Son nuestros hijos, les queremos con locura y nos encanta darnos cuenta, cuando aún son pequeños, que tienen la capacidad de hablar con gente conocida y desconocida, que son muy sociables y divertidos.
Algunos lo son en mayor medida, y otros lo son un poco menos, por desconfiados, pero con un poco de tiempo son capaces de hacer cosas que a nosotros nos daría verdadera vergüenza hacer. Sin embargo, a medida que van creciendo son muchos los niños, por no decir la mayoría, los que se van haciendo cada vez menos extravertidos, y a algunos padres les sorprende mucho: ¿Y si a medida que crecen son niños cada vez más tímidos y vergonzosos?
Cuando son pequeños se dedican simplemente a disfrutar
Es así. Cuando son pequeños se dedican a jugar, a disfrutar, a centrarse en las cosas que les parecen importantes y a obviar las demás. A los dos o tres años, por ejemplo, pueden mostrarse vergonzosos con algunas personas concretas que no conocen, pero una vez tienen confianza son capaces de cantar sin preguntarse si lo hacen bien o mal, de vestirse de cualquier manera sin preocuparse por la imagen que proyectan, de bailar aunque estén fuera de compás y de hablar en público sin contar con que puedan tener decenas de espectadores (incluso de decir las verdades que piensan y dejar a los padres en más de un compromiso).
Y como digo, a los padres nos encanta ver esa espontaneidad y esa capacidad de relacionarse con los demás, precisamente porque creemos que serán así siempre, que tendrán don de gentes, que sabrán comunicarse, que serán espontáneos, graciosos, divertidos y locuaces, que son características que consideramos positivas en las personas.
Sin embargo, todo eso tiene fecha de caducidad
Ahora bien, sucede cuando crecen que maduran como personas y pasan de importarles todo bien poco a empezar a sentir que forman parte de un todo, que son uno más, y que son capaces de generar opiniones, así como de recibirlas de los demás.
Vamos, que empieza la socialización a lo bestia, a partir de los 5 ó 6 años, y empiezan a evitar ciertas conductas para evitar críticas, empiezan a seleccionar (quizás) la ropa, o el peinado, y tienen más en cuenta que todo lo que hacen puede tener una repercusión externa positiva o negativa.
Y no digamos nada si se cruzan con algún niño o niña de los que disfrutan riéndose de los demás, o si parecen ver que aquello que a él le gusta no es precisamente lo que más gusta al resto; vamos, si se dan cuenta de que quieren pertenecer a un grupo pero, por su manera de ser, sentir o ver las cosas, parece ser excluido.
¿Es entonces normal?
Claro. Como hemos dicho al principio, los niños hacen cosas que a los adultos ni se nos ocurriría hacer, porque nos da vergüenza, apuro, porque no queremos exponernos. Pues si nosotros de niños también lo hacíamos, está claro que en algún momento nos volvimos más conservadores, y esto suele suceder a partir del momento en que empezamos a formar parte de diferentes grupos de amistades, básicamente, porque nos empieza a importar lo que los demás piensen de nosotros.
¿No tenemos todos claro que cuando son pequeños podemos darles un beso en la puerta del colegio y cuando son más mayores casi te dicen que aparques el coche una manzana antes de llegar? Quieren mostrarse independientes, mayores, autosuficientes y proyectar una imagen de que ya no son los niños o niñas de mamá y papá, sino que son los que manejan sus propias vidas. Tienen vergüenza de que piensen que se les ha de considerar pequeños y empiezan a comportarse de manera mucho más controlada.
Sin embargo, a veces hay que ayudarles
Como digo, es normal que se vuelvan más precavidos, calculadores y cohibidos a la hora de comportarse delante de los demás, que aparezca el pudor, la vergüenza y la timidez, y debemos respetar sus tiempos en ese sentido.
Sí podemos ayudarles si la cosa es muy exagerada y se encierran demasiado en sí mismos, porque entonces tendrán un problema grave de socialización que afectará a la comunicación, a la autoestima, la confianza en sí mismos y la capacidad de trabajar en grupo, negociar, etc. En casos así habrá que buscar seguramente ayuda psicológica profesional, para ir hallando la manera de superar lo que podría considerarse una fobia.
También tenemos que estar alerta si esto sucede de manera muy rápida, muy brusca, si nuestro hijo era de una manera concreta y de la noche a la mañana cambia por completo y se retrae socialmente. Aquí puede haber un problema de abusos de algún tipo y esa puede ser la manera que tenemos los padres de detectarlo.
Por otro lado, si no es tan bestia, pero nos preocupa, debemos tratar de buscar herramientas que les ayuden a ser más comunicativos sin que sufran por ello. Muchos padres "empujan" a sus hijos a llevar a cabo terapias de choque que pueden provocar un problema mayor: ¿Que al niño le da miedo hablar en público? Pues lo apunto a teatro; ¿Lo pasa mal cuando no conoce a los niños? Pues lo llevo allí donde no conoce a ningún niño y lo dejo solo.
Esto puede ser un error porque si es en contra de su voluntad pueden pasarlo realmente mal, sufrir mucho y generarles aún más rechazo y ansiedad. Lo ideal es respetar sus tiempos y, si hace falta, ayudarles de otra manera: acompañarles un rato cuando estén con niños desconocidos hasta que empiecen a coger un poco de confianza, buscar actividades en que tengan que hablar con otros niños y otras personas, quizás en grupos pequeños que luego sean cada vez más grandes, y en los que hablen todos (un grupo de lectura, de debate,...), hablar con los profesores para que les echen una mano y los hagan más partícipes en la clase, etc.
Vamos, buscar un equilibrio entre el forzar, que nunca debe hacerse, y el permitir que el niño se haga cada vez más introvertido, vergonzoso y tímido, que tampoco puede beneficiarle en nada, entendiendo por qué les pasa esto y poniéndonos en su lugar: si fuera yo quien estuviera en su situación, ¿cómo lo vería? ¿Cómo me comportaría? ¿Cómo lo hacía cuando tenía su edad?
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