¡Ay, el embarazo! ¡Cuántos sentimientos contradictorios provoca!: que si "es una etapa maravillosa y quiero que dure eternamente", que si "me veo estupenda", que si "¡ya no aguanto más!", que si "quiero que nazca ya mi bebé, pero a la vez no quiero"... ¡Qué curioso, ¿verdad?!
Pero si hay algo que creo que es común a todas las madres es esa sensación de nostalgia por tu tripa de embarazada cuando tu bebé ha nacido. Tú, que esperabas ansiosa tenerlo en tus brazos, te sorprendes de pronto acariciándote la barriga con nostalgia e incluso creyendo sentir sus pataditas. ¿Te ha pasado alguna vez?
"Nostalgia del embarazo, ¿yo? ¡Ni hablar!"
Para la mayoría de las embarazadas, la recta final de la gestación suele ser la más pesada. La tripa abulta tanto que te impide hacer vida normal, duermes entre poco y nada, y la ansiedad por el parto y las ganas de conocer a tu bebé convierten en eternas las últimas semanas.
Por todo ello, apuesto a que el deseo de cualquier embarazada casi a término es que su bebé no se haga de rogar demasiado, especialmente si el embarazo no está siendo esa etapa soñada e idílica que a veces se pinta.
Como comenté hace unos días en este post, mis embarazos no fueron fáciles, por lo que apenas los disfruté. Por eso, cuando embarazada de mi tercer bebé una señora me dijo que "disfrutara mucho de mi tripa las últimas semanas porque luego la echaría de menos", confieso que casi me dio un ataque de risa.
Tras dos hijos y dos embarazos de riesgo, en ningún momento había sentido esa nostalgia de la que aquella mujer me hablaba, así que estaba convencida de que tampoco lo sentiría en esa tercera ocasión, en la que además mi embarazo estaba siendo aún más complicado que los anteriores.
Cuando te das cuenta de que no volverás a estar embarazada nunca más
Pero cuando nació mi último bebé es cuando comencé a tomar conciencia de que jamás volvería a estar embarazada. Tres embarazos de alto riesgo y tres cesáreas, la última muy complicada, me llevaron a tomar aquella decisión.
Había veces en las que me sorprendía acariciándome la tripa vacía mientras observa a mi bebé dormir, jugar o reír a carcajadas con sus hermanos, ¡e incluso creía notar sus pataditas! Pero ese gesto tan instintivo y típico de las embarazadas había adquirido ahora otra dimensión.
Mi bebé estaba fuera y ya no necesitaba conectar con él como lo hacía durante el embarazo a través de las caricias sobre mi barriga. Ahora, aquellas suaves palmaditas sobre mi abdomen llevaban implícitas un sello nostálgico abrumador; una mezcla de tristeza, añoranza por el paso del tiempo e incluso de cierto arrepentimiento por no haber podido disfrutar al máximo de mis embarazos.
Y es que en el momento en que te das cuenta de que no volverás a albergar vida en tu interior nunca más, es cuando por fin cobra sentido la frase que me dijo aquella mujer desconocida, que me instaba a vivir con plenitud mis últimas semanas de embarazo antes de echarlo de menos.
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