El mundo no se cambia en dos días. De hecho, ni siquiera se cambia en dos años, ni en dos décadas. Y lo digo porque décadas es lo que ha pasado desde que fuimos niños y nuestros padres, profesores y otros adultos nos brindaron una educación.
Lo hicieron lo mejor que supieron y pudieron, siguiendo los patrones, instintos y recomendaciones de aquella época, cuando el estilo educativo predominante era el autoritarismo. Un estilo que lograba la obediencia de los niños por encima de lo demás, y cuyas consecuencias muchos están aún arrastrando.
¿Consecuencias? ¿De qué demonios estoy hablando? Si "esto se ha hecho toda la vida y no hemos salido tan mal", ¿no?
Cuando no importaba lo que quisiéramos o pensáramos
Hablo de aquella época de la infancia en la que teníamos que estar callados cuando hablaban los adultos, callados en clase y callados si la intención era abrir la boca para replicar, porque "a los mayores no se les contesta".
Hablo de aquella época en la que funcionábamos a base de premios, y sobre todo a base de castigos: esas horribles y poco educativas copias, lo de quedarnos sin patio, lo de llevarte a otra clase para que los demás vieran que te habías portado mal, lo de "castigado a tu cuarto", "te has quedado sin postre", "porque lo digo yo", "mientras vivas bajo mi techo" o la de recibir cachetes, incluso de los maestros (yo lo viví, y lo vi con mis propios ojos: profesores pegándonos para imponer disciplina). ¿Tan difícil era hacernos cómplices de nuestro destino? ¿Tan difícil era educarnos para ser justos? ¿Tan difícil era educarnos con el ejemplo?
Nos enseñaron a memorizar y no a pensar, porque la educación consistía en que los mayores nos dijeran lo que teníamos que hacer, pensar y decir. En muchos casos incluso anularon nuestro poder de decisión al considerar que nunca éramos lo demasiado mayores o maduros para escoger cómo vivir nuestras vidas. Y así llegamos muchos a la adolescencia teniendo, por primera vez, que tomar decisiones para las que no estábamos preparados, porque nunca antes se nos había dejado sopesar pros y contras, estudiar las opciones y conocer las posibles consecuencias. Y ojo, "no te equivoques con la decisión ni me defraudes" (o sea, elige bien: escoge lo que yo elegiría, hijo mío).
Y de aquellos barros, estos lodos
Nuestras infancias, aquella época de marcado autoritarismo, hizo de muchos niños lo que son ahora; lo que somos actualmente.
Claro que hay buena gente: hay mucha buena gente. Pero no gracias a la educación que recibimos, sino a pesar de ella. Todos tenemos nuestras luces y nuestras sombras, y se nos da muy bien eso de decir que "todo va bien", sonriendo, y "llámame y quedamos", aunque no tengas ganas de hacerlo.
Hemos aprendido a ser hipócritas, para creer y hacer creer que somos felices todos, cuando en realidad estamos todos tan ahogados por las responsabilidades que hasta hemos dejado, en los últimos años, que nos quiten muchos de nuestros derechos, y en cierto modo nuestra dignidad, víctimas de una crisis que no es culpa nuestra. Tanto estrés, tantas obligaciones, que apenas tenemos tiempo ni fuerzas para luchar por tener una vida mejor, porque cuando tendríamos que hacerlo preferimos desconectar de nuestras vidas ensimismados ante la televisión, animando el equipo de fútbol de turno o viajando para mostrar al mundo lo bien que lo hemos pasado en tal o cual sitio.
Se podría decir, de hecho, que hemos llegado a un punto en el que nuestra discapacidad emocional es más que evidente, incapaces de ayudar a quienes lo están pasando mal, porque ya se sabe: "ojos que no ven, corazón que no siente". Es más, a menudo incluso cuando quieres ayudar lo haces mal, porque de pequeños nos enseñaron a no sentir y dar la espalda a las emociones negativas: no llores, no te quejes, sonríe, sé feliz y oye, no será para tanto. Y no sabemos cómo actuar cuando otro sufre.
