Mi hijo adolescente ya no es un niño, pero me sigue necesitando incluso más

Me siento madre desde el mismo momento en que decidí que quería serlo, y cuando el test de embarazo me confirmó sin lugar a dudas que un nuevo ser crecía dentro de mí, me invadieron sin control los sentimientos de amor y necesidad de cuidar a mi hijo.

No conocía su sexo, ni su aspecto, ni quien iba a ser, y sinceramente no me importaban. Sabía que iba a quererlo siempre. Solo deseaba, como todas las madres, que estuviera sano y que creciera feliz. Y hoy, 13 años después, sigue siendo mi objetivo, protegerle y ayudarle en su camino, aunque ya sea un adolescente y ya no me necesite. ¿O me necesita más que nunca?

Una montaña rusa de emociones

Está claro que no todos los niños son iguales, ni todas las madres viven la adolescencia de igual forma. Estos son solo mis pensamientos, mi propia experiencia y para nada pretendo 'sentar cátedra'. Solo soy una madre más, que necesita desahogar toda esa inquietud que le produce el pensar:

"Algo estoy haciendo mal", "Mi hijo se me escapa", "No me cuenta nada de su vida", "No le reconozco"...

Quizás sepas de qué hablo, porque mis amigas de verdad, las que realmente te cuentan cómo es la 'extraña' relación que tienen con hijos de la misma edad que el mío y no la imagen idílica que hay que mostrar al exterior, admiten que tienen las mismas dudas, los mismos miedos.

Pero... ¿qué ha pasado? ¿Por qué un día se acuesta dándote un abrazo y un beso de buenas noches y al día siguiente vuelve de clase, come en silencio y se mete en su habitación sin decir ni hola con gesto huraño?

Por suerte, a la hora de la cena, reaparece en la cocina con una sonrisa en el rostro y preguntando, después de darte un achuchón "Mami, qué hay de cena hoy" y no para de hablar, contándote que hoy la profe de mates ha hecho esto o que fulanito le ha contado aquello.

En solo unas horas pasa de ser el adorable Dr. Jekyll a Mr. Hyde, y otra vez el ser adorable que me tiene conquistado el corazón.

Y luego, cuando él se acuesta y al fin me siento en el sofá, repaso los acontecimientos del día y siempre llego a la misma conclusión: no habla él sino su vaivén hormonal, su montaña rusa emocional.

Y me doy cuenta de que estoy en otra etapa de la vida de mi hijo, igual de importante que la anteriores, porque una vez más no entiende qué le está pasando y me necesita para dar el siguiente paso, aunque no sepa cómo pedírmelo. O al menos eso es lo que yo siento, pero pueda estar muy equivocada.

¡No le reconozco!

¿Cuántas veces habré exclamado esta observación y, aunque no esté bien reconocerlo (soy una mala madre por haber permitido llegar aquí) para mí es cien por cien cierta.

Lo pienso cada vez que me suelta aquello de: "¿Tú qué sabrás? "No tienes por qué controlar mi vida", "Necesito mi espacio", "No quiero ir contigo, me aburro", ¿Y por qué tengo que hacerlo?" y tantas, tantas frases que me descolocan.

No me entra en la cabeza que quien me dice cosas tan duras sea el mismo niño que no paraba de hablar cuando le recogía del colegio, que disfrutaba como el enano que era patinando con nosotros por el Paseo del Río de Madrid o comiéndose un bocata de calamares en la Plaza Mayor en nuestro día especial 'madre e hijo'.

Por eso, cada vez que una madre con niños pequeños me suelta aquello de "ya lo tienes criado, ya no te necesita y puedes vivir tu vida. Lo duro es ser madre ahora que dependen de ti para todo"..., me digo para mí misma que ya llegarán, que aún no saben lo que dicen.

Y hablando con conocimiento de causa, me atrevo a afirmar que mi hijo aún no está criado, está en proceso de conocerse, de saber quien es y me necesita tanto como antes.

Solo que ahora debes adivinar que necesita y cuando son más pequeños, te lo dicen sin tapujos: cuando son bebés, con su llanto y cuando empiezan a crecer con su lengua de trapo, sus manitas...

¿Ojalá volvieran a ser niños?

No es difícil escuchar a padres de adolescentes exclamar: ¡Ojalá volvieran a ser niños!, un deseo con el que no me identifico. No puedo negar que se me ha pasado por la cabeza en alguna ocasión, pero enseguida lo desecho, porque ahora, con sus pros y sus contras, estamos en una nueva etapa y también tiene sus puntos positivos (con matices).

No tenemos que llevarles y recogerles del colegio

Se terminaron los "date prisa", "lávate los dientes", "venga que llegamos tarde"... Ahora pone su propio despertador y dispones de tiempo para prepararte para ir al trabajo ¡y sin manchas en la ropa!

Pero, atrás también quedan nuestras charlas al recogerle del colegio, cuando me contaba las novedades del día, a qué habían jugado en el recreo, qué habían leído en clase...

Ahora, hay que robarle momentos en que deja a un lado su móvil o se quita los auriculares de la cabeza.

Y, ¡qué levante la mano quien sea capaz de no escribir o llamar a su hijo para comprobar que ha llegado bien a su destino!

Además, mientras no me evite (espero que eso no suceda nunca), prefiero subir a su habitación a darle los buenos días con un beso, desayunar con él, y regalarle otro beso de despedida antes de que salga por la puerta.

Ya son conscientes de los peligros

No tenemos que correr detrás de ellos para que no crucen la carretera sin mirar. Aunque no está de más recordarles que no lleven la música demasiado alta o vayan viendo vídeos o escribiendo whatsapp mientras andan por la calle.

