Día Internacional de los Abuelos: 17 bonitos poemas para dedicar a los abuelos que les emocionarán

Hoy, 26 de julio, es el Día Mundial de los Abuelos, aunque no en todo el mundo. Sí es así en España, Portugal, Brasil, Cuba, Nicaragua, Honduras, Panamá y Venezuela, quienes celebran este día para honrar a esa figura tan especial para los nietos: nuestros queridos abuelos.

Y para celebrar este día, hemos seleccionado 17 bonitos poemas para los abuelos de autores diversos. Son poemas que les podrán regalar sus nietos pero también sus hijos u otros de sus seres queridos. Para los que están y también, para los que se fueron pero siguen presentes en nuestro corazón.

1. Mi abuela es un hada, de Gloria Fuertes

Mi abuela Mariana,
tiene una cana,
cana canariera.

Mi abuela Mariana,
me cuenta los cuentos
siempre a su manera.

Yo la quiero mucho,
yo la quiero tanto...
Me ducha, me peina
y me lleva al campo.

Me enseña canciones,
me ayuda a estudiar,
dice poesías,
solemos jugar.

Luego por la noche
mi abuela me vela,
un cuento me cuenta
y cuando me duermo,
me apaga la vela,
Mariana mi abuela.

Mi abuela Mariana,
de paja el sombrero,
el traje de pana,
mi abuela Mariana
no parece abuela,
me parece un hada.

2. Las manos del abuelo, de Gervasio Melgar

¡Qué hermosas son tus manos, abuelito!

¡Qué hermosas son tus manos con arrugas!

Son manos que me cuentan una historia

de sudores y penas y dulzuras.

Han trabajado mucho y han sufrido.

Saben de la alegría y de la angustia.

Supieron dar el pan, plantar el árbol,

cultivar el rosal, dar la ternura.

Algún día lejano -dulce día-

tendré abuelo, las manos con arrugas.

Y la gente dirá: ¡Qué hermosas manos!

¡Cómo saben de glorias y de luchas!

Y un nietecito mío, puro, alegre,

de alma empolvada con blancor de luna,

abuelo, me dirá -también mis manos

serán alguna vez, como las tuyas-.

3. El abuelo (jugando), de Ramón de Almagro

El niño mira al abuelo

Y lo invita a su jugar,

Dolorido está el abuelo,

Pero acepta, sin chistar.

Cuando pasan los minutos,

El viejo siente al jugar,

Que ya no le duele tanto,

Lo que lo hacía penar.

Y entonces

Entonces son carcajadas

Las que se escuchan de a par,

De ese nieto y de ese abuelo,

Que disfrutan por igual.

4. Recuérdame, de David Harkins

Puedes llorar porque se ha ido,

o puedes sonreír porque ha vivido.

Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva

o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado;

tu corazón puede estar vacío

porque no lo puedes ver,

o puede estar lleno del amor que compartisteis.

Puedes llorar, cerrar tu mente,

sentir el vacío y dar la espalda,

o puedes hacer lo que a ella le gustaría:

sonreír, abrir los ojos, amar y seguir.

5. Los Abuelos no crían a sus nietos, los abuelan, de Susana Maiqueira

¿Qué significa Abuelar?

Mirar desde el corazón a los hijos de sus hijos.

Poner a su disposición historias de infancias

que constituyen identidad.

Cantar con ternura.

Escuchar con Atención.

Ofrecer consuelo.

Jugar con picardía siendo cómplice y guía a la vez.

Y por sobre todo...

¡Amar incondicionalmente!

6. Llevo tu corazón conmigo, de Edward Estlin Cummings

Llevo tu corazón conmigo
(lo llevo en mi corazón)
nunca estoy sin él
(tú vas dondequiera que yo voy, amor
y todo lo que hago por mí mismo
lo haces tu también, amada mía).

No le temo al destino
(ya que tú eres mi destino, cariño).
No quiero ningún mundo (porque hermosa
tú eres mi mundo, mi bien).

Este es el secreto más profundo que nadie conoce…
(Esta es la raíz de la raíz
y el brote del brote
y el cielo del cielo de un árbol llamado vida;
que crece más alto de lo que el alma pueda esperar… o la mente ocultar)
Es la maravilla que mantiene las estrellas separadas

Llevo tu corazón (lo llevo en mi corazón)

7. Todo lo que los abuelos nos ofrecen, Anónimo

Abuelos que miman

que regalan tiempo y regalan vida.

