Los hijos de curas han sido noticia. El Diario La Stampa hizo saltar el polémico tema cuando a principios del mes de agosto publicaba una noticia que indicaba que el Vaticano estaba estudiando la posibilidad de permitir a los sacerdotes reconocer civilmente a sus hijos, darles apellido y herencia sin que ellos modificase su estado religioso ni se tomasen medidas al respecto. Dos días después el Vaticano negaba que esto fuera cierto, e incluso que se hubieran tenido reuniones para analizar la cuestión.
Siempre ha habido hijos de curas. Al comienzo de la historia de la Iglesia los sacerdotes podían casarse y de hecho lo hacían. El celibato no llegó hasta varios siglos después y fue con mayor o menor frecuencia incumplido por sacerdotes de toda índole, desde los más humildes hasta algunos Papas. El problema real al que voy a referirme no es el celibato, que se trata de una cuestión de régimen interno de la Iglesia, sino de las consecuencias de su ruptura: niños sin padre.
Nada se me ocurre más sagrado que el deber de unos padres de cuidar y proteger a su hijo, de atender a la madre gestante y al pequeño ser. Un niño, además, necesita, tiene derecho, a una referencia vital segura, a ser mantenido y cuidado, a saber quien es. También, si tiene padre, nadie puede negarle el tener relación con su padre abiertamente y recibir su nombre.
No entiendo que ninguna ley religiosa pueda estar por encima de ese derecho incuestionable y lo dificulte. La Iglesia Católica presume de proteger a los niños incluso antes de nacer, no debería seguir dando la espalda a los inocentes que nacen sin padre por causa de una norma eclesiática y a los que sus padres ni reconocen, ni cuidan ni mantienen.
Obviamente un hombre, aunque sea sacerdote, puede reconocer legalmente a su hijo si lo desea, pero de hecho, parece que el asunto no es tan sencillo, ya que el reconocimiento del hijo conlleva la aceptación pública de la ruptura del voto, y eso, más que una penitencia, puede llevar a medidas disciplinarias que aparten al padre del ministerio. Y eso provoca un fariseísmo enorme, ya que esos niños se ven obligados a crecer sin padre.
Esto quizá ya no suceda tan frecuentemente como antes en los países europeos, pero en aquellos lugares donde existen peores condiciones económicas o sociedades más devotas, seguramente sea no menos habitual de lo que era en España hasta los 60.
Sería mucho más sencillo ser más humanos, más sensibles y compasivos, y no exponer a los niños a crecer sin padres y a los padres a negar a sus hijos. Creo que es hora de que la Iglesia Católica, como Estado Vaticano y como religión, empiece a buscar métodos para hacer que las normas no asfixien los sentimientos verdaderamente importantes en la vida, y a crear caminos en los que un voto roto no suponga la necesidad de elegir no reconocer al niño.
Pero hay más. Hoy las demandas de paternidad se resuelven con una prueba incuestionable, con el ADN. Aunque yo no preveo una avalancha de demandas de paternidad como apuntaban algunos medios, la cuestión no puede ser dejada de lado, escondida, tapada, mucho tiempo. Cuando alguien reclame a un sacerdote las pruebas de ADN, la solución sera clara y la Iglesia terminaría salpicada por el escándalo de estas ocultaciones.
Por último, ninguna confesión ni Estado debería poner trabas a los Derechos de la Infancia. Los curas deben reconocer a sus hijos, y luego, si es menester por sus creeencias, hacer penitencia, pero no se me ocurre peor pecado que abandonar a un niño. A nivel civil y legal, ningún Estado o institución debe poner trabas al reconocimiento de la paternidad.
Creo que la Iglesia Católica debería animar alos sacerdotes a hacerse cargo de sus hijos si los tienen. ¿Vosotros que opináis?
Más información | UNICEF, Derechos de la Infancia Imagen | Cupula de San Pedro in Ferragosto. Perrimoon. Flickr