Ese extraño momento cuando tienen 2 ó 3 años en que no quieres que crezcan y deseas que se hagan mayores

Este niño de la foto, y de las fotos que veréis a continuación, es mi hijo Guim. Mi tercer hijo Guim. El último de mis herederos. Tiene ahora 3 años y desde hace más o menos un año entró en una etapa de lo más extraña, al menos para su padre.

Extraña porque está en una edad en la que aún quedan rasgos de la época en que era bebé, porque aún es pequeñito y sientes que ya no tendrás nunca más un niño chiquitín, y quieres que no crezca más, y extraña porque está en una edad en que parece que sufre una adolescencia temprana y hay momentos en que se pone tan insoportable que te dan ganas de gritar: "¡qué ganas de que tengas 6 años!".

Pues de eso hablo hoy, de ese extraño momento cuando tienen 2 ó 3 años en que no quieres que crezcan y deseas que se hagan mayores.

No quieres que crezcan

Hace unas semanas puse una foto suya en mi Facebook y dije "no crezcas nunca", porque está en una etapa graciosísima de la vida, en que es todo inocencia, todavía puro, espontáneo, tal y como es. Dice lo que le apetece y lo que no, pues no lo dice. Hace lo que quiere y lo que no, pues no lo hace. Tiene esa lengua de trapo con la que inventa cada día su propio idioma. Pocoyó es "Copoyó", Superman es "Chucheman", Spiderman es "Síniman", imposible es "implosible", plastilina es "apilina", tengo pipi es "quendo pipi", hacer es "asé" y claro, cuando hila varias de estas palabras una tras otra en una frase, gesticulando y poniendo cara de trascendental, lo miras y te dices "no sé si contestarle o comérmelo a besos". Y unas veces le contestas y otras, te lo comes a besos.

Y está en la época en que aún se deja. Lo puedes coger, achuchar, hacer cosquillas, darle besos en sus mofletitos y aún se ríe como cuando era bebé. Se parte de la risa, y si le dices que te dé un besito, te lo da con esa asincronía en que primero tocan los labios con los tuyos, o con tu mejilla, y medio segundo después, o antes, suena el beso.

Y te lo encuentras solo, jugando con unos muñecos, y uno le dice a otro "¡El poblema es el poblema!" y el otro le contesta con una voz de tío afónico y peligroso "¡No! Tenemo que asé algo. ¡Ere malo!" y claro, no puedes evitar quedarte mirando y escuchando qué se cuece en esos suburbios imaginarios, momentos antes de que llegue el héroe de turno a solucionar el tinglado.

Tiene aún esas piernecitas cortitas, los pies que pone hacia adentro cuando está tumbado y encogido, concentrado en algo, como cuando estaba hace tiempo en el útero, los hoyitos en diversas zonas del cuerpo y esa barriguita de bebé que no quiere irse todavía.

Y aún pesa poco, aún le puedes coger en brazos, aún puedes llevarlo en hombros, aún puedes disfrutar de cogerle y alzarlo por encima de tu cabeza y él se ríe, y le encanta esa sensación de alejarse del suelo, confiando en los brazos de papá, que le hacen volar.

Que se disfraza a todas horas, y le da igual ponerse un disfraz que pegarse un papel a una pierna con celo, o pintarse con rotulador todo el cuerpo, incluso la cara, y si puede ser, que sea un día antes de que pase algo importante, para que tenga que acudir con la cara toda roja, no sea que los demás no piensen que le has pegado una paliza a tu hijo. Y así, disfrazado, sale a la calle porque a él le da igual ir de una manera o de otra. Él es el Capitán América, y si puede enterarse todo el mundo, mejor. Que sepan que ha venido a impartir justicia.

Está en esa época, además, que se convierte en tu mejor socio. Allí donde vas, va él. Ni que vayas a tirar la basura. "Pero si bajo y vuelvo a subir". Le da igual, si te vas, él va. Corre a por sus zapatillas, se las pone como no toca (pero hijo, ¿todavía te las pones al revés?) y aparece a medio vestir, que te obliga a darle un repaso para ponerle los pantalones rectos y las zapatillas en el pie que van en realidad. Y le das la mano y te lo llevas, como si fuerais de excursión, basura en una mano, niño en la otra, al contenedor.

Y hace eso tan gracioso de señalar algo que te quiere enseñar y cerrar un ojo, como afinando la vista para explicarte claramente qué está señalando, cual arquero afinando su puntería para que la flecha haga diana.

Está en esa edad en que no conoce el peligro, y le da igual tener delante un perro chiquitín que uno que le triplique el peso. Los adora, y corre hacia ellos, y les acaricia como si no fuera a verlos nunca más, cogiéndoles de todas partes y haciendo ese "¡¡Aaaayyy!!" que parece que los quiere abrazar con todas sus fuerzas, como le hace a su perro, Roc, que lo tiene loco... que tanto le hace carantoñas como le da una paliza ("¡Noooo le pegueeesss, que le haces dañooo!").

Y esto solo son los detalles. Es un todo, es ver que está en el final de la época de bebé, que pronto será un niño más mayor y dejará atrás todo esto para dar paso a otras cosas también divertidas y especiales, pero diferentes. Yo querría que mi hijo fuera siempre así.

Quieres que se hagan mayores cuanto antes

Porque no tiene paciencia, que abre el armario para pedirte algo y como no vayas a la primera, o a la segunda, empieza a dar portazos. Que ve lo que tiene el otro y lo quiere, pero ya. Y si lo consigue, después de lágrimas, intento de lesión y de tratar de romper todo lo que está a su alcance acaba por dejarlo olvidado segundos después.

Que ya puedes tú explicarle que todavía no es la hora de comer, que te monta un pollo porque él quiere comer no sé qué (normalmente chocolate o algo que lo lleve) aunque no sea el momento. Que se pone a jugar con el perro, a hacerle daño jugando, y acaban los dos peleados, y el niño llorando.

Que juega con sus hermanos y se extralimita en el uso de las fuerzas, y los oyes saltando, riendo y gastando energía y al rato los oyes llorando, gritando y tratando de arrancarle el pelo al otro.

Que se despierta a las tantas de la mañana, desajustado con el horario de los demás, y luego se duerme a las tantas de la noche, con el mismo desajuste, y si encima ha echado una siesta porque estaba cansado, te puede dar la una, momento en el que tu cuerpo pide clemencia: sí, muchas noches es el último en dormirse.

Es esa mini-adolescencia en la que por cualquier cosa te la lían, se enfadan, te destrozan lo primero que pillan y te demuestran que tienen una paciencia mínima, como mínima intentan que sea la tuya, que te la ponen a prueba constantemente.

Y tienes ganas de que pasen los años de una vez y empiecen a entender las cosas, pero luego vuelven a hacer algo del anterior apartado, y te los quedas mirando, y te sorprendes diciendo: "no crezcas nunca".

Y peor (o mejor)... Cuando crecen, se te olvida todo y dices "¿Y si tenemos otro?" Y así nos juntamos en casa con tres.

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