Esta técnica la realizan desde fuera, palpando sobre la tripa de la mamá entre la semana 36 y la 38 aunque hay casos en los que se ha realizado en las semanas posteriores, en el 50% de los casos, se consigue girar al bebé. Esta técnica se utilizó sobre todo en los años 60 y 70 del siglo pasado pero hoy en día, hay muy pocos obstetras que practiquen cambiar la posición del feto. Esta técnica sólo se practica cuando se dan una serie de condiciones, que exista suficiente líquido amniótico, que no exista sufrimiento fetal y que además, no existan causas que desaconsejen el parto vaginal. Durante el procedimiento de esta técnica la mamá puede sentir un leve dolor, pero según los especialistas, es soportable sin anestesia.
De todas maneras, esta técnica ha caído en desuso ya que los ginecólogos no la recomiendan por las posibles complicaciones graves que pudieran surgir, como puede ser un desprendimiento de placenta, etc. De momento no se ha demostrado que esta técnica sea inocua y ante la duda, más vale prevenir. Además, existen informes que indican que hay un aumento en la mortalidad perinatal asociada con esta técnica.
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