Dicho de otro modo: nacimos para ser libres e intentar ser felices. Lo primero, yo diría que no mucho; y lo segundo... pues ya sabéis, jugamos a serlo, pero no conozco a nadie que no anhele un cambio importante en sus vidas: poder trabajar menos, poder viajar por doquier, poder dedicar más tiempo a sus hijos, o más tiempo a sus hobbys, que ya ni de eso tenemos tiempo; los estamos dejando para cuando nos toque la lotería o nos jubilemos. Penoso.
¿De qué hablas, Armando? ¡El mundo funciona así!
Sí, ya. Ya lo pillo. El mundo es capitalista, se mueve por el interés y todos intentan tener más: más dinero, más poder, más lo que sea. Y es así desde hace siglos, o milenios, creado por los hombres y para los hombres. Un mundo que aún no ha logrado la igualdad entre hombres y mujeres y que apenas cuenta con los niños... Es lo que nos ha tocado vivir.
Ahora bien, ¿soy el único iluso que cree que podemos hacer algo por mejorarlo? ¿De verdad? Porque sí, nuestros padres y profesores nos educaron del mejor modo que pudieron y supieron, pero nosotros tenemos la obligación moral de hacerlo mejor, mucho mejor. Dejad un momento la serie que estáis viendo y poned las noticias; y leed los periódicos (pero buscad buenas fuentes, porque muchos medios ni siquiera os dirán la verdad).
Ese, el mundo que veis en las noticias es el mundo en el que vivís. En el siglo XXI hay gente muriendo de hambre y de frío, por culpa de las guerras y a causa de unas armas fabricadas por los países más desarrollados, para que sean utilizadas allí donde haya conflictos, normalmente, por tener riqueza por explotar bajo el suelo.
Vamos, ¡que no estoy descubriendo nada! Que todos sabemos que nos gobiernan embusteros y corruptos y los seguimos votando... ¿acaso no merecemos que nuestros gobernantes tengan al menos la misma ética y moral que sus ciudadanos? ¿Que sean incluso mejores que nosotros? Porque yo no veo más que corrupción y manipulación por todas partes, y me preocupa mucho el mundo que estamos dejando a nuestros hijos.
Y los hijos que dejamos a nuestro mundo
Y como el mundo no lo podemos cambiar, porque quienes lo controlan son las grandes élites mundiales que nunca dan la cara pero manejan todos los hilos, al menos podemos velar por dejar en el mundo a mejores personas. Persona críticas, luchadoras, conscientes, empáticas, justas y solidarias: nuestros hijos.
¿Lo lograremos, con una educación basada en el respeto, incluso basada en la ciencia según los estudiosos de Harvard? Pues no lo sé, pero hay que intentarlo.
Hay que intentarlo porque cada vez que alguien dice que "a nosotros nos educaron así y no hemos salido tan mal" muere un gatito. Bueno, vale: no muere ningún gatito, pero damos la espalda a la posibilidad de hacer una revolución silenciosa comandada por el amor y el respeto. Que es precisamente lo que más falta en nuestro mundo: amor y respeto.
Y si no os lo creéis, encended la televisión, poned las noticias, y daos cuenta de cuántas cosas dejarían de pasar si en nuestros corazones hubiera más amor y respeto, y menos odio y ansias de poder. Ese amor y respeto que necesitábamos de pequeños y que en muchos momentos fueron suplidos por humillaciones, castigos, cachetes y la obligación de comportarnos como los demás consideraban que debíamos, a su imagen y semejanza, educados como mascotas obedientes y no como personas de futuro.
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En Bebés y más | “Esto se ha hecho toda la vida y no nos ha pasado nada” (I) y (II), Yo sí dejo llorar a mis hijos (porque quiero que sean niños equilibrados)