Soy una madre anti-pantallas desde que empecé a ver con mucho asombro que los bebés contemporáneos a mi primera hija (hace ya casi 9 años), se estaban criando con vídeos de la Granja de Zenon. Bebés recién nacidos recibiendo muchos más estímulos de los que su pequeño e inmaduro cerebro podía procesar, que ya ni se calmaban con un paseo por el parque ni se inmutaban con el movimiento de los árboles o el estruendoso paso de un autobús, porque la pantalla se convirtió en una barrera con la vida real.
A lo largo de este tiempo y gracias a trabajar en este mundo me he afianzado en mi creencia de que los móviles, y en especial las redes sociales, no son para los niños. Afotunadamente cada vez somos más los que pensamos así y aparecen casos como los de un pueblo entero que se unió en una cruzada contra los móviles para niños menores de 12 años, ejemplo que ya es frecuente entre padres de clases enteras que se ponen de acuerdo para lograr este mismo cometido.
Esto no tiene nada que ver con la tecnología. Los niños pueden ir a clases de robótica, pueden aprender sobre física a través de experimientos, o pueden leer sobre inventores y la vigencia que tienen sus descubrimientos en la vida actual. Mi rechazo procede de mi propia experiencia al ver las infinitas junglas que se pueden encontrar en internet, con los peligros que entrañan y con la cantidad de información de todo tipo que pueden recibir.
El uso del móvil y de las redes sociales juega en contra de la salud mental y emocional de los niños
"Darle un móvil a un niño es como darle un ferrari para que conduzca en una autovía sin carnet de conducir" es una frase de Mar España Martí, directora de la Agencia Española de la Protección de Datos AEPD, que se me quedó grabada a fuego. Una autovía en la que viaja tantisima información sin filtros de edad, de veracidad ni de ningún tipo, no es el ambiente más sano en el que un niño puede desarrollar su personalidad.
Poco a poco somos más conscientes de los peligros que corren los pequeños que tienen perfiles en redes sociales: ciberacoso, pederastia o influencia de todo tipo de corrientes que no son aptas para ellos. He visto Tik Toks de niños que no llegan a los 12 años hablando sobre independencia financiera, cuando apenas están empezando a recibir una paga semanal. ¿De verdad es esto necesario?
La salud mental también es otra gran perjudicada: los móviles son muy adictivos y eso ya lo sabemos bien los adultos. Ellos son aún más vulnerables y un uso excesivo puede ocasionar problemas en su desarrollo, tal y como lo demuestra un metaanálisis reciente: uno de cada cuatro niños y adolescentes es dependiente de los móviles, al punto de mostrar síntomas de ansiedad y adicción.
El recibir constantemente información de todo tipo, vivir en un estado de alerta continua pendiente de las notificaciones y estar comparando tu vida con la de los demás al final harán bastante mella. Si nos cuesta gestionar estas cosas a los adultos, los niños lo tienen bastante peor.
Quiero que mis hijas tengan una vida imperfecta real y no una vida perfecta digital
Jonathan Haidt en su libro "La generación ansiosa", atribuye el aumento exponencial de fenómenos como ansiedad infantil, depresión, autolesiones y suicidios a la falta de tiempo de juego y el abuso del móvil durante la infancia. Según su teoría, estamos ante una crisis en la que hemos desprotegido a nuestros niños en el mundo virtual, y en donde una de las acciones que los adultos deberíamos realizar, es no permitir el uso de redes sociales antes de los 16 años, algo que en nuestro país está normalizado: según el Instituto Nacional de Estadística (INE), con 12 años un 72,1% de niños y niñas cuentan con teléfono móvil. A los 13, tienen teléfono el 88,2% y a los 14 y 15 son ya el 94,1% y 94,8% respectivamente.
No lo neguemos: nuestra identidad digital es muy importante y para los niños y adolescentes que se encuentran en ese proceso de autodescubrimiento y de desarrollo de su personalidad, en el que las opiniones de amigos, conocidos y desconocidos son tan importantes, aún más.
Es precisamente ese proceso en el que preferiría que primara más la vida real que la virtual, al menos la mayor cantidad de tiempo posible, porque allí casi todo es irreal: la gente tiene vidas perfectas, solo se ve lo bonito, los filtros ocultan los granos y todos somos felices.
Tal vez es necesario hacer un ejercicio de reflexión que nos permita entender la magnitud de internet y de las interacciones que allí se gestan. No solo de cara a tomar la decisión de darle un móvil a un niño, sino para explicarle con conocimiento sobre la huella digital y las consecuencias que puede tener en el futuro cada cosa que publicamos en internet.
En mi caso, creo que es importante ir abonando el terreno compartiendo con otros padres del entorno de mis hijas, hablando de estos temas (con ellas también, por supuesto), o tal vez volver a los teléfonos sin internet sea parte del camino a seguir. Sé que no será fácil, pero también sé que no es imposible.
Me gustaría que mis hijas ejercitasen ese contacto personal que quitan los móviles, porque las habilidades sociales están en decadencia y estos tienen mucho que ver. Manejar un móvil lo aprenden en una hora. A relacionarse con los demás sin una pantalla de por medio, no.