Cuando no eres madre (o padre) y te aqueja algún tipo de mal que necesite descanso creo que tardamos poco en tomárnoslo más en serio y poner remedio. Cuando tienes hijos, vas alargando la dolencia, porque te das menos cuenta o porque no tienes tiempo, hasta que esta puede contigo y corres (es un decir) al servicio de Urgencias.
Allí te examina el médico y te pregunta cómo has aguantado tanto, que tienes,pongamos por caso, una contractura muscular de campeonato y que te puede dar la baja por unos días. ¿La baja?, pienso yo. No, no, con un par de festivos por medio seguro que lo supero bien.
"Bueno, pero guarde reposo", ordena el médico. En ese momento, lo primero que piensas, trasladándote a posibles reposos pasados, es, "Mira qué bien, camita y mantita, pila de libros y revistas, radio, una infusión... y a descansar hasta que se cure".
Inmediatamente, ese espejismo desaparece y se te cruza por la cabeza, a modo de vídeoclip acelerado, toooooodo lo que tienes que hacer con tus hijos cada día y que, en teoría, no podrás hacer. ¡Glups! Aquí empieza a dolerte más la contractura (¿será psicosomática?)
Te quedas con las ganas de decirle al médico si no le puede prescribir también reposo a tu pareja o a algún familiar para que pueda hacerse cargo de tus tareas del hogar y de los niños habituales (que no significa que sean todas tuyas, ¿pero quién se ocupará de lo que "te toca"?).
A mí esta situación por la que acabo de pasar me ha recordado en cierto modo al postparto, cuando los primeros días tuve que estar prácticamente todo el tiempo en cama) y me sentía inútil para hacer cualquier cosa en casa. Con la gran diferencia de que, afortunadamente, los bebés "hacían reposo" conmigo en cama y poco más necesitaba.
Y ahí está la gran diferencia de un reposo con o sin hijos. No es que los bebés recién nacidos no sean hijos, y ahí están los puntos o los pechos que estallan para recordártelo. Pero es que, cuando crecen, quien más quien menos va a la escuela, come platos elaborados (no por sí mismos), y te pide jugar, que le des un caramelo o que lo lleves al parque. Y claro, todo eso, desde la cama, es bastante difícil.
"No, si no estoy tan mal..."
Al principio parece que la cosa puede salir bien. Las niñas se acercan a ti, porque ya saben que te duele la espalda desde hace varios días, y les han explicado que has ido al médico, estás malita y tienes que estar en cama tranquila. Las ves entrar por la puerta cautelosas, casi de puntillas, susurrando "Mami, relájate, tanquila..." (vaya, qué estresada debo de parecer cada día). Hasta te ponen música clásica, muy bajita, en la radio-despertador. Qué monas, se van a apiadar de mí, están concienciadas de que necesito descansar.
Y tú claro, no quieres preocuparlas, te reincorporas un poco (disimulando la cara de dolor), "Ay, mis niñas, si estoy bien, esto mañana ya está curado porque el médico me ha dado unas pastillas estupendas". Ellas te contestan: "¿Y puedes venir a...? (añada lo que desee: darme agua, ver mi trabajo del cole, ponerme la tele, una tirita, lavarme las manos, revisar el "arcoiris" que entra por una rendija de la ventana...)". Y tú te levantas lentamente, y lo haces.
¡Craso error! Y no solo porque ellas vean que no estás "tan mal", es que seguramente hay otro familiar observando que... te puedes mover. De todas formas, como tendrás que volver de inmediato a la cama, aún tendrás ayuda por algún tiempo. Pero no te confíes.
Para tus hijos, cada vez más acostumbrados a verte en la cama de reposo, se convertirá en una situación cotidiana más. No te extrañes si acabas con la tele instalada frente a tu cama y una pila de cuentos, libros infantiles y lápices para colorear junto a tu mesilla de noche. Querrán ver la tele contigo, dormir contigo y hacerse fotos contigo en esa situación tan "original y divertida".
La almohadilla de calor que tanto te alivia les servirá de sombrero o de saquito de patatas con el que hacer sus primeras ventas. Tu móvil, entretenimiento y conexión con el exterior con la que aprovechas para no perderte lo que se cuece en la actualidad (y en tu trabajo, no olvidemos que no estás de baja, volverás en breve y tendrás que saber lo que pasa por allí), solo servirá para que ellas coloreen a Nemo o a Hello Kitty.
Pensabas que ibas (por fin) a ver algún informativo o esa película que hace tanto que tienes esperando, y te encuentras con Clan y Disney Channel como compañeros perpetuos de fondo.
Afortunadamente, las medicinas van haciendo su efecto, y ves que poco a poco (¿pero cuándo he reposado?) eres capaz de hacer muchas cosas más, con hijos o sin ellos, en casa. Y empiezas a sentarte, y a salir, y a trabajar, y a ocuparte (y preocuparte) de todo lo que hacías antes, y probablemente no tardes demasiado en volver a notar que empiezas a tener un pequeño tirón en la espalda...
Un pequeño tirón, una pequeña molestia que puede convertirse en un gran dolor de cabeza, algo más gordo si no lo cuidamos desde el principio, por muy difícil que resulte con niños pequeños en casa.
Definitivamente, creo que, junto a la baja laboral, debería existir algo así como la "baja hogareña" para que un reposo por prescripción médica pudiera ser un verdadero reposo. Aún así, muchas gracias a todos aquellos que, con su ayuda, hacen posible que mamás o papás no acaben de nuevo en Urgencias porque no han podido descansar.
Fotos | hang_in_there y Lars Plougmann en Flickr-CC En Bebés y más | Las visitas del postparto pueden ser de gran ayuda, Ser papá: los primeros días y las visitas