Mis primeras horas como madre de mellizos

Recientemente compartía con vosotros uno de los momentos más bonitos de mi vida, la experiencia de mi parto gemelar. Una cesárea humanizada y respetada. El objetivo que tenía con ese artículo era que por fin hubiera en la red una experiencia positiva para todas las mujeres embarazadas que buscan un rayito de esperanza en torno a las cesáreas. Para que vean que hay casos como el mío, con final feliz.

La cuestión es que ese día dio para mucho más y hoy quiero contaros mis primeras horas como madre de mellizos. Mis primeros miedos, mis primeras emociones y esa sensación de ver a mis tres hijos juntos y pensar, "cuanto merece la pena todo esto".

Primer susto

Después del parto pasé a una sala durante dos horas junto a mi marido y mis dos nuevos milagros para empezar a conocernos e iniciar la lactancia. Bueno, realmente con Noa no fue necesario porque no soltaba mi pecho.

Desde el parto la neonatóloga no se había separado de nosotros porque Unai no paraba de suspirar y hacer como quejidos y no se enganchaba al pecho. "No me gusta" me dijo. "Vamos a darle un ratito y sino tendrá que ir a la incubadora. Creo que con el calor de mamá puede remontar". Ahí estaba otro de mis miedos, tener que separarme de uno de ellos. Todas las enfermeras me dijeron que tenía mucha suerte de haber dado con ella que defendía mucho el piel con piel, que cualquier otro médico ya me lo hubiera quitado.

En ese momento pasaron por mi cabeza todos los miedos que tuve durante mi embarazo. Sabía que a mi hijo mayor le amaba con locura pero me preguntaba si sería capaz de querer con ese misma fuerza a mis mellizos y me decía, bueno, siempre quise tener una niña, seguro que siento un amor incondicional hacia ella pero, ¿y con Unai? Ahí estaba el vínculo que me hizo sentir una debilidad tremenda por él desde entonces.

Estuvo pegado a mi pecho y a su hermana durante dos horas mientras me llevaban a la habitación para vivir otro momento importante, había que presentarles a su hermano mayor. Toda la familia respetó nuestra decisión de dejarnos unos momentos a solas a los cinco para que Izan pudiera conocer en primicia a sus hermanitos. Fue precioso ver como se enamoró en ese mismo instante de ellos. Como no paraba de mirarles sorprendido. De hecho a día de hoy no para de cuidarles y no ha existido ni un atisbo de celos.

Cuando terminó nuestro precioso momento la neonatóloga volvió y efectivamente, "el piel con piel ha funcionado. No hay nada como estar con mamá". Unai ya no se quejaba, había entrado en calor y empezaba a comer librándose de la incubadora.

Rompiendo más mitos

Otro de los mitos que rompí fue el de estar pegada a la cama, ese mismo día me pusieron en pie y pude cambiar pañales a mis pequeños. Eso sí... lo que nadie me había contado es que durante una cesárea hay que estar un par de días a dieta blanda, ¡con las ganas que yo tenía de jamón serrano!

De hecho el levantarme de la cama tan pronto fue para evitar pincharme heparina algo que la verdad agradezco porque no me veía muy capacitada para pincharme yo sola.

Subida de la leche

También cuentan que con una cesárea la leche tarda más en subir. Pues bien, con mi primer hijo tardé una semana en tener leche, de hecho estaba desesperada y mi bebé se moría de hambre. Pensé que no tenía leche y que mi sueño de lactancia se esfumaba. Nada más lejos de la realidad, conseguí establecerla durante 18 meses.

Con mis mellizos me subió la leche al día siguiente y fue tal la cantidad que tuve que pedir un sacaleches manual y extraerme un poco allí mismo para aliviar el dolor que sentía. Hoy tienen nueve meses y aún disfrutan de lactancia materna.

Recuperación

No mentiré, dolía mucho. Recuerdo que Unai tenía problemas para engancharse al pecho y la postura donde mejor lo hacía era de lado. Ponerme en esa posición en la cama era horrible. Sentía un dolor insoportable, casi comparable a cuando tenía que levantarme de la cama. Es cierto que tarde en recuperarme casi lo mismo que en mi primer parto, que fue vaginal, y eso que aquí tenía que cuidar a tres peques.

Quizá lo más difícil fue buscar la forma de darles el pecho sin que se apoyaran en la herida pero me hice un cojín de lactancia gemelar perfecto para darles de comer a la vez y librar de cualquier golpe mi cicatriz.

Compartir mi historia con todos vosotros tiene un motivo: quitaros el miedo a las cesáreas. Ver más allá de las historias negativas y los mitos y conocer los dos lados de la moneda. Saber que es posible tener un parto humanizado y que poco a poco espero que todas las mujeres puedan tener uno tan respetado como el que yo tuve donde se siguieron al pie de la letra absolutamente todos los puntos de mi plan de parto.

Dar a luz es una experiencia mágica pero encontrar un hospital y profesionales que te respetan como madre y persona hacen la experiencia mucho más gratificante aún. A día de hoy cuando acudo a consulta con mi doctora para revisiones cotidianas aún le doy las gracias por hacer de aquel momento algo mágico.

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