Dice la ley de Murphy que si una tostada cae el suelo el lado que contactará con él es el de la mantequilla. Aplicada al mundo de las embarazadas, será el momento en que una mujer espere un bebé el elegido por otras madres para explicarle cómo fueron sus partos.
Si fueron más o menos agradables o normales el comentario podrá ser hasta bienvenido, un punto de partida para hablar de ello, pero lo lógico, según la mencionada ley, es que, las que te expliquen su parto, lo hagan con todo lujo de detalles, explicando lo horroroso que fue. Por eso hoy vamos a hablar de aquellas madres que cuentan sus malos partos a mujeres embarazadas.
No sabemos escuchar
Uno de los problemas de la sociedad actual (especifico, aunque no sé si esto es de ahora o de hace mucho más tiempo) es que muy pocas personas escuchan a los demás. Todo el mundo quiere contar sus cosas, explicar lo que les pasó, dejar constancia de lo que vivieron, cómo lo vivieron y cómo lo superaron (quizás para mostrar lo bien que lo hicieron, quizás porque hablar de ello ayuda a superarlo).
Luego puede pasar que otras personas quieren hacer lo mismo y oye, hablar es genial, pero tener que escuchar parece que hasta molesta: “con la de problemas que tiene uno, estoy yo como para que los demás me cuente los suyos".
Me ha pasado a menudo encontrarme con un viejo amigo, o quedar con gente que he conocido en internet, y darme cuenta de que lo único que hago es escuchar lo que tienen que contarme, como si tuvieran que actualizar mi base de datos sobre ellos con todo lo que ha cambiado su vida desde que no sé de ellos, casi sin dejar hablar.
Luego se van tan contentos y aún te dicen que “tenemos que quedar más a menudo", que no sé para qué, porque cuanto más a menudo quedemos, menos actualizaciones tendrán que ofrecer.
Pues con las embarazadas pasa algo similar. Es verte embarazada que ya aparecen por la boca, como si se escaparan, las palabras “uy, pues te voy a contar cómo fue mi parto…".
No pensamos en que puede no interesar
Y oye, hay mujeres que ansían saber y conocer experiencias ajenas, buenas y malas, pero hay otras que tienen unas expectativas acerca de su parto y una confianza en sus posibilidades de tener un buen parto, que si van todo el día escuchando “a mí me pasó" o “a mi me hicieron" pueden llegar al día de dar a luz demasiado asustadas por el “¿y si me pasa a mí también?".
Todo el mundo sabe que un parto puede ir muy bien como puede ir muy mal, sin embargo la decisión de conocer los detalles de los malos partos, no debería ser de quien los cuenta, sino de la persona que recibe la información.
Es como si, salvando las distancias, que son muchas (perdonadme si el ejemplo no es el idóneo), a una persona le diagnostican un cáncer y, cuando lo explica a los demás, aparece alguien que dice: “sí, a mi madre también le diagnosticaron cáncer y se murió a las pocas semanas".
Una mujer embarazada puede querer tener una información y buscar saciar las dudas que tenga, puede querer saber qué puede ir mal, para anticiparse, puede querer saber cómo son los profesionales del hospital al que irá a parir, pero probablemente no cogerá un libro médico con los “problemas médicos ocasionados durante el parto", porque ese exceso de información seguro que le molestará (ya sabéis, el típico “no sé para qué he leído tanto sobre esto, que me he quedado aún más asustada de lo que estaba").
Cuando más necesita hablar…
Entonces, lo más curioso del asunto es que cuando una mujer está embarazada por primera vez puede aprender mucho, muchísimo, de las mujeres que ya han pasado por ello. El problema es que lo que ella quiere saber no es siempre lo que las demás cuentan.
En el momento en que una más necesita preguntar, más dudas tiene, más inquietudes, que pueden ser acerca del parto como pueden ser acerca de cualquier otra cosa de después del parto, la información que recibe se limita muchas veces a los problemas y desgracias que las otras madres vivieron, convirtiéndose ella, la que quizás más soporte necesite, en el pañuelo para los mocos de las demás.
Qué fácil sería el mundo si nos dedicáramos a hablar menos y escuchar más, qué fácil si supiéramos reconocer los gestos y miradas de quien no sabe cómo decirte que “ahora no es el momento de que me expliques esto" y qué fácil si en vez de hablar para ayudarnos a nosotros mismos habláramos para ayudar a los demás (y porque nos lo piden).
Foto | karindalziel en Flickr
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