Todas las madres tenemos un "sexto sentido"; un pálpito especial que nos conecta de una forma inexplicable con nuestros hijos. Se trata de la "intuición maternal", un sentimiento tan poderoso como fascinante.
En algunos casos, esa intuición se va desarrollando poco a poco, pero en otros se despierta prácticamente desde el momento en que nos quedamos embarazadas. De hecho, muchas mujeres afirman haber sabido que estaban esperando un bebé antes de que el test lo confirmara.
En mi caso, noté esa especial intuición en mi segundo embarazo y comenzó a manifestarse desde el principio, cuando mi bebé apenas medía un centímetro.
Sin embargo, la conexión que sentía con mi hija era tan brutal, que incluso cuando el médico me confirmó mediante ecografía que estábamos esperando un varón, le dije con rotundidad que se equivocaba... ¡y mi intuición no falló!
Siempre supe que mi segundo bebé iba a ser una niña
Cuando te quedas embarazada, uno de los temas de conversación preferidos por la gente es el sexo del bebé. Es curioso escuchar debates y opiniones de todo tipo sobre si el bebé que esperas será niño o niña, así como afirmaciones sin fundamento basadas en la forma de tu barriga.
Durante el embarazo de mi primer hijo, he de reconocer que no viví este tipo de situaciones. Supongo que fue porque mi bebé iba a ser el primero en ambas familias y el primer hijo de amigos, por lo que la sola idea de tener un recién nacido entre nosotros eclipsaba todo lo demás.
Después de tantos obstáculos y tiempo buscando, yo estaba tan emocionada con aquel primer embarazo que lo último en lo que pensaba era en el posible sexo de mi bebé. Además, cuando "conectaba" con él, no lograba visualizarlo como niño o niña, sino como un pequeño "milagro" que había llegado a mi vida tras muchas dificultades.
Pero con mi segundo embarazo todo fue muy distinto.
Me quedé embarazada de mi hija tras sufrir tres pérdidas gestacionales consecutivas y ser diagnosticada de un trastorno de trombofilia. Aunque viví cada una de esas tres pérdidas como tres de los momentos más dolorosos de mi vida, he de confesar que con ninguno de aquellos bebés que se fueron llegué a sentirme realmente conectada.
Sin embargo, cuando vi el test positivo de mi hija mi corazón se aceleró y una sensación indescriptible comenzó a llenarme. A pesar de mi trayectoria de abortos y de mi mochila de miedo e inseguridades, en lo más profundo de mi alma sabía que ELLA se quedaría conmigo. Porque sí: desde el primer momento de mi embarazo supe que mi bebé iba a ser una niña.
Tan segura estaba de mi intuición que cuando buscábamos nombres para el bebé siempre le decía a mi marido que nos centráramos exclusivamente en los de niña. "¿Pero tendremos que pensar también en nombres de niño, no crees?", me preguntaba él, obcecado en la idea de que aquel segundo bebé pudiera ser otro varón.
Y yo simplemente le sonreía, acariciando mi tripa y visualizando a mi pequeña en mi interior.
"Se equivoca, doctor. Es una niña"
A las 17 semanas de embarazo acudí a una revisión con el ginecólogo. Tras comprobar mediante ecografía que todo estaba bien, mi marido le preguntó por el sexo que tenía el bebé.
Aquella inocente pregunta dio lugar a una situación cómica entre los tres, pues cuando le increpé a mi marido que ya le había dicho muchas veces que iba a ser una niña, el médico me rebatió: "No sé por qué dices que es una niña. Es un niño, se ve claramente".
Sin embargo, lejos de quedarme callada, y puesto que entre mi doctor y yo había entendimiento y buena relación, me atreví a decirle que se equivocaba. Él me sonrió y me dijo que rara vez se equivocaba en ese tema, pero que en la próxima ecografía saldríamos de dudas.
Y así fue. En la ecografía de las 20 semanas pudimos ver perfectamente que mi bebé era una niña. Mi intuición no solo no me había fallado, sino que a medida que avanzaba mi embarazo sentía que esa conexión casi "sobrenatural" que tenía con mi hija no hacía más que crecer.
Soñaba con mi bebé y su aspecto era igual que el que tenía cuando nació
Hubo un hecho muy curioso que me impactó profundamente; tanto, que incluso decidí documentarlo por escrito para no olvidar ningún detalle.
Como les ocurre a muchas embarazadas, a menudo soñaba con mi bebé.
Podía ver a mi hija en sueños de una forma perfectamente nítida y clara, y siempre tenía el mismo aspecto: era una bebé con mucho pelo de color negro azabache, ojos rasgados y labios y mofletes especialmente sonrosados. Curiosamente, no se parecía absolutamente en nada a su hermano, pues mi hijo nació con un pelo rubio como el oro y unos ojos grandes y bien abiertos.
El día en que mi hija nació y escuché a mi médico decir "¡Con cuánto pelo ha nacido, y qué morenita es!", el corazón me dio un vuelco. Todo en ella, incluso la forma rasgada de sus ojitos y el tono sonrosado de su piel, era exactamente igual que en mis sueños.
Es una "curiosa coincidencia", me decía la gente cuando les contaba esta historia, aunque yo siempre ha preferido llamarlo "profunda conexión". Y es que hay veces que la intuición de una madre durante el embarazo llega a ser tan poderosa, que ese vínculo llega a dejarnos momentos realmente mágicos y asombrosos. ¿No os parece?