La maternidad me mostró nuevos miedos y preocupaciones, pero mi hija me está enseñando a ser más fuerte
Ser mamá es indudablemente algo que me llena de muchas emociones positivas, como la alegría, el amor y el orgullo de ver cómo mi hija crece cada día. Pero no puedo negar que la maternidad no es siempre color de rosa y también he tenido que experimentar algunas sensaciones negativas, como preocupación, dolor o tristeza.
Algo que he notado (y que espero no sea tomado a mal o interpretado de una forma muy negativa), es que ser madre también puede llegar a ser dolorosa, porque las mamás sentimos demasiado. Hoy te comparto una reflexión basada en experiencias personales, con las que me he dado cuenta que la maternidad me trajo miedos y preocupaciones que no sabía que podía tener, pero que gracias a mi hija, he podido afrontarlos.
Ser madre te vuelve vulnerable
Hace algún tiempo al compartir una reflexión en la que hablaba de los sentimientos encontrados que tengo al ver que mi hija ya no es una bebé, te comentaba que la maternidad no solo me había hecho más fuerte y paciente, también me ha hecho muy cursi y romántica. Pero además de esas emociones que desde luego son totalmente positivas, la maternidad tuvo otro efecto más en mí: me hizo vulnerable.
Y es que, ¿cómo no serlo, si ahora un pedacito de mí tiene vida propia y poco a poco comienza a formar su propio camino? ¿Cómo no sentirme frágil al ver que esa bebé que llevé durante nueve meses dentro de mí pronto se enfrentará sola al mundo real? Ser madre te muestra un amor como ningún otro, y con él, preocupaciones que nunca habías tenido.
Hay una frase sobre la maternidad, que se le atribuye a la escritora Elizabeth Stone, que me encanta y define a la perfección lo que estoy tratando de decir: "Tomar la decisión de tener un bebé es trascendental: significa decidir que para siempre tu corazón también caminará fuera de tu cuerpo".
Dicho de una manera menos poética, ser madre es dejar un pedazo importante de ti en alguien más. Es regalar tu paz, calma y amor, a un pequeño ser indefenso que no solamente cuidarás, alimentarás y educarás: también le protegerás y serás capaz hasta de dar la vida por esa personita.
Tengo claro que eventualmente mi hija crecerá y mi trabajo es prepararla con la inteligencia, educación, seguridad y amor propio necesarios para el día en el que finalmente alce el vuelo y deje de ser protegida por los brazos de mamá.
Pero mientras tanto, ahora que aún es pequeña, no puedo evitar desear protegerla de todo y angustiarme, a veces de forma exagerada, cuando siento que algo puede hacerle daño o puede suceder alguna situación que le ocasione tristeza. No tengo duda en que ser madre a veces puede ser muy duro.
Las madres y nuestra capacidad inagotable de protección y amor
Como comentaba al inicio, la maternidad me hizo vulnerable. Me ha mostrado miedos y debilidades que no sabía que tenía, y me ha traído preocupaciones que jamás habían pasado por mi cabeza. En los cinco años que tengo siendo madre, probablemente he tenido más angustias que en todos mis 32 años de vida.
Desde mi experiencia personal y hablando con otras amigas madres, he llegado a la conclusión de que las madres nos angustiamos demasiado. Y es normal, ¡es nuestros instinto de protección y amor hacia nuestros hijos! Queremos y deseamos lo mejor para ellos siempre.
Recientemente tuve que pasar por una situación difícil relacionada con la escuela de mi hija, y hablando con mi madre, quien siempre ha estado al pendiente de nosotras, le pregunté: ¿tú también sufrías tanto cuando yo era pequeña? Y si respuesta, desde luego, fue un sí.
Me dijo: "Hija, tu dolor siempre fue mi dolor, y cada vez que pasabas por algo que podría afectarte yo sufría en silencio". Jamás me di cuenta de esto. No recuerdo haber visto a mi madre sufrir o llorar o preocuparse por mí nunca. Siempre mostró una cara fuerte, valiente, amorosa, confortante. Me daba seguridad, amor y alegría.
Hasta que me convertí en madre, pude darme cuenta de todo esto. Ahora que soy mamá, puedo finalmente entender todo ese amor desmesurado y también, ese dolor y aflicción que solo una madre puede sentir. "Ser madre", me dijo mamá, "es lo más bonito y lo más doloroso que me ha pasado". Y lo entendí a la perfección.
Pero también, ser madre nos ha enseñado a ser más fuertes. A hacer lo necesario para proteger a nuestros pequeños y fingir que todo está bien, aunque eso a veces implique mentir un poco sobre las razones por las cuales nos ven llorando o pasar noches en vela pensando cómo podemos solucionar las cosas. Sin embargo, mi hija continúa dándome lecciones, y a veces hasta siento que ella es mi maestra de vida.
Nosotras nos angustiamos, pero ellos son felices
No creas que esto es solamente un escrito acerca de lo mucho que sufrimos las madres por los hijos, también viene con una lección personal que aprendí con nuestro más reciente problema: la capacidad increíble que tienen los niños para adaptarse a los cambios y aceptar las cosas.
Mientras yo lloraba angustiada pensando en todo lo que podría pasar, mi hija seguía con su vida normal. Cuando finalmente tuve que darle la noticia de que las cosas tendrían que cambiar de forma drástica, yo esperaba una reacción de tristeza y me encontré con todo lo opuesto: emoción y entusiasmo por algo nuevo.
Y ahí es cuando me di cuenta de lo maravilloso que es ser niño. Tenemos tanto, pero tanto que podemos aprender de ellos. A veces los adultos nos complicamos mucho las cosas, analizamos todos los posibles escenarios y nos enredamos pensando en las decisiones que debemos tomar.
Así que todo este escrito, en el que quizás me extendí demasiado porque lo he hecho con el corazón, es para decirte: te entiendo. Si me lees y te identificas con todo esto, quiero decirte que no estás sola. Que sí, que la maternidad puede llegar a ser muy angustiante y dolorosa porque sufrimos en nuestro afán por proteger a nuestros hijos. Pero al final del día, mientras les cuidemos y nos aseguremos de que sean niños sanos y felices, esa angustia no es para tanto y ellos siempre estarán bien.
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