Hace ya más de un año que vi este vídeo de Sir Ken Robinson, una auténtica eminencia cuando se habla de creatividad y de innovación, en el que habla de cómo las escuelas y la educación que ofrecemos a los niños de hoy en día (y la que recibimos nosotros en su momento) matan la creatividad y el talento de los niños.
Según Robinson, todos los niños tienen talento o cuanto menos ganas de innovar. Sin embargo somos los adultos, los que con nuestro sistema educativo y nuestra manera de criarlos les alejamos de sus aptitudes y les hacemos crecer apartados de ellas.
Es ahora cuando hablo de este vídeo porque quería esperar un poco, ahora que mi primer hijo va al colegio, para ver si encontraba algún indicio de técnicas, frases o métodos que ayudaran a minar la creatividad de los niños. No he tardado demasiado en darme cuenta de que ya hay cosas, ahora que mi hijo tiene tan solo 4 años, que están empezando a minar sus ganas de innovar y de ser creativo.
Los niños no temen correr riesgos
Una de las cosas que hacen mágicos a los niños es que no temen correr riesgos. Están aprendiendo, están jugando y están utilizando la lógica y la imaginación en todo momento. Inventan verbos, palabras, juegos y aprenden con ello.
Lo hacen todo sin temor a equivocarse, sin miedo a hacerlo mal, porque ellos no saben hacer bien ni mal las cosas, ellos simplemente las hacen porque quieren hacerlas, porque quieren investigar, explorar y manipular y porque todo ello les gusta, les divierte y les hace crecer y aprender.
Sin embargo, a medida que crecen y los adultos empezamos a controlar sus juegos y sus actividades, tanto en el colegio como en las extraescolares o incluso en casa, cuando no les dejamos jugar libremente sino que tratamos de explicarles cómo son las reglas de sus juegos, empiezan a darse cuenta que equivocarse o hacer las cosas diferente a como los adultos esperamos es hacer las cosas mal, y lo que está mal no se acepta.
Si no estás preparado para equivocarte, nunca harás nada original
Una de las ideas clave de la conferencia de Sir Ken Robinson es ésta: si no estás preparado para equivocarte, nunca harás nada original.
Las escuelas enseñan a los niños procedimientos estandarizados. Todos tienen que hacer lo mismo en el mismo momento y todos deben obtener el mismo resultado.
El que se sale por la tangente y pretende hacer algo diferente estará haciendo las cosas mal, se estará equivocando (“te has salido de la línea, te has equivocado", “has pintado donde no tocaba, te has equivocado") y con el tiempo intentará hacer las cosas “bien", sin equivocarse, tal y como le digan que lo tiene que hacer.
Así los niños crecen (crecimos), haciendo lo que los demás esperan de ellos, dudando de si lo que se les ocurre es acertado o no y buscando repetir aprendizajes que eran etiquetados como correctos para recibir la misma aprobación (personalmente me he sentido así muchas veces cuando he creado algo – un dibujo, una canción, un texto – dudando, no de si me gustaba a mí, sino de si le gustaría a los demás).
Dicho de otro modo, los niños acaban por hacer sólo lo que les dicen que está bien hecho y niegan muchas de sus inquietudes, talentos o innovaciones, porque o en su momento fueron coartadas o porque ahora temen que lo sean.
En el vídeo se define la creatividad como “tener ideas originales que tienen valor". Para ser original hay que hacer cosas diferentes, hacer cosas diferentes es no hacer lo mismo que hacen los demás y en la escuela, si no haces lo que hacen los demás, estás haciendo las cosas mal o te estás equivocando.
Jon y su miedo a equivocarse
Desde hace cosa de un mes Jon, mi hijo, dice a menudo: “Uhh, ¡No! ¡Que me equivoco!", cuando algo le cuesta. Puede parecer una simple frase de un niño al que le cuesta hacer algo bien y expresa que le está saliendo mal, sin embargo hay mucho más significado en ella, porque lo dice incluso cuando hace algo que nunca antes había hecho.
