Conectar emocionalmente con nuestros hijos tiene importantísimos beneficios para su desarrollo; entre ellos, el fortalecimiento de su autoestima, la autoconfianza y la mejora en nuestra relación.
Podemos lograr esa conexión diaria mediante pequeños gestos que nos acercan emocionalmente a nuestros hijos y a sus necesidades. Pero por desgracia, también es fácil que suceda lo contrario y caigamos en situaciones y hábitos que nos perjudiquen.
Hoy hablamos de las interferencias cotidianas a las que nos enfrentamos los padres y que nos pueden llevar a ignorar las necesidades y emociones de nuestros hijos, alejándonos de ellos y afectando a nuestra relación.
Las prisas
Los adultos vivimos en un mundo de prisas. La vorágine del día a día, las responsabilidades en las distintas parcelas de nuestra vida y los imprevistos que siempre surgen nos acaban engullendo de forma atronadora, obligándonos a activar el 'piloto automático' desde que nos levantamos y hasta que nos acostamos.
Esto genera un conflicto con nuestros hijos, pues los niños que viven el aquí y el ahora, necesitan tiempo, paciencia y acompañamiento respetuoso para crecer, desarrollarse y aprender.
Para combatir esta importante inferencia debemos comenzar respetando sus tiempos, sus necesidades madurativas y sus habilidades. El trato respetuoso, la comunicación positiva y la conexión con uno mismo también son hábitos fundamentales para poder desprendernos de las prisas.
El cansancio
Cuando los padres estamos agotados, la relación con nuestros hijos se ve afectada. El cansancio acaba provocando falta de paciencia, y esto nos lleva a exigir a los niños "que se porten bien", "que se duerman enseguida", "que se callen", "que no hagan esto o lo otro"... En definitiva, nuestra necesidad de descansar choca de frente con sus necesidades infantiles.
Además de descansar correctamente, delegar y pedir ayuda cuando lo necesitemos, hay hábitos diarios que podemos poner en práctica para relajarnos, como los ejercicios de meditación, la respiración consciente o practicar yoga.
El estrés
El estrés es el gran enemigo de nuestra sociedad actual, y además de tener terribles consecuencias sobre nuestra salud, también afecta a nuestro comportamiento y, por tanto, a nuestra relación con los demás.
A la hora de relacionarnos con nuestros hijos, el estrés nos puede llevar a hacer o decir cosas que aunque no las sintamos realmente, dejan una profunda huella en los niños y afectan negativamente a nuestro vínculo.
Combatir el estrés y la ansiedad no siempre es fácil, y en ocasiones es necesario pedir ayuda profesional. No dejes de hacerlo, por tu bien y el de tu familia.
La falta de autocuidado
Es una realidad: los padres siempre nos dejamos para el final, y no dedicamos suficiente tiempo a descansar, desconectar y mimarnos. Esta falta de autocuidado provoca un desgaste físico, mental y emocional que se va acumulando día tras días, y que por supuesto acaba interfiriendo en el clima familiar.
Cada día deberíamos encontrar un momento de autocuidado, más allá de darnos una ducha o hacer un recado a solas. Se trata de encontrar aquella actividad que realmente nos llene, nos motive y nos permita recargarnos de energía para seguir educando y acompañando a nuestros hijos como se merecen.
La monotonía
La monotonía provoca desinterés, desmotivación y falta de conexión con las personas con las que convivimos. ´Y es que tener la sensación de vivir en un eterno bucle sin fin, nos sumerge de lleno en el aburrimiento y nos impide apreciar lo realmente importante.
En contra de lo que se suele creer, escapar de la monotonía no es una tarea complicada ni requiere de grandes planes. Basta con adoptar pequeños hábitos que nos permitan disfrutar de la vida con mayor plenitud al tiempo que conectamos con nuestros hijos.
¿Qué tal empezar el día con un paseo al colegio, en lugar de ir en coche? ¿Y si improvisáis una cena especial preparada por los peques de la casa? ¿Qué os parecería organizar una noche de sacos en el salón, un maratón de juegos de mesa o una coreografía divertida!
¡Son muchas las cosas divertidas que podemos hacer para romper con la sensación de hastío y crear recuerdos familiares que nos acompañen toda la vida!
Las falsas expectativas
Aunque está claro que no existen las madres ni los padres perfectos, muchos caemos en el error de tener ciertas ideas y planes sobre la vida con hijos que en ocasiones son bastante irreales o inalcanzables.
Estas falsas expectativas nos desconectan por completo de las necesidades de nuestros hijos, pues estamos más preocupados por compararnos con otros padres, comparar a nuestros hijos o guiarnos por las redes sociales, que mirar, escuchar y atender a nuestros hijos como lo que realmente son: niños y niñas únicos, especiales, incomparables y con sus propias necesidades.
El querer ser "padres perfectos"
Hay estudios que han demostrado que la necesidad de los padres de querer ser perfectos, no solo nos provoca presión, estrés, agotamiento y ansiedad, sino una profunda falta de conexión con nuestros hijos.
Pero a los niños les da igual vivir en una casa impoluta, lucir el mejor disfraz DIY de carnaval o llevar al cole el bizcocho casero más rico del mundo. Lo que desean realmente es que les miramos con el corazón, les escuchamos y les tengamos siempre en cuenta.
El exceso de actividades
La agenda de los niños a menudo está sobrecargada de actividades extraescolares que ocupan la mayor parte de su jornada, impidiéndoles jugar todo lo que necesitan y pasar tiempo en familia. También la multitarea y los problemas de conciliación de los padres, pueden acabar haciendo mella en la relación con nuestros hijos.
Para evitar que tanto niños como adultos seamos engullidos por un exceso de tareas que nos impida disfrutar de la compañía mutua, es recomendable clasificar aquellas que realmente es necesario hacer y aquellas de las que podemos prescindir o posponer.
Por ejemplo, quizá podamos aplazar el momento de hacer la colada y en su lugar, pasar tiempo con nuestros hijos. Pero si no fuera posible, podríamos hacer la colada en familia, enseñando a los niños nuevas habilidades al tiempo que disfrutan de nuestra compañía.
Otro hábito que podríamos adquirir -y que además tiene grandes beneficios para todos- es el de practicar deporte en familia, en lugar de hacerlo de manera individual.
La presión social
Y por último queremos destacar otra importante inferencia que afecta a la relación con nuestros hijos: la presión que sentimos por el qué dirán los demás sobre nuestra forma de criar y educar, y que nos puede llevar a hacer cosas que realmente no queremos ni sentimos.
Esto sucede muy habitualmente cuando los niños tienen rabietas en público, desafían los límites delante de otras personas o tienen comportamientos sociales que los adultos no consideramos "adecuados".
Esta presión al creernos juzgados por los demás nos lleva a desconectar por completo de las necesidades de nuestros hijos, obligándolos a hacer cosas que no quizá no quieran en ese momento, como por ejemplo compartir sus juguetes, pedir perdón a la fuerza, besar a desconocidos o contener sus emociones.
En definitiva, criar y educar a los hijos es un camino complejo que requiere de nuestra paciencia, amor incondicional y acompañamiento respetuoso. Siendo conscientes de las interferencias que pueden alterar el vínculo con nuestros hijos, nos resultará más fácil esquivarlas o trabajarlas para que no afecten a esa conexión tan fundamental de la que hablamos.