Cuando nos convertirmos en padres por primera vez nuestro mundo comienza a girar alrededor de ese pequeño bebé que todo lo llena, y cuyo nacimiento supone una auténtica revolución en nuestras vidas, pues con su llegada al mundo nacen también, unos padres.
Con la llegada del segundo hijo nos mostramos más confiados y relajados, ya que sin duda la experiencia es un grado. Pero, ¿qué ocurre si después vienen más hijos? Desde mi experiencia como madre de tres, diré que la maternidad se convierte en una "bella locura", y que con cada bebé nace una nueva versión de papá y mamá.
Hoy aprovecho este espacio para dedicarle una carta a mi tercer hijo: a ese bebé que jamás ha estrenado ropa y que tanto, tanto, ha venido a enseñarme.
A mi tercer hijo...
Aunque estoy convencida de que desde mi barriga ya presagiabas lo que te iba a esperar fuera, no fue hasta el momento de conocer a tus hermanos cuando todos fuimos realmente conscientes de cómo iba a cambiar nuestra vida.
Nada más verte, tu hermano mayor te 'comió' literalmente a besos y te contó, emocionado, la última película que acababa de ver en el cine de la saga Star Wars. Solo tenía ojos para tí, y sus palabras atropelladas hablándote al oído rezumanaban la emoción contenida durante nueve largos meses de espera.
Por su parte, tu hermana, que por aquel entonces solo tenía 18 meses, gritaba eufórica y algo aturdida por los acontecimientos, alternando sus besos en tus labios con manotazos despistados cada vez que apartábamos la mirada.
Tus primeros meses transcurrieron con el ajetreo habitual de una familia numerosa, siendo uno de tus hermanos todavía un bebé. Gritos, rabietas, risas, juegos sin control, carreras por el pasillo mientras dormías... y un férreo horario que seguir y que no tenía en cuenta tus necesidades, sino las de tu hermano mayor en edad escolar.
Interrupciones de sueño, tomas pospuestas para llegar a tiempo a las extraescolares y siempre a remolque en la mochila. Seguro que en algún momento pensaste que la vida que te había tocado vivir era una absoluta locura. Pero si fue así jamás nos lo hiciste saber, pues la calma de tu mirada y tus sonrisas desinteresadas nos lo pusieron siempre todo muy fácil.
No estrenaste cuna, silla de paseo ni trona, ni hicimos una gran fiesta para darte la bienvenida. En estos casi cuatro años de vida, apenas has estrenado juguetes, ni mucho menos ropa o calzado. ¡Todo lo has heredado de tus hermanos, ya fuera rosa o azul!
Tampoco pudiste disfrutar de relajados masajes infantiles o tiempo en exclusiva para ti (pues ahora, el tiempo de mamá y papá se divide más que nunca), y apareces en pocas de las fotografías familiares que tenemos en casa, pues me cuesta encontrar un momento para actualizarlas.
Gracias por seguir enseñándonos
A papá y a mí nos enseñaste que es posible seguir sorprendiéndose con cada "primera vez", como la primera vez. Que es posible vivir intensamente la ma(pa)ternidad sin preocupaciones ni estrés, absorbiendo cada instante con los cinco sentidos, porque si algo ya sabemos es que el tiempo vuela, y crecéis demasiado deprisa.
Para tus hermanos eres el contrapunto perfecto. El que pone la nota de locura a los juegos, las ocurrencias más disparatadas, y la creatividad más alocada. Puede que nunca hayas podido gozar de una siesta sin interrupciones, y desde el principio te hayas visto obligado a compartir los juguetes que había en casa, pero jamás te han faltado voluntarios para darte un baño o cuidarte, llevarte de la mano en tu primer día de colegio, y verte a través de la reja del patio a la hora del recreo.
A tu corta edad ya puedes presumir de tener dos pilares a los que aferrarte cuando las cosas vayan mal y yo no pueda estar a tu lado. Y eso, mi niño, es una suerte inmensa que te acompañará toda la vida.
Quizá en algún momento hayas pensado que ser el tercero no es fácil. Pero estoy segura de que algún día entenderás el maravilloso regalo que te ha hecho la vida al ocupar este mágico lugar.
Y para terminar, personalmente te doy las gracias por venir a demostrarme que no hay dos maternidades iguales, y que lo que siempre funcionó con tus hermanos no tiene por qué funcionar contigo. Crecer a tu lado como madre y aprender junto a ti está siendo un verdadero privilegio, y no puedo estar más agradecida a la vida por esta valiosa oportunidad.