¿A quién no le da vergüenza caerse en público? ¿Meter la pata, decir algo que no tocaba...? Hablamos del sentido del ridículo, un sentimiento que actúa como mecanismo psicológico de defensa para preservar nuestra autoestima.
Los niños también lo tienen, sobre todo a medida que van creciendo. Sin embargo, si este sentimiento es excesivo, puede llegar a hacer que se encierren en sí mismos, que no salgan de su zona de confort o que se queden paralizados a la hora de relacionarse con los demás. ¿Cómo abordarlo con ellos?
El sentido del ridículo: hasta qué punto es normal
El sentido del ridículo es aquel sentimiento de vergüenza, nervios o temor a que se rían de nosotros, a que nos juzguen, a meter la pata o a "quedar mal". Por ejemplo, equivocarse en una exposición oral o en público, caerse delante de mucha gente, que en un grupo de gente, piensen que estamos diciendo tonterías al dar nuestra opinión...
Como curiosidad, el miedo patológico a hacer el ridículo se llama gelotofobia, aunque esto sería un caso extremo. Hasta cierto punto, tener sentido del ridículo es totalmente normal, y no es algo que deba preocuparnos.
Hemos de saber que, el sentido del ridículo tiene una función clara; nos protege de situaciones sociales que nos podrían avergonzar, protegiendo así nuestro "yo" y nuestra autoestima. Gracias a él, los niños son más cautos, más reflexivos, y no se dejan llevar tanto por sus impulsos.
Sin embargo, cuando este sentido es excesivo, y lleva a los niños a dejar de hacer cosas, a no exponerse ni relacionarse, a pasarlo realmente mal, entonces sí está interfiriendo en su día a día. Las causas pueden ser varias; baja autoestima, sensibilidad, timidez como rasgo de la personalidad, ansiedad social, haber vivido alguna experiencia traumática...
Niños con gran sentido del ridículo: cómo podemos ayudarles
1. Analiza qué hay detrás
Tras un fuerte sentido del ridículo, suele haber algo mucho más profundo. Por ejemplo, miedos, inseguridades... Así que, para poder entender mejor a tu hijo, averigura cuál es su miedo. Tal vez, ¿a que se rían de él?
¿A sentirse expuesto? ¿A sentir que no pertenece al grupo? ¿Hay alguna inseguridad en él? ¿Algún complejo físico? ¿Una baja autoestima? Podemos conversar sobre esto, abiertamente, con él, y preguntarle. La idea es ayudar a nuestro hijo a entender qué hay detrás para empezar a trabajar en ello y superar este miedo.
2. Relativiza con él
Los errores nos hacen humanos, y además, los comete todo el mundo; trasladarle este mensaje le puede ayudar a relativizar. También, hacerle preguntas como: ¿qué es lo peor que puede pasar? Y eso, en una escala del 1 al 10 sobre el nivel de gravedad de las cosas que te pueden pasar en la vida, ¿qué número sería? Se trata de hacerle ver que, incluso el "peor escenario posible" para él, no sería tan grave.
Podemos seguir con preguntas como; en ese caso, ¿qué ocurriría? ¿Cómo actuarías? Y que pueda ver que, aún en ese caso, tendría recursos para afrontar la situación. Recuerda, no se trata de invalidar sus sentimientos, sino de no quedarse anclados en ellos ni hacer una bola más grande de la situación.
3. Acompáñale a exponerse
Seguramente, si tu hijo tiene miedo a hacer el ridículo, evita a toda costa exponerse demasiado (evita ir a lugares con mucha gente, incluso, a quedar con sus amigos, a dar su opinión, a ponerse X tipo de ropa...). Pero los miedos se superan exponiéndose a ellos.
Por ello, acompaña a tu hijo a exponerse poco a poco a las situaciones que tanto teme (y refuerzale). Puede hacerlo primero contigo y después solo. El objetivo es que entienda que, exponerse no implica necesariamente hacer el ridículo. Y que, en caso de que así suceda, la situación no es tan grave como seguramente la percibe.
Para esta tarea, podéis hacer una lista conjunta con todas las cosas que deja de hacer por ese miedo, es decir, qué situaciones evita, para así exponerse progresivamente a cada una de ellas.
4. Desmontando pensamientos arraigados
Como decíamos, tras este intenso miedo a hacer el ridículo, existen también otras causas que están más escondidas. Por ejemplo, los pensamientos irracionales. Los niños con mucho sentido del ridículo pueden pensar; "seguro que se ríen de mí", "lo haré mal", "haré el ridículo", "pasaré vergüenza y no sabré reaccionar", etc.
Si nos fijamos, son pensamientos irracionales, que no tienen ningún sentido y que además, hablan del futuro, de algo que aún no ha pasado. Y, de momento, ¡no somos adivinos!
Por ello, ayuda a tu hijo a identificar estos pensamientos y a hacerlos un poco más realistas; por ejemplo, en lugar de pensar "seguro que se ríen de mí", es más realista pensar "tengo miedo a que se rían de mí, pero esto no tiene por qué ocurrir". Ya no hablamos de algo absoluto, sino de una afirmación más objetiva.
5. Fomenta su autoestima
Con frecuencia, tras este intenso miedo a hacer el ridículo se esconden inseguridades y una baja autoestima, así como la creencia de que se van a reír de ellos, que van a hacer algo mal... Por ello es tan importante trabajar su autoestima y su seguridad personal.
Para esta tarea, nos puede ayudar, por ejemplo, hacer una lista con ellos de sus fortalezas (y analizarlas), o una lista con sus recursos personales en el caso de que hicieran el ridículo (podría ser; hacer bromas, no darle importancia, expresar el disgusto...). Si quieres más ideas para trabajar la autoestima con los niños, el juego también puede ser un gran aliado.
6. La importancia de reírse de uno mismo
Otro antídoto muy eficaz para afrontar los miedos es el humor. Así, el reírse de uno mismo puede ser un recurso que aprenda tu hijo cuando deba manejar este tipo de situaciones "vergonzosas"; si por ejemplo, se cae, que pueda él también reírse de la situación.
Y es que la risa ayuda a relativizar (a "quitarle hierro al asunto"), a reducir los niveles de ansiedad y a mirarnos con amor y compasión (nos permite empatizar con nosotros mismos). Y además, es un facilitador social, que nos ayuda a conectar con los demás.
7. Explícale situaciones donde tú hiciste el ridículo
Finalmente, para ayudarle a relativizar sobre el asunto, también puede ir bien exponernos nosotros. Es decir, explicarle situaciones en las que nosotros hicimos el ridículo, y que, aunque no fueron agradables, ahí se quedaron. Contarles ¿qué pasó?, ¿cómo reaccionamos?, ¿qué nos ayudó a relativizar la situación?
A través de nuestro testimonio, también pueden darse cuenta de que, no son los únicos a los que les pasa. Y que es algo normal, que no somos perfectos, ni falta que hace, y que además podemos seguir cayendo bien a la gente, y sentirnos aceptados, incluso después de haber metido la pata. ¡Somos humanos!
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