Por fortuna, cada vez más padres y educadores son conscientes de la importancia de educar a los niños con respeto, desterrando el autoritarismo, los castigos y los gritos, que tan perjudiciales resultan. Sin embargo, muchos no ven problema en educar utilizando recompensas y premios.
Así, es frecuente premiar a los niños por sus buenos comportamientos, darles pegatinas o diplomas que los etiqueten ("el más valiente", "el mejor compañero", "el alumno más aplicado"...) o dibujarles caritas sonrientes en el dorso de la mano cuando creemos que han hecho algo bien.
Personalmente, los sistemas de recompensas nunca me han gustado y hoy me gustaría reflexionar sobre ello y animaros a compartir vuestras opiniones: ¿a favor o en contra de premiar a los niños por hacer algo que nosotros consideramos que está bien?
Criar y educar con premios, una técnica habitual
Cuando hablamos de criar y educar a un niño, los premios y recompensas están a la orden del día. Ahí van algunos ejemplos:
Niño que tras la cita con el pediatra recibe una pegatina como "premio por lo bien que se ha portado". Pero analicemos un momento: ¿qué significa que un peque "se porte bien" en la consulta del médico? ¿Que no llore? ¿Que no tenga miedo? ¿Que confíe en lo que vayan a hacerle sin rechistar? Por otro lado, ¿qué ocurre si llora? ¿Ya no se merece un premio?
Niño al que la profesora pinta una carita sonriente en la mano por haber hecho bien el ejercicio. Pero, ¿qué es "hacer bien el ejercicio"?: ¿acabar el primero? ¿No tener ningún fallo? Y si un niño tiene fallos pero se ha esforzado mucho, ¿no se merece una carita sonriente?
Colegios que, para incentivar el compañerismo y el buen hacer de los alumnos, reparten diplomas al niño que mejor se porte, más colabore en clase o más amable sea con los demás. Pero, ¿y si hay alumnos que siempre son amables y siempre "se portan bien"? ¿Se les dará un diploma continuamente? Y cuando un niño haga "cosas de niño" y se pelee con otros compañeros o tenga una rabieta, ¿se quedará sin diploma?
Padres que premian a sus hijos con chucherías, tiempo de pantallas o juguetes por sacar buenas notas, comer todas las verduras, no pelear con sus hermanos o ayudar en casa. ¿Realmente queremos que nuestros hijos funcionen de esa forma?
Con estas preguntas no pretendo juzgar ni criticar estas opciones, pues creo firmemente que todos actuamos con nuestros niños como mejor consideramos y siempre pensando en su bienestar. Pero sí me gustaría que reflexionáramos un momento y contestemos a las preguntas formuladas.
El premio condiciona la conducta del niño
Premios y castigos son dos caras de una misma moneda, aunque no siempre es fácil ser conscientes de ello. Y es que ambas opciones tienen como objetivo modificar el comportamiento del niño utilizando un factor externo; ya sea la amenaza o retirada de privilegios que supone el castigo, o la recompensa que suponen los premios.
Es verdad que a corto plazo los premios funcionan, pues tendremos la sensación de que nuestro hijo nos obedece, "se porta bien", hace las cosas que le pedimos o estudia. Pero, ¿qué ocurrirá cuándo dejemos de premiarle o cuando deje de encontrar atractivas esas recompensas?
Pues lo más probable es que desista de hacer lo que le hemos pedido. En otras palabras, su conducta se extinguirá si deja de ser reforzada o si el premio que le ofrecemos comienza a perder valor para él. Por lo tanto, a largo plazo los premios no son efectivos.
Y es que los premios (al igual que los castigos) no dejan de ser una forma de chantajear al niño para que haga lo que nosotros queremos, pero si lo analizamos bien veremos que esta no es la mejor forma de fomentar conductas y actitudes positivas en nuestros hijos.
Los premios dañan la autoestima del niño
Pero también creo importante reflexionar sobre cómo afectan los premios a la autoestima del niño. Inicialmente podemos pensar que el premio repercute de forma positiva en ambas partes:
- Por un lado, el niño está contento cuando lo recibe y se siente motivado para seguir haciendo las cosas de la misma forma (¡pero ojo! ya hemos visto que esto es un espejismo, pues solo actuará así mientras obtenga un premio a cambio).
- Y por otro lado, nosotros como adultos también estamos felices de verle feliz, y de paso, haber conseguido nuestro objetivo.
El niño que actúa de una determinada forma porque espera recibir algo a cambio no crece con la seguridad y confianza de estar haciendo las cosas por sí mismo. Tampoco aprenderá a tomar sus propias decisiones, ni a errar y aprender de esos errores.
Por contra, cuando el niño hace las cosas dependiendo de una valoración externa que juzga si merece o no una recompensa, su seguridad, confianza y autoestima se verán afectadas.
Los niños necesitan nuestro aliento para seguir avanzando y para sentirse válidos y útiles dentro de su grupo de pertenencia. Pero alentar nada tiene que ver con premiar o alabar. El aliento hace que el niño se de cuenta de lo capaz que es de hacer las cosas por sí mismo, mientras que, como hemos visto, la alabanza y los premios someten al niño a una evaluación externa.
Próximamente hablaremos sobre este tema, y sobre cómo podemos animar a los niños a mejorar sin caer en alabanzas ni premios que condicionen su comportamiento.
Fotos | iStock, Pexels (Nataliya Vaitkevich)
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