¡Abuelas, Abuelos!

Sus nietos felices, esperan ansiosos

abrazos mimosos,

caricias de ensueño, regalos curiosos

y cuentos sabrosos.

Abuelos maestros, abuelos viajeros.

¡Abuelas, Abuelos!

Que escriben historias y que cuentan cuentos.

Los dulces momentos,

con fuertes aplausos, les agradecemos.

Y el año que viene

con brazos abiertos los esperaremos

¡Abuelas, Abuelos!

8. Manos del abuelo, de Gervasio Melgar

¿¡Qué hermosas son tus manos, abuelito!

¡Qué hermosas son tus manos con arrugas!
Son manos que me cuentan una historia
de sudores y penas y dulzuras.

Han trabajado mucho y han sufrido.
Saben de la alegría y de la angustia.
Supieron dar el pan, plantar el árbol,
cultivar el rosal, dar la ternura.

Algún día lejano - dulce día -
tendré abuelo, las manos con arrugas.
Y la gente dirá: ¡Qué hermosas manos!
¡Cómo saben de glorias y de luchas!

Y un nietecito mío, puro, alegre
De alma empolvada con blancor de luna,
abuelo, me dirá - también mis manos

serán alguna vez, como las tuyas -.

9. La abuelita, de Tomás Allende Iragorri

Quién subiera tan alto como la luna

para ver las estrellas una por una,

y elegir entre todas la más bonita

para alumbrar el cuarto de la abuelita.

10. Sextina, de Elizabeth Bishop

La lluvia de septiembre cae sobre la casa.
En la luz que declina, la vieja abuela
está sentada en la cocina con el niño
junto a la pequeña estufa
marca Maravilla, lee chistes en el almanaque,
charla y ríe para ocultar sus lágrimas.

Piensa que sus equinocciales lágrimas
y la lluvia que golpea el techo de la casa
fueron pronosticadas por el almanaque,
aunque esto solo lo sabe una abuela.
La caldera de hierro canta sobre la estufa.
Ella corta algún pan y dice al niño:

ya es la hora del té; pero el niño
contempla la tetera y sus pequeñas, duras lágrimas
que bailan como locas sobre la ardiente, negra estufa,
como debe de bailar la lluvia sobre la casa.
Ordenada, la vieja abuela
cuelga el sabio almanaque

por su cordel. Como un pájaro, el almanaque
entreabierto se cierne sobre el niño,
se cierne sobre la vieja abuela
y su taza de té llena de oscuras lágrimas.
Ella tiembla de frío y dice: la casa
está helada, y echa más leña a la estufa.

Tenía que ser, dice la estufa
marca Maravilla. Sé lo que sé, dice el almanaque.
Con lápices de colores dibuja el niño una casa
tiesa y un camino ondulante, dibuja el niño
un hombre con botones como lágrimas
y orgulloso lo enseña a la abuela.

Pero en secreto, mientras la abuela
se afana en torno a la estufa,
pequeñas lunas caen como lágrimas
de entre las páginas del almanaque
en los tiestos de flores que el niño
colocó con cuidado al frente de la casa.

Tiempo de plantar lágrimas, dice el almanaque.
La abuela canta a la maravillosa estufa
y el niño dibuja otra inescrutable casa.

11. Tus ojos, de Octavio Paz

Tus ojos son la patria

del relámpago y de la lágrima,

silencio que habla,

tempestades sin viento,

mar sin olas, pájaros presos,

doradas fieras adormecidas,

topacios impíos como la verdad,

otoño en un claro del bosque

en donde la luz canta en el hombro

de un árbol y son pájaros todas las hojas,

playa que la mañana

encuentra constelada de ojos,

cesta de frutos de fuego,

mentira que alimenta,

espejos de este mundo,

puertas del más allá,

pulsación tranquila del mar a mediodía,

absoluto que parpadea, páramo.

12. Oda a la edad, de Pablo Neruda

Yo no creo en la edad.

Todos los viejos
llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.

