Estamos en octubre y eso quiere decir que muchos padres estamos pensando ya en la época navideña, por aquello de qué les vamos a regalar a nuestros hijos, y por aquello de qué le vamos a decir a los familiares que quieren regalar algo a nuestros hijos.
Supongo que como todos los padres por esta época vamos diciendo eso de "Este año, nada de juguetes". Y es que los que tenemos niños ya un poco mayores vivimos en un continuo proceso de redistribución de juguetes, de eliminación cuando no los utilizan y de renovación cuando llegan cumpleaños y fechas señaladas.
Y eso que, cuando hablamos de niños y juguetes, a menudo menos es más.
Un exceso de juguetes es contraproducente
Para explicar este tema lo primero es acotar la cantidad empezando por el mucho: más es menos. Cuando hay demasiados juguetes los niños tienden a ser poco constantes en sus juegos, como si en cierto modo se vieran obligados a ir variando a menudo para jugar con muchos de ellos, cuando es más enriquecedor pasar un buen rato jugando a una cosa concreta que les motive, que ir variando muy a menudo porque enseguida dejan un juguete o juego para pasar al siguiente.
Por otro lado, si hay muchos juguetes, los niños pueden acabar por acudir siempre a ellos para jugar, como si no fuera posible jugar sin juguetes. Si esto sucede, su creatividad e imaginación se vuelven perezosas; ojo, claro que cuando tienen juguetes crean e imaginan, pero cuando tienen muchos, no tienen que crear ni imaginar tanto.
Además, es difícil encontrarles sitio a todos, y en cierto modo se van apilando y amontonando, de manera que se pierde un poco el valor de cada uno de ellos (a riesgo de que se hagan cada vez más caprichosos), e incluso el lugar. En muchos casos acaban encima de cualquier sitio porque ya no caben, o en el suelo, o en zonas donde el niño no llega o no los ve... Por contra, un número más controlado de juguetes hará que cada uno tenga su lugar concreto, que sea fácil guardarlos porque hasta él sepa dónde van y que incluso, por ese motivo, los pueda ver o coger cuando quiera, que es lo ideal.
¿Puede un niño vivir sin juguetes?
Menos es más, ¿pero hasta cuánto? Porque el menos de todo es cero. Tener cero juguetes. Y no tener ningún juguete no tiene por qué ser mejor que tener unos pocos juguetes.
La realidad es que sí, un niño puede vivir sin juguetes porque lo importante en los niños es el juego. Los niños deben jugar. Es más, es un derecho de los niños que puedan hacerlo. Pero jugar no es algo que se pueda hacer de manera exclusiva con juguetes; se puede hacer con ellos y sin ellos. ¿O acaso siempre que los ves jugar lo hacen con un juguete?
Sin embargo, sabemos que los juguetes son elementos facilitadores del juego (normalmente, porque hay juguetes que no consiguen ese objetivo), y esto quiere decir que pudiendo vivir un niño sin juguetes, lo recomendable es que, si puede ser, sí que tenga algunos.
A menudo menos es más
El caso es que no decimos "menos es más" a secas, sino "A menudo menos es más", porque es la manera de decir que si tienen muchos, es mejor que tengan menos.
Las razones son las que ya hemos empezado a explicar más arriba: para que los valoren, para que sepan dónde van, para que no queden en el olvido por estar en el fondo de una caja con muchos juguetes más, para que los vean y cuenten con ellos, para que el exceso de estímulos visuales no les agobie (cuando ven muchos juguetes, y a menudo desparramados, tienden a ser un poco más "desordenados" en su manera de ser, jugar, comportarse...), para que tengan espacio disponible en el suelo para desarrollar sus juegos y se puedan centrar en aquello que en ese momento pasa por sus cabecitas, en los juegos que están imaginando, y para que le saquen "el jugo" a cada uno de ellos.
Como decimos, tener muchos juguetes puede hacer que el juego sea más inconsistente y que se dé menos espacio a la creatividad y la inventiva. Tener un número más limitado obliga a los niños a sacar más de sí mismos, a inventar nuevos escenarios, nuevas historias y nuevas maneras de jugar con los mismos juguetes.
Hay incluso padres que promueven ratos de juego sin juguetes para que los niños se esfuercen en crear, en hacer posible el juego sin ellos, en inventar nuevas maneras de divertirse (o como nos contó Lola hace tres días, familias que directamente los eliminan por completo).
Y es que es cierto que los niños tienen que recibir estímulos para desarrollar sus potencialidades, pero en muchos casos los estímulos no son pocos, sino demasiados: demasiados dibujos en la tele, demasiado tiempo con la tablet jugando a demasiados juegos diferentes, demasiados juguetes, demasiados caprichos y al final resulta que si les falta todo ello, elementos prescindibles, se mueren de aburrimiento porque no saben qué hacer. Y lo peor de todo: a menudo se mueren de aburrimiento cuando tienen todo eso y más, precisamente porque apenas han desarrollado nunca la innata capacidad de los niños de inventar y crear juegos de la nada (o de un número controlado de juguetes).
Si les damos el juego masticado, jamás tendrán que plantarlo, cultivarlo, recogerlo y comerlo ellos solos. Si no utilizan su creatividad, se quedarán sin ella, como muchos niños y adultos de hoy en día.
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