Un niño que está descubriendo algo nuevo debería poder hacerlo con la mente abierta, absorbiendo cuanto sucede, disfrutando del momento, sin embargo, Jon dice que se equivoca cuando el resultado no es el esperado (incluso a veces se tira al suelo a modo de “me enfado, me rindo").
El trabajo ahora lo tenemos nosotros, su padre y su madre, para explicarle que no se está equivocando, que él simplemente está haciendo las cosas a su manera y del modo que mejor sabe y que, aunque se estuviera equivocando, no hay nada malo.
Cada error es una oportunidad
Cada vez que alguien hace algo mal (sin querer, por supuesto), cada vez que alguien yerra, nace una nueva oportunidad para hacerlo bien o cuanto menos aprende cómo no hacerlo la próxima vez para no errar.
Es muy común escuchar a las madres decir: “mira que le dije que no lo hiciera, que iba a salir mal, pues a pesar de ello, lo hizo" y aunque entiendo la postura de las madres, entiendo aún más la postura de los hijos. Todos deseamos hacer lo que creemos que tenemos que hacer. Es muy aburrido hacer sólo lo que los demás quieren que hagamos, por eso muchos acabamos por darnos el golpe ahí donde nos dijeron que nos lo daríamos.
Sin embargo, y esto es lo maravilloso del asunto, muchas de las personas rebeldes, cabezonas, insistentes y persistentes que no hacen caso de los consejos acaban por triunfar ahí donde otros fracasaron (los que mantienen intacta su creatividad, por no habérsela dejado robar, supongo).
Si a los niños en su infancia, cuando más capacidad para inventar tienen, les empezamos a enseñar que hay que intentar no equivocarse, estamos poniendo la primera piedra hacia la anulación de su libertad creativa.
Caras tristes, caras contentas
Llegó el día de Navidad y Jon trajo a casa un dossier con todas las actividades realizadas en clase. Dibujos de “pinta el grande, pero no el pequeño", “no te salgas de la línea", “dibujo libre" y un largo etcétera copaban dicho dossier.
Mientras lo miraba Miriam, mi mujer, me señaló los garabatos que había en la esquina inferior derecha de cada dibujo: caras contentas en la mayoría y caras tristes en aquellos en que se había salido de las líneas o cuando había pintado dibujos que no había que pintar.
Me quedé atónito. Tres años. Niños de 3 años generan felicidad o tristeza (caras contentas, caras tristes), según cómo hayan hecho sus tareas.
Está muy bien que se trabajen las emociones desde pequeñitos, pero no está bien que se utilice la tristeza como elemento negativo: “como no lo has hecho bien, estoy triste".
La primera razón es que la tristeza es un sentimiento igual de aceptable que la felicidad. Igual de bueno tiene que ser el reír como el llorar, si la persona lo siente así. Empezar desde tan pequeños a estigmatizar la tristeza es empezar a repetir los mismos errores que llevamos décadas cometiendo, hacer de la persona afligida algo a rechazar, algo a dejar a un lado, para aceptar solo a las personas felices, las que nos dan alegría.
Esto hace que cuando un niño sufre, llora o se siente triste, tenga una imagen de sí mismo como de alguien que será rechazado si muestra estos sentimientos.
Pero no es este el tema que tratamos hoy, sino el de la creatividad, por eso os explico la segunda razón en contra de la utilización de estos sistemas. El miedo a provocar tristeza y el miedo a equivocarse hace que los niños no quieran, en muchas ocasiones, ni intentarlo.
He visto a mi hijo pedirme que le dibuje un sol y una casa, porque él siente que no sabe hacerlo, le he visto empezar a pintar algo y pedir que le ayudemos a acabarlo porque considera que no le está saliendo bien y le he visto pidiéndonos una cara contenta después de cada dibujo o pintura que hace.
La creatividad muere el día que un niño prefiere que los demás hagan aquello que debería divertirle. Una pena, sólo tiene 4 años recién cumplidos.
Vídeo | Google
Fotos | Flickr – Steve & Jemma Copley, D Sharon Pruitt, surlygirl
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