Dentro de nuestro Curso de maternidad y paternidad hablábamos ayer de la sensación de estar desbordados y como canalizarla para que no perjudique la armonía familiar. Decíamos que una vez logremos una vida más armónica con las necesidades de los niños nos encontraremos con que habrá menos momentos de desbordamiento por su parte y también por la nuestra. Y esto va a pasar por la forma en la que abordemos los conflictos y determinemos las normas.
Sin embargo, las situaciones de berrinches o problemas van a existir siempre, pero estará en nuestra mano el mejorarlos y conseguir que vayan reduciéndose. La clave, como siempre, una comunicación empática y el ejemplo que seamos capaces de dar a los niños.
Entender que los conflictos son inevitables es importante, viéndolos como una oportunidad de crecimiento, es una postura positiva que deberíamos completar con la capacidad de ser justos y flexibles en las normas.
Los conflictos son parte de la vida
Seamos claros, los conflictos son parte de la vida. Cuando es pequeño el niño querrá una chuchería o un juguete. Más mayor, querrá bajar a jugar o ver una película cuando no sea conveniente. Llegará a la adolescencia y querrá más libertad o hacer cosas que puedan ser peligrosas o poco convenientes. Vosotros estaréis cansados, querréis tiempo libre sin interrumpciones o consideraréis necesario que los niños hagan algo que no les apetece.
No penséis que la vida va a ser siempre un camino de rosas pues todos, incluso los que nos queremos y nos comprendemos, a veces chocamos, pensamos diferente o queremos cosas diferentes. La cuestión que vamos a cambiar no significa negar que vaya a haber diferencias, sino modificar la forma de enfocarlas y resolverlas.
Hay padres que tienen una solución: haces lo que yo mando y punto. Apuesto a que ya sabéis que no es la yo os voy a aconsejar. Eso no quita que habrá situaciones en las que no es posible negociar nada, que hay que tomar una decisión y está es clara por la seguridad del niño.
Unos ejemplos serían estos: no se puede ir sin el cinturón en el coche, no se puede sacar el cuerpo por la ventana, no se puede encender el fuego de la cocina, no se molesta a los animales, no se meten los dedos en los enchufes y no se puede pegar a nadie.
Ante estas situaciones no hay negociación. Pero si debe haber explicación y entendimiento de las razones emocionales o de falta de entendimiento que ha llevado al niño a hacer eso o a querer hacerlo.
La explicación a veces puede darse para conseguir que el niño desista por propia iniciativa, pero cuando hay riesgo físico la explicación vendrá después, una vez apartado el pequeño del peligro y siempre tratando de estar lo más tranquilos posible por muy grande que haya sido el susto. Cuando retomemos a nuestro niño de tres años con un berrinche veremos como los conflictos deben resolverse de forma que ayuden a que futuros conflictos se soluciones mejor.
Normas
Pero, aparte de los casos en los que el comportamiento del niño entraña peligro, soy de la opinión de que en casi todo lo demás las normas son muy flexibles, de hecho, las reglas en cada casa son diferentes. Todos somos diferentes y las normas lo son también.
En mi casa, por poner un ejemplo, no se puede uno sentar en la cama con ropa de calle (manías mías completamente ilógicas posiblemente pero me da asco y mi hijo respeta esa manía para que yo me sienta cómoda) pero si saltar en el sofá y en la cama sin zapatos. Hay que cambiarse los zapatos al entrar en casa, pero si se olvida uno no es muy grave, siempre que no sea con las botas que llevamos para estar en el establo; esas es obligatorio quitárselas en la puerta.
Hay casas donde todos se quitan los zapatos al entrar, casas en las que comer en la cama es una aberración y casas en las que hablar en la siesta está prohibido. Hay casas en las que a las 10 se apaga la luz y casas en las que uno se va a dormir cuando tiene sueño.
Las normas son flexibles, o, al menos, deberían serlo y lograr que fueran un pacto consensuado entre todas las partes o, al menos, que todas las partes puedan comprenderlas y opinar. Y deberían adoptarse en beneficio, primariamente, de los niños y sus necesidades.
Llevando la situación un poco a su extremo, pensemos en esos padres que se enfadan si el niño dice una palabrota y ellos no se las sacan de la boca. O los que se enfurecen si el niño no se aplica en la escuela pero ellos no abren un libro jamás. O los que se empeñan en que el niño rebañe un plato de una comida que aborrece mientras ellos comen fatal y no tocan lo que no les gusta. O los que comen en la bandeja viendo la tele pero exigen que los niños lo hagan siempre sentados a la mesa aunque sean pequeños y estén agotados, prohibiendo que se levanten aunque hayan terminado y los adultos sigan de conversación en los postres. La coherencia, en cualquier norma, es básica.
¿Alguien recuerda los filetes de hígado? Yo vomitaba de verlos, menos mal que no me obligaban, pero tampoco puedo decir que mi madre se los comiera, y es que le debían dar tanto asquito como a mi. Las normas de un hogar no pueden ser las mismas para todos, pero si deben ser coherentes y aplicarse con un espíritu igualitario. Ser justas y tener sentido.
Sobre las normas no hay un modelo que todas las familias podamos adoptar pues no todos somos iguales. Pero si puedo daros un consejo general: analizad las normas y atreveos a digerir el que no siempre las normas que ponemos los adultos son adecuadas para los niños ni son respetuosas con sus necesidades. Asumido esto, cambiad y flexibizad lo que sea necesario.
Las normas no son eternas, no son inmutables, y no están hechas para vuestro beneficio o para encajar perfectamente en los modelos sociales mayoritarios, sino para que las personas sean felices y puedan crecer armónicamente respetándose. Las normas deben ser, sobre todo, un esquema que permita que los niños se desarrollen sanos y seguros.
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