Os traigo hoy mi comentario de un magnífico libro, “Brújula para navegantes emocionales” de Elsa Punset, Licenciada y Master en Filosofía y Letras por la Universidad de Oxford, estudió composición en la Manhattan School of Music e Ingeniería de Sonido en la New School de Nueva York. Al regresar a España trabajó en la Cadena SER y completó su formación con el Master de Periodismo de El País. Trabajó como editora en el área educativa del Grupo Anaya y más tarde desempeñó la dirección editorial de la Fundación Autor.
Actualmente Elsa, madre de dos hijas, investiga el plano emocional del ser humano bajo el patrocinio de la Fundación Marcelino Botín y es autora de esta obra que considero imprescindible, especialmente para los padres, que buscamos ofrecer a nuestros hijos una educación y una crianza basada en el respeto y en la salud emocional.
Explica que cuando somos niños la educación implícita y explícita que recibimos no es respetuosa hacia nosotros y se nos inculca que debemos formarnos de acuerdo a lo que los adultos nos indican en todo momento. La imagen que se nos da de nosotros mismos es que somos imperfectos e ignorantes y es del mundo de los adultos del que debemos esperar toda apobación.
Convencidos de que no pueden confiar en sus sentimientos y de que su mente es todavía débil, los niños entregan su autoridad a los adultos que les rodean: padres, maestros, familiares, vecinos… Probablemente no dejarán ya de hacerlo jamás -siempre temerán que sus decisiones conscientes, y por supuesto su forma de sentir la vida, sus emociones, no sean las adecuadas. Les habremos convencido de ello desde la cuna.
Llega un momento en el que no nos conocemos a nosotros mismos y no reconocemos nuestra creatividad y moralidad, sino que somos lo que padres y profesores han querido modelar. Eso nos hace crecer con una tara, la falta de confianza en nosotros mismos y la costumbre de esconder nuestras emociones.
Cuando somos adultos, nos amoldamos a una sociedad jerarquizada en la que dependemos de la opinión de los demás para poder sentirnos cómodos con nuestras decisiones y nuestros sentimientos. Necesitamos la aprobación de los demás para sentirnos adecuados. Si seguimos las normas, recibiremos esta aprobación. Cualquiera que se salga del engranaje emocional y social se sentirá abandonado a su suerte, sin necesitar siquiera la desaprobación explícita de los demás. Simplemente, sentirá que ya no pertenece al grupo y asociará este sentimiento con la desaprobación, es decir, con la exclusión del grupo.
La necesidad de aprobación y de pertenencia se convierte en lo que guiará nuestro comportamiento para siempre, pues, desde niños hemos sido deformados, más que formados, para no ser nosotros mismos y ocultarnos tras las apariencias.
Así, los demás se convierten poco a poco en fuente de seguridad para nosotros, porque dependemos de su aprobación para todo. No nos relacionamos como iguales, sino como dependientes. No hemos aprendido a relacionarnos de forma sutil, a través de los sentimientos, las afinidades, las necesidades afectivas espontáneas. Reconocemos al otro según los símbolos materiales que exhibe, las ideas que expresa, los periódicos que lee o el tipo de coche que conduce. Según el grupo al que queremos pertenecer, debemos asimilar determinados símbolos de pertenencia. Poco a poco, reemplazamos los vínculos genuinos entre seres humanos, la simpatía o el amor que brotan de forma espontánea, por esos intercambios estructurados que nos ofrecen la seguridad de pertenencia a un grupo humano, a cambio de la aceptación de determinadas normas.
No solamente el modelo de crianza impositivo es demolido por Elsa Punset en esta obra, también el sistema educativo actual es analizado y presentado con tintes nada amables. Una reformulación de la pedagogía y de toda la organización educativa se hace imprescindible para que los niños crezcan con confianza en sus posibilidades, con creatividad y con libertad.
La educación, a raíz de convertirse en universal y obligatoria, parecía posibilitar el acceso de todos a herramientas de conocimiento que pudiesen ayudar a cada cual a controlar, hasta un punto, sus vidas. Pero los cimientos de la educación creada para las sociedades de la revolución industrial estaban calcados sobre los modelos políticos y sociales imperantes: los criterios eran utilitarios, educar a la gente para que pudiesen trabajar y contribuir a la economía de mercado, y el modelo era autoritario y jerárquico: un maestro todopoderoso dictaba sus verdades a los niños.
La obra avanza adentrándose en el conocimiento de los patrones de nuestras acciones. Conocer el miedo, la ira, los intereses egoístas que anidan en nosotros, es indispensable para ordenar las emociones, sin reprimirlas, pero sin dejar que dejen su impronta y dominen nuestro cerebro.
Os recomiendo vivamente esta obra, “Brújula para navegantes emocionales”, de Elsa Punset, un libro imprescindible para conocernos mejor y ser más felices y mejores padres.
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