Divorciarse nunca es bonito. Puede ser un proceso cortés si ambas partes son lo suficientemente maduras y finalizaron en buenos términos. Pero dramáticos o amigables, tienen un lado aterrador para muchos: volver a empezar. Solos. Y si sumamos hijos, los miedos se vuelven aún mayores.
Pero a pesar de ser una experiencia difícil en la mayoría de los casos, pasar por un divorcio ayuda a sacar lo mejor de ti, conociendo capacidades que sin estas circunstacias quizás nunca habrías descubierto. Te comparto una reflexión en la que cuento cómo el hecho de haberme divorciado me demostró que soy más fuerte de lo que pensaba.
No voy a romantizar un divorcio...
Esta reflexión no va de intentar buscar el lado positivo del divorcio, aunque si somos capaces de verlo con objetividad, podemos ver que en muchos casos es una bendición disfrazada, pues a la larga nos damos cuenta que fue la mejor decisión aunque en cierto punto parecía ser el fin del mundo. Pero hoy no hablaré de eso.
Mi intención no es romantizar la experiencia de divorciarse ni de que suene como que "gracias a mi divorcio" tuve la oportunidad de darme cuenta que soy capaz de hacer las cosas y no necesito de nadie. La realidad es que en teoría, nadie es indispensable, pero tampoco quiero sugerir que estar casados nos aleja de nuestro verdadero potencial y capacidad.
Simplemente, deseo compartir que a pesar de este difícil procedimiento, logré salir adelante y en el proceso, darme cuenta que soy mucho más fuerte de lo que pensaba, pues divorciarme me puso en una posición que me obligó a empujarme y exigirme más de mí misma. A respirar hondo antes de volver a comenzar y enfrentar con energía todo lo que estaba por venir.
...pero me hizo descubrir la fortaleza que tenía en mí
Siempre me ha maravillado cómo la maternidad me transformó. Sin duda hay un antes y un después en mi vida y mi forma de ser gracias a la maternidad. A pesar de que me mostró nuevos miedos e inseguridades, ser madre también me ha hecho más fuerte.
Todos sabemos que la fortaleza de las madres es impresionante, y que esta fortaleza es impulsada por el amor que tenemos a nuestro hijos. Y en un divorcio no es la excepción, porque no solamente se trata de ti, sino también de tus hijos: de protegerles y cuidarles, además de mostrarte fuerte y segura (aunque también está bien que te vean llorar).
Al reiniciar mi vida como madre divorciada, tuve que enfrentarme a muchos retos nuevos por los que nunca había pasado. Porque aunque somos capaces de hacer muchas cosas, en un matrimonio te acostumbras a dividir responsabilidades y confiar en la otra persona para hacer las que no son particularmente fáciles para ti. Pero cuando te divorcias, estás sola.
Y a pesar de que eso suene aterrador y desafiante, estas circunstancias te empujan a respirar hondo y aprender a tomar el toro por los cuernos, pues si no haces las cosas en casa, nadie más las hará. Al menos no hasta que tus hijos sean adolescentes o adultos y tengan la capacidad o edad necesaria para hacerlas, o si eventualmente te das la oportunidad de volver a tener una relación.
Después de divorciarme y quedarnos mi hija de tres años y yo solas en casa, naturalmente me volví la única adulta responsable. Si algo estaba mal, tenía que resolverlo yo sola. Claro que siempre está la opción de pedir ayuda, y afortunadamente mis padres siempre me han demostrado su apoyo en casa paso de mi vida.
Pero ciertas cosas, como mover los muebles, remodelar habitaciones, reparar cosas o buscar una solución a defectos que salgan en casa, que eran cosas que solía hacer tu ex pareja, se vuelven tu responsabilidad. Y es ahí cuando sale a relucir un superpoder que me dio la maternidad: buscar cómo hacer que las cosas funcionen, a pesar de nunca antes haberlas hecho.
Aprendí a "hacer el trabajo rudo y sucio", como ir a la ferretería y perder la verguenza de sentirme ridícula al preguntar cómo se hacían ciertas reparaciones (y recibir miradas de sorpresa cuando les explicaba que las haría yo misma), a cargar cosas pesadas o a ser la que se levanta por las noches a revisar la casa si escucha un ruido extraño.
También, tuve que aprender a lidiar con mis miedos, como aquella tarde en la que mi fobia a las cucarachas tuvo que ser acallada, porque mi hija se asustó al ver una y no me quedó más remedio que hacerme la valiente para deshacerme de ella (aunque tuviera la piel erizada y estuviera internamente temblando de miedo, mientras contenía la respiración para no salir corriendo).
En resumen, estar sola me ayudó a descubrir que soy mucho más fuerte y capaz de lo que pensaba, y a buscar soluciones creativas y formas nuevas o diferentes de hacer las cosas.
Así que si me estás leyendo y te encuentras en una situación similar a la que yo estaba, en la que no sabes si tendrás la fuerza para ser independiente, quiero decirte que eres mucho más fuerte de lo que piensas. Y si no, ojalá no necesites pasar por circunstancias difíciles para conocer tu verdadero potencial y tus capacidades. Pero si este es tu caso, ten la confianza y la seguridad, de que sí se puede y al final todo saldrá bien.
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