En temas anteriores abordaba las cuestiones fundamentales en las que la etología, la paleontología y la antropología nos pueden servir de herramientas para entender mejor a nuestros hijos, especialmente cuando son bebés.
Sin embargo, nuestros hijos crecen y estas disciplinas, enfocadas en explicar las características de nuestra especie desde el punto de vista evolutivo, van a seguir sirviéndonos mucho. Nuestros niños son Homo Sapiens Sapiens y eso ya nos dice mucho sobre ellos, sobre como crecen, como se relacionan, como aprenden y como son felices.
Nuestro bebé humano crece
El bebé humano sigue creciendo dependiente para moverse (recordemos que hemos sido nómadas o cuasinómadas durante milenios) y buscará los brazos de su madre o de otro adulto conocido para que lo lleve a pesar de poder caminar ya cuando se canse o sienta inseguridad o miedo. Es un impulso natural que revela lo sano que es, evolutivamente, nuestro hijo.
Nuestro cerebro sigue creciendo después del nacimiento a un ritmo acelerado enorme, y solo cuando llegamos a los dos años podemos calcular que estamos en el mismo estadío de crecimiento que el de, por ejemplo, un chimpancé recién nacido.
Es decir, a los dos años nuestros hijos son capaces de hacer, aproximadamente, lo que un chimpancé, pariente cercano, hace, aunque, claro, ha aprendido además muchas otras cosas gracias a su larga infancia y a su gran cerebro. Hasta entonces, es tan vulnerable y dependiente como un feto de nuestros primos.
Neotenia
Nacemos, por tanto, comparativamente, en un estado fetal y lo más curioso es que mantenemos a lo largo de nuestra vida muchas características del organismo inmaduro, lo que se llama neotenia.
Nuestras neotenias son muy características de nuestra especie, que mantiene la ausencia de pelo fetal durante su existencia (con excepciones localizadas en el cuerpo), está carente de defensas naturales (garras o colmillos) y no destaca por su capacidad para escapar a toda velocidad. Seguimos siendo vulnerables como crías, al menos en apariencia.
Pero no estamos indefensos, ni mucho menos. Todo nuestro potencial para sobrevivir radica en nuestro cerebro y en algo extraordinario que en el ser humano destaca: la capacidad de aprender de experiencias pasadas mediante la memoria emocional y proyectar sus acciones en el futuro. Una neotenia muy particular, la de seguir aprendiendo toda la vida y manteniendo la curiosidad. Lo que nos hace humanos.
El Sapiens Sapiens aprende
Nuestra característica es esta, la de la inteligencia y el aprendizaje durante toda la vida. Esto condiciona que, aunque seamos capaces de aprender muchas cosas, la que se quedan permanentemente aprendidas serán las que tengan valor emocional y signficativo para nosotros, las que nos importen y las que sepamos, por experiencia, que nos son útiles.
Todo este proceso de aprendizaje se mantiene a lo largo de toda nuestra vida, lo que sin duda, es una característica muy determinante en el ser humano pero que se cimenta en el largo proceso que es la crianza y la educación del niño humano, que investiga por él mismo y busca el apoyo de un adulto de confianza que lo contenga emocionalmente y cuide de su seguridad, a la vez que le enseña normas, procedimientos y estrategias.
Aprendemos en contextos emocionalmente enriquecedores y significativos y eso, especialmente en los niños, es algo que se debe tener muy en cuenta.
La mejor escuela para el Sapiens Sapiens
La mejor escuela es la vida. Me refiero a que lo que tocamos, amamos, vivimos y experimentamos es lo que se queda en nuestro cerebro pues tiene verdadero sentido y nos importa.
Si volvemos a la paleontoantropología vamos a encontrar en ella posibles respuestas sobre cual sería el sistema educativo ideal, que sería coherente con nuestras características como especie.
Los niños humanos han crecido, durante el 99% del tiempo de nuestra especie sobre la Tierra en grupos humanos bastante pequeños, con un contacto directo durante todo el día con sus figuras de apego y su familia directa.
La institucionalización por razones educativas es algo artificial y muy reciente desde el punto de vista de la especie. Es una estrategia cultural, nada más. No responde realmente al aprendizaje natural ni a las necesidades emocionales de los niños, pero si podría adaptarse a ellas con un poco de esfuerzo. Su necesidad y utilidad debería estar en consonancia con el respeto a las características naturales de la especie: los niños crecen en grupos pequeños y con la presencia de sus padres. No se gana nada separándolos tempranamente o evitando que se adapten poco a poco, con su presencia constante, a otros grupos. Y menos si esos grupos son de muchos niños pequeños, de la misma edad, con un solo adulto.
Las personas que les enseñaban cosas a los niños sapiens sapiens los amaban y los niños amaban a esos adultos. Eran su familia.
La socialización natural del niño sapiens sapiens se producía en el grupo familiar extenso, con personas de todas las edades, con la supervisión permanente del adulto en una ratio muy baja, pues eso grupos humanos debían rondar los 20 a 30 individuos. Los niños con los que jugaba eran conocidos y familiares, y eran pocos y de diferentes edades, lo que favorecía que unos aprendieran y otros enseñaran.
El estar con otros 20 niños de la misma edad varias horas al día y con un solo adulto con el que no tienen un vínculo personal familar es algo muy raro y novedoso en nuestra especie y claramente no concuerda con nuestra programación evolutiva. Puede tener razones de utilidad, pero no razones naturales defendibles. Y debería ser capaz de sumar ambas.
Los niños, naturalmente, socializan y aprenden, en un entorno coherente con las características evolutivas de nuestra especie: en grupos pequeños de niños y adultos emocionalmente unidos y de todas las edades. Una escuela ideal para los sapiens sapiens debería funcionar sobre esas premisas y favoreciendo el aprendizaje vivencial, significativo, individualizado y emocional.
Volviendo al niño, que sigue creciendo pero enormemente necesitado de protección, cuidados y alimentación, está preparado para desarrollar el lenguaje y aprender con placer. Como seres grupales nuestro aprendizaje y nuestro bienestar viene dado por la emoción, el amor, el reconocimiento y la aceptación. Aprender y desarrollarse emocionalmente es muy dificultoso en un ambiente hostil o neutro. Amor y conocimiento van unidos en los humanos. No hay que forzar el desapego.
Tema aparte merece el juego, como elemento fundamental que estructura el aprendizaje de los cachorros humanos, una forma de experimentar, representar e interpretar la realidad mediante la imitación y la acción segura. ¿Juegan bastante nuestros hijos y se usa el juego en la escuela como base del aprendizaje?
El entorno nos influye, nuestros padres también, pero eso no debería suceder en contra de nuestros condicionantes genéticos y evolutivos, sino favorecerlos para lograr un pleno desarrollo de todas nuestras posibilidades.
La paleontoantropología, una disciplina que analiza la forma de vida de nuestros ancestros (iguales genéticamente a nosotros) tiene mucho que enseñarnos sobre nuestros hijos y nos ofrece herramientas para entenderlos y cuidarlos mejor, como lo que son, pequeños sapiens sapiens indefensos y necesitados de todo nuestro amor. Otro día, si el tema os interesa, hablamos de Adán y Eva, no de los bíblicos, sino de los antepasados más antiguos comunes a todos los seres humanos.
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