Llorar es tan humano como sonreír, enfadarse o disfrutar, además de ser un mecanismo sabio del cuerpo y la mente, que nos ayuda a descargar energía, a procesar vivencias e incluso, de forma indirecta, a pedir ayuda.
Así, el llanto es una respuesta humana natural ante situaciones de tristeza, estrés o incluso alegría intensa (cuando nos emocionamos). Qué ocurre, que como adultos, a veces intentamos 'proteger' a nuestros hijos de nuestras emociones, especialmente de aquellas que percibimos como negativas, como el llanto.
Sin embargo, es importante normalizar que todas las emociones cumplen su función, así como reflexionar sobre el impacto que tiene en los niños ver a sus padres llorar y cómo esto puede convertirse en una valiosa oportunidad para enseñarles sobre la gestión emocional.
Las emociones de los niños ante el llanto de sus padres según la edad
Ver a sus padres llorar puede ser una experiencia confusa y emotiva para los niños cuando no se ha hablado sobre emociones en casa o cuando son aún muy pequeños. En su inocencia, los pequeños suelen ver a los padres como figuras fuertes y protectoras, por lo que encontrarse con una imagen diferente, como la del llanto, puede generar diversas emociones en ellos.
Sin embargo, aunque muchas veces los adultos intentamos ocultar las lágrimas para proteger a nuestros hijos, permitir que vean nuestras emociones puede ser una oportunidad valiosa para enseñarles sobre la importancia de sentir y expresar lo que llevamos dentro como algo natural, humano y necesario (además de sanador).
La reacción de un niño al ver a sus padres llorar dependerá en gran medida de su edad y de su capacidad para comprender las emociones. Los más pequeños, entre 2 y 4 años, aún están desarrollando su conciencia emocional y pueden sentirse confundidos o asustados cuando ven a mamá o papá llorando. Al no entender completamente el motivo detrás de las lágrimas, su reacción más común es buscar consuelo o incluso llorar con ellos.
Los niños en edad preescolar, de entre 5 y 7 años, ya tienen una mayor capacidad para identificar emociones en los demás. Pueden preguntar directamente "¿Por qué estás triste?" y tratar de ofrecer consuelo, aunque aún no comprenden del todo las razones complejas detrás de ciertas emociones adultas. En esta etapa, es esencial que les ofrezcamos explicaciones sencillas y tranquilizadoras, validando lo que sienten sin abrumarlos con detalles que puedan resultar demasiado para su comprensión.
A partir de los 8 años, los niños tienen un mayor desarrollo emocional y cognitivo, lo que les permite comprender mejor el contexto detrás de las emociones de los adultos.
A esta edad, pueden asumir roles más activos en el consuelo de sus padres, pero también es cuando empezamos a notar cómo internalizan el malestar. Aunque pueden verbalizar su preocupación, como "No quiero que estés triste", también puede aparecer una tendencia a sentirse responsables de la situación.
La importancia de normalizar las emociones
Llorar delante de nuestros hijos no solo es natural, sino que también puede ser una herramienta educativa. Al permitir que nuestros hijos vean que también tenemos emociones difíciles, estamos enviando un mensaje importantísimo: es normal sentir tristeza, frustración o cansancio. Las emociones no son ni buenas ni malas, simplemente forman parte de la experiencia humana.
Cuando los padres intentan evitar llorar frente a sus hijos, lo que puede parecer un acto protector, en realidad les están privando de una lección de vida: y es, que todas las emociones deben ser sentidas, no escondidas.
Además, podemos estar creando la falsa expectativa de que los adultos siempre tienen que estar bien y que las emociones "fuertes" son algo que se debe evitar o controlar en exceso. Qué pasa, que al mostrar nuestras emociones con naturalidad y hablar de ellas, ayudamos a que los niños aprendan a gestionar las suyas propias.
El equilibrio entre compartir y proteger
Pero es importante hacer otro apunte. Aunque es importante que los niños nos vean expresando nuestras emociones, también debemos ser conscientes de sus límites. Si bien está bien que nos vean llorar, no deben sentirse responsables de nuestro bienestar emocional. Por ejemplo, un niño puede acercarse a consolar a su madre o padre, lo cual está bien, pero no podemos esperar que carguen con nuestras preocupaciones o problemas. Son niños y merecen serlo.
Y aquí es donde entra la importancia de respetar sus ritmos y su rol como niños. Aunque nos consuelen con un abrazo o una palabra amable, no debemos permitir que asuman responsabilidades emocionales que no les corresponden. El consuelo debe ser mutuo, pero los adultos tenemos la responsabilidad de gestionar nuestros propios problemas sin trasladarlos a los pequeños.
Algunas señales de que un niño podría estar asumiendo responsabilidades emocionales inapropiadas son comentarios como "No quiero que llores más", "Voy a hacerte feliz" o "Si soy bueno, mamá estará contenta". Estos sentimientos, si no se gestionan adecuadamente, pueden generar en ellos una carga emocional que no les corresponde.
Respetar la infancia y los roles, algo necesario
Los niños necesitan sentirse seguros y protegidos, pero también necesitan ver que las emociones forman parte de la vida. El reto como padres está en mostrar nuestras emociones de manera honesta, sin invadir su espacio emocional o dejar que se sientan responsables por nosotros. Es un equilibrio delicado, pero necesario.
Al final del día, lo que los niños necesitan es saber que, aunque los adultos también sienten tristeza o frustración, están capacitados para superarlo. Que sus padres son humanos, con emociones, pero que esas emociones no son un peso que ellos deban cargar.
En definitiva, llorar delante de nuestros hijos no es algo que debamos evitar (otra cosa es que queramos protegerles de algunos temas que por edad no pueden aún entender, siendo eso natural).
Pero, en general, llorar delante suyo, y siempre que vaya acompañado de una explicación si la necesitan, es una forma de enseñarles a gestionar sus propias emociones, siempre que lo hagamos con cuidado y respetando su rol como niños. Normalizar el llanto es positivo, pero sin olvidar que la responsabilidad de gestionar las emociones de los adultos no es, ni debe ser, una tarea de los más pequeños.
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