Mediremos
la vida
por metros o kilómetros
o meses?
Tanto desde que naces?
Cuánto
debes andar
hasta que
como todos
en vez de caminarla por encima
descansemos, debajo de la tierra?

Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.

Tiempo, metal
o pájaro, flor
de largo pecíolo,
extiéndete
a lo largo
de los hombres,
florécelos
y lávalos
con
agua
abierta
o con sol escondido.
Te proclamo
camino
y no mortaja,
escala
pura
con peldaños
de aire,
traje sinceramente
renovado
por longitudinales
primaveras.

Ahora,
tiempo, te enrollo,
te deposito en mi
caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora.

13. El ángel guardián, de Gabriela Mistral

Imagen de Freepik

Es verdad, no es un cuento;
hay un Ángel Guardián
que te toma y te lleva como el viento
y con los niños va por donde van.

Tiene cabellos suaves
que van en la venteada,
ojos dulces y graves
que te sosiegan con una mirada
y matan miedos dando claridad.
(No es un cuento, es verdad.)

Él tiene cuerpo, manos y pies de alas
y las seis alas vuelan o resbalan,
las seis te llevan de su aire batido
y lo mismo te llevan de dormido.

Hace más dulce la pulpa madura
que entre tus labios golosos estrujas;
rompe a la nuez su taimada envoltura
y es quien te libra de gnomos y brujas.

Es quien te ayuda a que cortes las rosas,
que están sentadas en trampas de espinas,
el que te pasa las aguas mañosas
y el que te sube las cuestas más pinas.

Y aunque camine contigo apareado,
como la guinda y la guinda bermeja,
cuando su seña te pone el pecado
recoge tu alma y el cuerpo te deja.

Es verdad, no es un cuento:
hay un Ángel Guardián
que te toma y te lleva como el viento
y con los niños va por donde van.

14. Hay que cuidarla mucho, hermana, mucho, de Evaristo Carriego (versión corta)

Mañana cumpliremos
quince años de vida en esta casa.
¡Qué horror, hermana, cómo envejecemos,
y cómo pasa el tiempo, cómo pasa!

Llegamos niños y ya somos hombres,
hemos visto pasar muchos inviernos
y tenemos tristezas. Nuestros nombres
no dicen ya diminutivos tiernos,
ingenuos, maternales; ya no hay esa
infantil alegría
de cuando éramos todos a la mesa:
«— ¡Qué abuela cuente, que abuelita cuente
un cuento antes de dormir; que diga
la historia del rey indio...»
Gravemente
la voz querida comenzaba...

15. Rima VII, de Rubén Darío

Llegué a la pobre cabaña
en días de primavera.
La niña triste cantaba,
la abuela hilaba en la rueca.
—¡Buena anciana, buena anciana,
bien haya la niña bella,
a quien desde hoy amar juro
con mis ansias de poeta!—
la abuela miró a la niña.
La niña sonrió a la abuela.
Fuera, volaban gorriones
sobre las rosas abiertas.

Llegué a la pobre cabaña
cuando el gris otoño empieza.
Oí un ruido de sollozos
y sola estaba la abuela.
—¡Buena anciana, buena anciana!—
me mira y no me contesta.

Yo sentí frío en el alma
cuando vi sus manos trémulas,
su arrugada y blanca cofia,
sus fúnebres tocas negras.
Fuera, las brisas errantes
llevaban las hojas secas.

Imagen de Freepik

16. Amor grande, de Brenda Domínguez

Amor de grandes
Un amor de “grandes”
es como de pequeños,
con sorpresa mutua,
y secretos escondidos.
Con cartas a medias,
sonrojadas de la pena,
y con miedo a los “perfectos”
que critican y condenan.

Un amor de “grandes”
es juzgado de pecado,
de conspicuo y maldiciente,
de” aventado” e irreverente.
[…..]
El amor de los “mayores”
está  bendito,
y  es tan sagrado,
que señale con su dedo,
¡quien lo juzgue de pecado!

17. El sueño, de Rafael Alberto Arrieta

Tres cabezas de oro y una
donde ha nevado la luna.

— Otro cuento más, abuela,
que mañana no hay escuela.

—Pues señor, este era el caso...

(Las tres cabezas hermanas
como manzanas maduras, en el
regazo)

Foto | Portada (Freepik)

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