Tener amistades es una parte esencial de la vida de todo ser humano. Somos seres sociables por naturaleza, y por eso buscamos a otras personas con las que compartir diversos aspectos de nuestras vidas, desde gustos y creencias, hasta aquellas cosas buenas y no tan buenas que nos suceden.
Aunque las amistades vienen y van a lo largo de la vida, sin duda diría que la maternidad es una de esas etapas vitales en los que tener amigos es más importante que nunca. Pero rodearte de otras madres con hijos no solo ayuda a vivir una mejor maternidad. También supone un importante "salvavidas emocional" en determinados momentos y nos aporta ese valioso rato de autocuidado que las madres necesitamos.
Salir a cenar y no hablar de los hijos: el acuerdo al que hemos llegado en mi grupo de amigas
Como comentaba al inicio, tener amigas con hijos cuando tú también eres madre es de gran ayuda, pues al compartir la misma experiencia vital es más fácil entender las preocupaciones y necesidades de la otra persona y acompañarse en la crianza. Y si además, los hijos de tus amigas y los tuyos tienen edades similares, el entretenimiento estará asegurado.
Pero las madres también necesitamos 'desconectar' de la vorágine de nuestro día a día y de las dificultades que a veces trae consigo la crianza. Y en este sentido, las quedadas sin hijos suponen una maravillosa y necesaria terapia.
No en vano, en mi grupo de amigas hace tiempo que nos propusimos quedar con cierta periodicidad para irnos a cenar, tomar café o disfrutar de una tarde de compras. Aunque tenemos una condición: no hablar de los hijos.
Llegamos a este curioso acuerdo al darnos cuenta de que a pesar de reunirnos de vez en cuando para disfrutar a solas, no terminábamos de desconectar del todo de las preocupaciones cotidianas relacionadas con la crianza, pues la mayor parte de nuestras conversaciones giraban en torno a este tema.
De este modo -y como quien acuerda no mirar el móvil durante una cena-, nosotras nos propusimos apartar de nuestras conversaciones temas como los deberes escolares, los mocos que se resisten a desaparecer, las noches sin dormir o las quejas porque el niño no obedece. Al fin y al cabo, de todos estos asuntos ya hablamos a diario en el parque o en la puerta del colegio.
Desde que pusimos en práctica este acuerdo, todas sentimos que nos hemos beneficiado en estos aspectos:
Recuperamos parte de nuestra identidad. Todas sentíamos que habíamos perdido parte de nuestra identidad tras tener hijos, pues todas nuestras preocupaciones, pensamientos y conversaciones giraban en torno a la maternidad. Pero además de madres somos mujeres con nuestras propias inquietudes, gustos y aficiones, y nos gusta hablar de ello en nuestras cenas de amigas.
Nos permite "resetear". Cuando estamos colapsadas física y emocionalmente y sentimos que ya no podemos más, salir con las amigas nos permite distraernos y liberarnos temporalmente de la carga mental. Pero este paréntesis es mucho más que un siempre entretenimiento, pues nos ayuda a "resetear" y empezar de nuevo con más energía.
Aumenta nuestro bienestar. Salir a cenar, reírnos, contar chistes, compartir anécdotas o simplemente charlar de forma tranquila aumenta nuestro bienestar físico y mental, reduce nuestros niveles de estrés y nos permite relajarnos y ser nosotras mismas.
Necesitamos tener nuestro propio espacio. Todos estos beneficios se reducen en uno solo: la necesidad de tener tiempo para nosotras y de regalarnos momentos de desconexión fuera de la rutina. Porque no olvidemos que para cuidar necesitamos cuidarnos, así que bien merecemos darnos de vez en cuando este capricho.
¡Fuera remordimientos!
Pero aunque sobre papel pueda quedar bonito recomendar este tipo de lujos entre las madres, la realidad es que no siempre somos capaces de llevarlo a cabo.
A veces se debe a problemas de organización a la hora de dejar a nuestros hijos al cuidado de otras personas o dificultades para cuadrar agendas. Pero también hay otro factor que en demasiadas ocasiones nos impide dar este paso: el cargo de conciencia y el remordimiento.
Por eso es normal que surja un sentimiento de culpa por querer pasar tiempo a solas o en pareja, por querer viajar sin hijos de vez en cuando, salir con amigas o disfrutar de otros intereses diferentes a la crianza.
Reconozco que yo misma sentí esa punzada de remordimiento la primera vez que empecé a hacer planes con amigas sin llevarme conmigo a mis hijos. Pero con el tiempo entendí que no se trataba de una cuestión de egoísmo, sino de amor propio y autoestima.
Foto de portada | Freepik