Cuando se convoca una huelga de Educación mis sentimientos son encontrados. Por un lado, comprendo perfectamente la necesidad de la comunidad educativa y su derecho a oponerse a medidas y leyes que consideran que recortarán la fundamental base de la Educación escolar, que es conseguir una verdadera calidad y la universalidad de un derecho que llegue a todos por igual, sea cual sea la ubicación geográfica, la capacidad económica, la clase social o las capacidades del alumno.
Por otro, siento que el verdadero motivo queda difuminado si después de una huelga de Educación lo más importante va a permanecer igual.
Ya hemos analizado anteriormente los fallos graves del sistema Educativo, las propuestas reales que mejorarían su calidad, las necesidades de los niños y la Ley de Educación que ahora comienza su andadura. Pero, en realidad, los fallos del sistema siguen siendo los mismos.
Mientras padres y educadores acepten que el sistema imponga la memorización, los libros de texto, una única manera de evaluación, la falta de espíritu crítico, los castigos, las notas, las mochillas que rompen la espalda y los inútiles deberes, ninguna huelga servirá de mucho. Hay muchas cosas que se pueden mejorar desde las aulas y los hogares, y es esto lo que después de una huelga de Educación debe cambiar en cada aula y en cada hogar.
Para ello lo que se necesita, sobre todo, es voluntad y el deseo auténtico de escuchar a los niños y trabajar de otra manera. Es el reto. Es camino de verdadero empoderamiento educativo y es posible.
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