Muchos treintañeros de hoy en día recuerdan su infancia con veranos calurosos vagando por las calles con sus amigos porque sus padres les dejaban pasar el día fuera y no había que volver hasta la hora de la cena. Como mucho tocaba hacerse cargo de los hermanos pequeños y los mejores días eran aquellos en los que se alejaban más de lo que les dejaban, se metían en líos y, al final del verano, habían acumulado toda una colección de hazañas, cicatrices y recuerdos para toda la vida.
Probablemente no sea otra cosa que nostalgia, porque lo de que el sol siempre brillaba es mentira. Pero hay una cosa que sí que es verdad: el nivel de involucración de los padres en los 70 no es ni una décima parte de lo que se espera de los padres en la actualidad: en 2014 una mujer fue arrestada por permitir que su hijo de 9 años jugara en el parque mientras ella estaba trabajando.
Vamos a ver qué nos dicen los datos para entender hasta qué punto influye la involucración de los padres en los niños.
Una encuesta reciente entre niños de 8 a 12 años resaltaba que jugar en casa se ha vuelto lo normal, que uno de cada tres niños nunca ha chapoteado en un charco y que los padres cada vez ponen más límites a la distancia a la que se pueden alejar de sus casas cuando salen.
No sólo se trata de la seguridad de los más pequeños. Los padres ahora se preocupan más por el impacto que tiene su forma de educarlos, sintiéndose presionados para darles una gama completa de actividades estimulantes que hace años hubiera parecido algo absurdo. Con estos cambios han surgido dos tipos de padres y madres que tienen cosas en común: los “helicóptero” y los “cortacésped”.
Los padres helicóptero, como su nombre indica, pasan mucho tiempo rondando cerca de los niños, listos para lanzarse en picado y dar órdenes, ayudar o proteger (por lo general antes de que sea necesario). Los padres cortacésped van por delante de sus hijos, allanándoles el camino y asegurándose de que nada se interponga en su camino. Ambos tipos de padres cuentan con tácticas similares, como puede ser interferir significativamente en la vida de sus hijos ya crecidos si reclaman directamente a una empresa el hecho de que su hijo no ha obtenido el puesto de trabajo.
No tiene mucha ciencia
Como en todo, hay un término medio. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que darles oportunidades y apoyo les ayuda a ganar experiencia, confianza y relaciones que no obtendrían en otros casos. Sin embargo, hay una línea importante que separa ayudar a los niños y criarlos entre algodones.
Permitir a los niños la libertad de tomar ciertos riesgos jugando al aire libre es esencial para su desarrollo. Jugar de forma arriesgada no significa poner a los niños en peligro, sino permitirles hacer cosas de niños: escalar, saltar desde alturas y ponerse cabeza abajo, son buenos ejemplos. Los juegos con cierto riesgo les permiten poner a prueba sus límites y resolver problemas, algo que también incluye aprender qué ocurre cuando te pasas de ambicioso y te das un buen coscorrón.
¿Y si los secuestran? ¿Acaso no existe la posibilidad de que los secuestren si les permitimos salir sin estar vigilados? Es muy poco probable y, a pesar de lo que salga en las noticias, el riesgo de que secuestren a tu hijo no ha aumentado (en Reino Unido) y sigue habiendo una probabilidad del 0,0005% desde que se empezaran a recoger datos en la década de 1970. En realidad, los niños son mucho más propensos a ser secuestrado por alguien que conocen (incluso por uno de sus padres) que por un desconocido acechando entre las sombras.
Sin tener en cuenta los posibles riesgos, intervenir y darles oportunidades a los niños constantemente no es bueno para su desarrollo. Es posible que nos hayamos olvidado de cómo eran las cosas en nuestra infancia, pero es normal (y beneficioso) que los niños se aburran porque el aburrimiento mejora la creatividad y la resolución de problemas, mientras que recibir estímulos de forma constante impide que se desarrolle la imaginación, da igual que los niños se apunten a clases de creatividad.
Estar pendientes en todo momento y ayudarles siempre que sea posible también puede ser contraproducente. Se ha descubierto que los niños con padres que intervienen frecuentemente son más propensos a tener ansiedad. Aunque la relación no tiene por qué ser casual, si se les ayuda con todo es probable que no consigan desarrollar confianza en sí mismos y, por el contrario, cuando los niños juegan solos se enfrentan a nuevos retos y aprenden a resolver problemas, mientras aumentan su capacidad de imaginación.
Este tipo de interacciones durante los primeros años pueden tener consecuencias a largo plazo. Una investigación con estudiantes universitarios ha descubierto que cuanto mayor sea el grado de “helicóptero” de los padres, mayor es el riesgo de depresión y ansiedad en el estudiante. Por otro lado, aquellos estudiantes que están acostumbrados a unos padres muy permisivos, son más propensos a mostrar rasgos de narcisismo y delirios de grandeza. La ansiedad no es buena, pero tampoco lo es un exceso de confianza y una expectativa de que la vida es de color de rosa.
Habiendo dicho todo eso, que los padres se involucren, en particular en una relación cercana con padres cariñosos pero firmes, siempre es algo beneficioso. Es cierto que confiar en sus propias capacidades puede aumentar la seguridad del niño en sí mismo, pero también le va a ayudar tener el apoyo de los padres. No hay que olvidar que, a pesar de que los secuestros no han aumentado, si que cada vez hay más tráfico y la libertad y los riesgos tienen que ser apropiados.
Encontrar el equilibrio adecuado puede parecer más complicado de lo que es. Hace más de 50 años, el pediatra y psicoanalista Donald Woods Winnicott introdujo el concepto de “ser padres suficientemente buenos”, demostrando que los padres que daban cariño y proporcionaban un entorno estimulante (y que también eran capaces de establecer ciertos límites y no reñían a sus hijos si no hacían lo suficiente) tenían hijos con mejores resultados.
Puede que a este pediatra también le afectase la nostalgia pensando en volver a los veranos largos y calurosos. Sin embargo, muchos expertos hoy en día todavía creen que es una estrategia sensata para criar a niños seguros de sí mismos e independientes.
Autor: Amy Brown, Profesora asociada de Salud Pública Infantil, Universidad de Swansea.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.