Los niños aprenden de múltiples maneras y los padres somos sus mejores maestros. En nosotros se fijan a la hora de adquirir importantes y nuevas habilidades (como por ejemplo el aprendizaje de normas sociales), pero también nos buscan para que les guiemos en el aprendizaje de otras cuestiones cotidianas.
A la hora de enseñar a los niños una nueva habilidad (por ejemplo, montar en bici, nadar, hacer su cama, atarse los cordones, sonarse la nariz, asearse...) debemos hacerlo de una forma positiva, evitando caer en ciertos errores que lejos de educar, pueden afectar a su autoestima.
Compararlos
Con demasiada frecuencia caemos en el terrible error de comparar a nuestros hijos con otros niños: con sus hermanos, compañeros de clase, vecinos, o incluso con nosotros mismos cuando teníamos su edad.
Pero es importante entender que cada niño es único y sigue su propio ritmo, por lo que jamás debemos presionar a nuestro hijo con la idea de que ya debería dominar una habilidad, simplemente porque otros la dominan.
Un ejemplo muy claro lo encontramos a la hora de aprender a montar en bici, pues mientras que hay niños muy precoces para adquirir esta habilidad, a otros les lleva más tiempo lograrlo. Respetemos las peculiaridades de cada niño.
Ser demasiado exigentes con ellos
Muy al hilo de lo anterior, también podemos caer en el error de exigirles por encima de sus posibilidades, habilidades o grado de madurez. Esto sucede especialmente cuando los comparamos con otros niños, o cuando nos regimos por un consenso general que establece que a una cierta edad los niños ya deberían haber adquirido una determinada habilidad.
El aprendizaje de la lectoescritura es un ejemplo muy evidente. Los expertos aseguran que el cerebro del niño no está preparado a nivel madurativo para leer y escribir antes de los seis años. Sin embargo, en la mayoría de los colegios se les enseña a hacerlo en la etapa de Educación Infantil (3-6 años). Pero el problema no está en enseñarles, sino en exigirles que adquieran una habilidad para la que muchos aún no están preparados.
Depositar en ellos nuestras expectativas
Queremos que nuestro hijo aprenda a montar en bici con soltura para que nos acompañe en nuestras salidas al campo. Nos gustaría que fuera el mejor futbolista de su equipo y celebrar los goles por todo lo alto. Desearíamos que aprendiera a tocar el piano tan bien como lo hacía su abuelo. Queremos que deje el pañal cuanto antes, porque en el colegio se lo exigen...
Muchas veces los niños actúan movidos por nuestras expectativas, y sus opiniones o necesidades no siempre son tenidas en cuenta. Pero es fundamental entender que las expectativas son exclusivamente nuestras y jamás deberíamos trasladárselas a ellos, pues hacerlo afecta a su autoestima, confianza y seguridad, además de ocasionarles una gran presión.
Regañarlos cuando se equivocan
Cuando los niños aprenden una habilidad nueva es normal (y esperable) que se equivoquen una y otra vez.
El error forma parte del aprendizaje, por lo que lejos de verlo como un problema, debemos entender que es un camino fundamental que nuestro hijo debe recorrer para alcanzar sus objetivos.
No tener en cuenta su opinión
Enseñar a los niños nuevas habilidades (algunas indispensables para su vida) no debería estar reñido con tener en cuenta sus gustos y opiniones.
Por ejemplo, aprender a escribir es necesario, pero quizá a nuestro hijo le cueste aprender con cuadernillos tradicionales de caligrafía, y se sienta más motivado a adquirir esta nueva habilidad utilizando otros métodos.
Otro ejemplo podría ser aprender a nadar. Sabemos que es bueno y recomendable enseñarles cuanto antes, pero si a nuestro peque le cuesta ir a clases de natación, quizá podríamos posponerlo para dentro de unos meses o simplemente buscar otro momento en el que se sienta más receptivo y con ganas.
En resumen, los padres somos los mejores guías que tienen los niños a la hora de aprender nuevas habilidades. Pero para adquirir nuevos conocimientos desde la motivación y el aprendizaje lúdico, es importante no caer en este tipo de prácticas.
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