ya que siempre cabe la posibilidad de que sea igual educándolo de otra manera.

El orgullo no procedía de lo que habíamos hecho, sino de lo que no habíamos hecho. No le dejamos con los abuelos unas horas para que se acostumbrara poco a poco a estar sin nosotros (y sobretodo sin su madre) por si llegaba el día en que había que separarse, no le llevamos a la guardería para que socializara con otros niños y ya os expliqué en su día que la entrada en el colegio no podía haber ido mejor.

Conclusión

Los niños maduran y se hacen autónomos aunque nosotros no lo queramos. No es necesario acostumbrar a hacer algo a un niño si tarde o temprano lo tendrá que hacer.

No tiene ningún sentido empezar a dejar con los abuelos a un bebé de meses o con algo más de un año (o con dos o tres años) para que se vaya acostumbrando por si acaso un día hay que separarse de él.

No tiene ningún sentido porque no hay ninguna lógica en sugerir a alguien la necesidad de provocar una separación a un bebé que puede llorar o pasarlo mal, con el fin de que el día que sea necesaria una separación esté a gusto. Es adelantar el sufrimiento, es algo así como decir que es mejor que llore hoy por si acaso mañana toca hacerlo de verdad y llora.

Si un día hay que dejar a un niño con los abuelos o con quien sea, porque no hay otra, pues se le deja y que pase lo que tenga que pasar. Si lo pasa mal, al menos le habremos ahorrado llantos cuando era más pequeño para acostumbrarle a este hipotético instante. Si lo vive bien, también le habremos ahorrado dichos llantos. ¿Por qué forzar entonces las situaciones? Pues a saber. Supongo que sigue imperando la creencia de que los niños, para ser personas de provecho, tienen que vivir algunas situaciones límite en su infancia que les haga acostumbrarse (sin pensar que cuanto más tarde vengan dichas situaciones, más herramientas cognitivas tendrán los niños para solucionarlas o sobrellevarlas).

Fotos | Armando Bastida, Flickr – D.A.K.Photography, fotographix.ca
En Bebés y más | ¿Hay que ir a la guardería para prepararse para el colegio?, El Manual de Instrucciones de Jon (Primera parte), El Manual de Instrucciones de Jon (Segunda parte)

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