Acabemos con el "A mí me pegaban cachetes y me castigaban y no me ha pasado nada". Sí, pasa

A menudo, cuando se publican artículos sobre los efectos negativos que tiene para el desarrollo de los niños ser educados mediante castigos, gritos o azotes, surgen voces que defienden estas prácticas alegando que "antes se hacía así y no pasaba nada". También hay quien considera que para poner límites es necesario ejercer con 'mano dura', pues de lo contrario los niños saldrán maleducados, déspotas y caprichosos.

Personalmente, cada vez que leo este tipo de comentarios no puedo dejar de preguntarme: ¿Cómo es posible que todavía haya gente que crea que para criar a un niño es necesario recurrir a la violencia? ¿Cómo se puede defender lo indefendible? ¿Realmente hay quien piensa que "no pasa" por criar a un niño a base de castigos, gritos y azotes?

Sí que pasa, ¡y mucho!

Son tan obvias las razones por las que los padres deberíamos educar a nuestros hijos con amor, respeto y empatía, que cuesta trabajo creer que todavía haya gente que no lo vea.

Y es que, como decíamos al inicio, son demasiadas las voces que defienden el cachete a tiempo, el castigo o los gritos como formas de educar a los niños. Pero a pesar de que muchos se amparen en la típica excusa de "a mí me educaron así y no me ha pasado nada", lo cierto es que sí pasa, aunque probablemente no se den cuenta de las consecuencias si no se paran a reflexionar sobre ellas.

Estás normalizando la violencia (física o psicológica). Para empezar, resulta obvio que quienes consideran que "no pasa nada" por dar un cachete a un niño, gritarlo o castigarlo están normalizando estas formas de violencia.

Pero, ¿qué ocurriría si sustituyésemos la palabra "niño" por cualquier otra persona?. Veamos algunos ejemplos: "He castigado a mi marido sin salir de la habitación por no terminarse todo el plato de comida"; "He pegado un azote a mi abuela para que aprenda"; "Tengo que gritar a mi mujer para que haga lo que le digo"; "Mi jefe me ha pegado un cachete para que trabaje"... ¿Suena terrible, verdad? Pues entonces, ¿por qué no nos parece tan grave cuando el sujeto es un niño?

Repites patrones de conducta tóxicos. Los padres siempre buscamos lo mejor para nuestros hijos y actuamos en consecuencia. Nuestros padres lo hicieron lo mejor que pudieron y supieron en ese momento, pero eso no quita que con el tiempo se haya demostrado que la crianza autoritaria basadas en los castigos, cachetes y gritos no es positiva para el desarrollo de los niños.

Justificando esta forma de criar perpetúas en el tiempo patrones de conducta tóxicos que deberíamos erradicar.

La violencia engendra violencia. Está más que demostrado que los niños que son criados y educados con violencia tienen más posibilidades de convertirse en un futuro en adultos violentos. Por el contrario, un niño que es educado con amor, comprensión y respeto a sus necesidades asumirá como algo natural la importancia de ser empáticos y ayudar a los demás.

La violencia no educa. Por mucho que haya gente que se empeñe en afirmar que para educar bien es necesario pegar o castigar, la realidad es que la violencia física y/o psicológica (la ejercida cuando gritamos y castigamos) no son métodos educativos.

La ciencia ha demostrado que agredir y gritar a un niño bloquea su cerebro, le impide asimilar nuevos aprendizajes y afecta a su desarrollo, además de otros muchos efectos negativos que mencionaremos más adelante. Por su parte, los castigos generan resentimiento, deseo de revancha, retraimiento y rebeldía. Son las conocidas como '4R's del castigo'; cuatro consecuencias que en ningún caso van a llevar al niño hacia el camino del aprendizaje.

La violencia no corrige comportamientos. Pero si lo que buscas con tu actitud no es educar a tu hijo, sino corregir su comportamiento, debes saber que la ciencia tampoco te avala. Así lo explicábamos en el artículo "Los castigos físicos no corrigen ni mejoran el comportamiento de los niños, sino todo lo contrario", donde exponíamos un metaanálisis que analizó 69 estudios de diferentes países, el cual reveló que los castigos físicos no corrigen ni mejoran el comportamiento de los niños, sino que tienen exactamente el efecto opuesto.

La violencia (física y psicológica) deja una huella imborrable en la personalidad del niño. Pegar, gritar, chantajear/forzar, castigar... cualquiera de estas prácticas deja una huella imborrable en la personalidad del niño. Para empezar, la autoestima del menor se ve afectada, como también su autoconfianza y seguridad.

Está demostrado que los niños que son criados con gritos y/o azotes tienen más riesgo de convertirse en adultos inseguros, retraídos y con miedo a expresar sus opiniones. Los estudios también relacionan este tipo de crianza con un mayor riesgo de padecer trastornos psiquiátricos en la etapa adulta.

No estás demostrando amor a tus hijos. El niño que es agredido por sus padres física o psicológicamente no se sentirá querido por ellos, porque precisamente la agresión es una antítesis del amor. Y es que cuando gritamos, zarandeamos o castigamos a nuestro hijo estamos llevando a cabo una conducta perjudicial y dolorosa para él.

Esto no significa que los padres que actúan así no quieran a sus hijos, pero en ese momento no lo están demostrando como ellos necesitan. Por el contrario, se están dejando llevar por su propia rabia, frustración e inseguridad a la hora de solucionar un conflicto.

El vínculo con tus hijos se ve afectado. Menospreciar a tu hijo, gritarle, ignorarle (castigo), hacerle sentir inferior, abofetearlo... afecta a vuestro vínculo, pues genera desconfianza, inseguridad y miedo, impactando directamente en el tipo de apego que desarrollan los niños con sus cuidadores principales (y también con otras personas).

Los niños no son felices. Como padres tenemos la misión de criar hijos felices, y desde luego que educar con violencia estaría completamente reñido con la felicidad que debemos procurarles.

Cuando un niño es criado a base de gritos, castigos, amenazas verbales y azotes por parte de sus padres experimenta sensaciones desagradables como la soledad, la tristeza o la humillación, que nada tienen que ver con la felicidad con la que deberían crecer. Y es que, tal y como dijo Jane Nelsen, "¿de dónde sacamos la loca idea de que para que un niño se porte bien, primero debemos hacerle sentir mal?"

Pegar es un delito. Aunque todas las razones anteriores deberían ser más que suficientes para rebatir a quienes defienden el cachete como método educativo positivo y necesario, no debemos olvidar además, que en muchos países pegar es un delito.

En 1979, Suecia fue el primer país en establecer una prohibición específica para los castigos físicos y el maltrato hacia los niños, y desde entonces alrededor de 50 países han seguido sus pasos incluyendo España, donde es delito pegar a un menor.

Como padres podemos (y debemos) hacerlo mejor

El primer paso para querer cambiar estos comportamientos tóxicos con los hijos es ser conscientes de ello y dejar de buscar justificaciones que caen por su propio peso.

Es normal que en algún momento incurramos en estas prácticas de crianza. Somos humanos y cualquier puede perder los nervios en un momento dado, pero muy especialmente cuando este tipo de crianza forma parte de la herencia educativa que nos llegó de nuestros padres y profesores.

Pero es nuestra misión como padres hacerlo mejor. Por eso, si en algún momento te sientes desbordado y temes perder el control, párate, respira y reflexiona. Podemos hacer las cosas de otro modo, cambiar patrones adquiridos y educar con respeto y empatía.

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