Cuando a tu mujer le hacen una cesárea que no esperabas y te quedas solo sin saber qué pasa
Tener un bebé es un proceso en el que participan activamente una mujer, su bebé y las personas que atienden a la mujer para que todo vaya bien. Y cuando el parto es por cesárea, también.
Los grandes olvidados, por razones obvias, son los maridos, las parejas, que acuden acompañando a la mujer para apoyarla en el proceso y para ver nacer a su hijos. Por eso casi nadie suele preguntarles cómo están, o qué han sentido. Y hay un tipo de partos que a muchos les afecta sobremanera: cuando le hacen una cesárea que no esperabas y te quedas solo sin saber qué pasa.
Los hombres también lloramos... y sufrimos
Ya sabéis, somos todos muy valientes y muy machitos porque nos han educado así, pero a la hora de entrar en un hospital, son muchos los que tienen ansiedad y hasta sienten como si las rodillas perdieran fuerza. Sí, los hombres también lloramos, faltaría más, y sí, también sufrimos.
Confieso que la primera vez que un hombre me dijo lo mal que lo había pasado en el parto de su mujer me sorprendió un poco. ¡Pero, si la que da a luz es ella!, pensé. La que tiene más derecho a sufrir, quejarse y llorar es ella, que es la que pierde el control sobre su parto y de repente no pare, sino que "la paren".
Sin embargo, pronto lo entendí. Yo soy enfermero. He visto muchas cosas porque trabajé bastante tiempo en las ambulancias de mi ciudad, atendiendo emergencias. He visto bastantes cosas en el hospital, y... bueno, el hecho de atender a personas en estado de ansiedad y sufrimiento te hace ser más capaz de tener temple cuando estás en ese mundillo, como paciente o acompañante.
Pero esto de trabajar en un servicio de salud no lo han vivido la mayoría de hombres, sino tan solo una minoría. Y los hay que no soportan ponerse una vacuna, sacarse sangre o simplemente ver una aguja, o un procedimiento que desconoce.
Que sí, que también hay mujeres así y dan a luz igual, pero los hombres lo viven en tercera persona, y confían en que todo va a ir bien hasta que alguien les dice: "le tenemos que hacer una cesárea. Ya. Espere aquí, por favor".
Esos minutos que parecen horas
Me pasó con el primero. Éramos jóvenes. Ella era joven. El bebé pesaba poco, no era muy grande y el embarazo fue perfectamente. Nada nos hacía pensar que todo acabaría en cesárea. Y sin embargo así acabó.
"Mira, ha habido un problema. El bebé está haciendo bradicardias, así que sospechamos que pueda tener una vuelta de cordón. Vamos a hacerle una cesárea ya... Espera aquí, por favor. Tranquilo...". Y basta que una persona de bata blanca te diga "tranquilo" para que dejes de estarlo.
Y lo llevé bastante bien, dado el caso. Nervioso sí estaba, claro, pero esperé pacientemente. Otros hombres, en cambio, sufren muchísimo más. Miedo, ansiedad, la incertidumbre de no saber cuál es el riesgo real, cuál la emergencia, si del paritorio saldrá su pareja con su bebé, o solo uno de los dos, o... sí, suena exagerado, pasa muy pocas veces, pero pasa. Y estas cosas pasan en los hospitales, que es precisamente donde están.
Son minutos. No es demasiado tiempo en realidad, pero suficientes para sufrir por la persona con la que un buen día decidiste compartir tu vida y por esa personita que lleváis nueve meses esperando a amar sin condiciones, aun cuando aún no la habéis conocido.
Suficientes para empezar a pensar que algo va mal, a pensar que nadie te dice nada y a pensar que, cuando te diga que quiere otro bebé, le dirás que te lo vas a pensar muy mucho.
Y hasta lágrimas, cuando por fin ves que todo ha ido bien
Porque las lágrimas si algo va mal son lógicas, pero muchos acaban llorando cuando reciben la noticia de que "ahora podrás ver un momento a tu bebé... todo ha ido bien". Dando las gracias a esa persona, al techo de la habitación, al Dios al que cree o quizás no y a los astros que deben haberse conjugado para que sucediera. Y finalmente a ella, por haberlo conseguido, por ser todo lo fuerte que ellos dudan ser capaces de ser.
Y luego los protagonistas son ellos, claro: la mamá y el bebé. Y los papás se quedan con ese sufrimiento contenido. A veces lo cuentan, lo sueltan: "qué mal lo he pasado". Pero a veces se lo callan porque no sienten que sea justo hablar de su sufrimiento, comparado con el que hayan podido sentir ellas.
¿Y cómo ayudarles?
Lo primero, evitando que el padre se quede solo, pero esto no es cosa nuestra, sino de los hospitales, que deberían ir incluyendo en sus protocolos el acompañamiento de las parejas en caso de cesárea.
Y una vez ya ha sucedido, pues contando un poco con ellos también, si el parto ha sido como para sentir miedo. Lo que suele ayudar son dos cosas muy simples de hacer y que muy poca gente hace: preguntar y escuchar. Bueno, tres cosas en realidad: preguntar, escuchar y no juzgar.
- Preguntar qué tal está, cómo lo ha vivido, qué ha sentido, por si en una de esas te dice eso "uff, yo me he quedado solo y no sabía qué pasaba... lo he pasado fatal", que puede dar pie a preguntar un poco más: "¿Quieres hablar de ello?", por si les parece lo suficientemente importante como para hacerlo.
- Escuchar, porque si empiezan a hablar, lo lógico y lo que ayuda es escuchar lo que te dicen, no cortarles y hacer un ejercicio de comprensión y empatía: lo que conocemos como escucha activa.
- No juzgar, que es un resumen de lo que muchos hacemos: emitir el juicio de "no es para tanto", "bueno, pero ya está", "bah, pero si ha ido bien, hombre", "pues yo conozco a uno que lo pasó mucho peor" y evitar el consejo "venga, olvídalo, que no ha sido nada", sino quedarnos más bien con un "bueno, si hay algo que pueda hacer por ti, dímelo, de verdad... y si en otro momento quieres volver a hablar de ello, ya sabes dónde estoy".
Porque son ellos mismos los que lo superan con el paso del tiempo y a medida que lo hablan con la familia, los amigos, la pareja y con su bebé. Sí, con él también, porque cuando lo cogen, lo sujetan con suavidad y por fin le miran a los ojos y sienten su calorcito les dicen "ay, qué mal me lo has hecho pasar, pero cuánto me alegro de que estés aquí".
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