Y, hablando de móviles y redes sociales... ¿realmente conocen los peligros? Mientras no me convenza de ello, tenemos un trato: control parental en sus dispositivos móviles y nada aún de redes sociales. Y, cuando quiera abrirse una cuenta, tiene que aceptarme como amiga.

Aunque soy realista y quizás no sea posible. Otras madres me comentan que han tenido que crearse un perfil falso para saber qué hacen sus hijos en Internet, porque han dejado de utilizar la cuenta de la red social donde tenían a sus padres como amigos.

Podemos ver juntos películas para todas las edades

Un buen plan familiar es ir al cine todos juntos, aunque sea para ver películas protagonizadas por adolescentes o de súper héroes. Eso sí, también las de dibujos animados divertidos nos siguen gustando a todos.

Y digo a todos, porque en casa sigue viendo en la tele sus series de siempre como 'Bob Esponja' (aunque nunca lo reconocería delante de sus amigos).

Y sí, por supuesto, también los vídeos de sus youtubers favoritos. ¡Sus gustos realmente no están muy definidos! Así que escucho e intento entender de lo que me habla (aunque no es que el Fornite me entusiasme ni mucho menos).

Sí, lo reconozco, no soy una madre modelo: le dejo jugar con sus amigos a ese juego tan agresivo. Pero a cambio, también logro concesiones: que vea con nosotros la saga originaria de 'Star Wars', que existe desde mucho antes de que naciera, 'Footloose' o 'Dirty Dancing', películas que me gustaban a su edad. ¡Por cierto! Le encanta 'Grease', aunque sea, como él dice, "de la edad de piedra".

Es responsable con sus estudios

¡O al menos así debería ser! Ya no tenemos que estar pendientes de que hagan los deberes o incluso ponernos con ellos cuando no entienden algo, ayudarles a buscar información para los trabajos o llevarle a casa de un compañero de clase y luego ir a recogerle cuando hayan terminado el trabajo de clase.

Pero eso no significa que no tengamos que estar pendientes de lo que están aprendiendo en clase, de mirar con ellos su agenda para ver qué tareas tienen y sus próximos exámenes, de preguntarles 'la lección' si nos lo piden porque les da seguridad, que les expliquemos una duda si podemos solucionarla... O simplemente

que sepan que estamos ahí si surge cualquier dificultad escolar (aunque sea para desahogar o pedir ayuda a un profesional)

Al menos esa es mi humilde opinión de madre en proceso de entender la adolescencia.

Ir a merendar a una cafetería 'como personas civilizadas'

No es difícil de comprender la mejora si, como en mi caso, eres madre de un niño súper inquieto que no puede parar ni un momento de hacer cosas. ¡Incluso llegué a pensar que era hiperactivo! No era así, solo inquieto, nervioso.

De pequeño se levantaba una y otra vez de la mesa para coger cualquier cosa del suelo, ir al baño, bailar... ¡Cualquier excusa era perfecta para no estar sentado!

Ahora ya es capaz de no moverse del asiento si salimos a tomar algo fuera de casa, aunque sigue sin parar de moverse en el asiento (como si no encontrara la postura) y si logro que deje el móvil a un lado y entable una conversación conmigo (aunque sea mini), ya soy feliz por completo.

Hay que buscar excusas para estar fuera de la rutina diaria y así hablar, de lo que sea.

Nos vamos de viaje "para mayores"

Soy una viajera incansable y por eso, hasta que mi hijo no fue mayor tenía claro: viaje 'cansado' en invierno solo adultos y vacaciones de verano con niños (algo de cultura y mucho tiempo de ocio para ellos). Recuerdo la primera vez que fui a Egipto y ví a unos pequeños de entre tres y cinco años levantándose a las tres de la mañana para ir a Abu Simbel y pasando tanto calor durante el día que ni miraban ni veían nada. ¿Eso es disfrutar en familia?

Por suerte, ahora ya puedo disfrutar con mi hijo y él conmigo de países diferentes, culturas distintas y se empapa de todo y le gusta, porque ahora está listo para comprenderlo.

Eso sí, cuando dice basta es que va siendo hora de relajarse un rato y dejar que mire su teléfono, o juegue un rato con su videoconsola. Quizás peque de ser demasiado permisiva con las pantallas, pero soy madre humana.

No hay que llevarse bien con los padres de sus amigos

Es cierto que solemos encajar con ciertos padres y nos viene genial porque así podemos hacer planes juntos y nos divertimos grande sy pequeños. Pero también puede pasar que los padres de ese amigo de tu hijo no sean precisamente de tu devoción. Y aún así, hay que verles y hablar con ellos en cumpleaños, cuando los niños e quedan a dormir en casa uno del otro, vienen a saludarte en las reuniones del cole, se ponen a tu lado en las funciones...

¡Por fin eso se terminó! Seguimos haciendo planes juntos con los padres que ya son nuestros amigos (ahora incluso más para que no se aburran) pero ya no tenemos que ver más al resto. Nuestros hijos pueden seguir quedando, pero ya no es tan necesaria nuestra 'cháchara' materna.

¡Por cierto! También se han terminado los grupos de whatsapp o, al menos, los tengo silenciados.

No tenemos que elegirles su ropa

Ya son mayores para saber qué les gusta y ponerse lo que quieran, aunque eso signifique ir en chándal todos los días (incluso en las comidas familiares) o en manga corta, cuando más frío hace.

Y me da que las madres de niña tampoco se salvan aquí: pantalones y camisetas tan cortas que uno ya se resfría solo de verlas. Pero son sus gustos, están formando una personalidad propia, y debemos dejarles que se equivoquen (al menos en la teoría, porque en la práctica soy incapaz de no protestar por 'sus pintas').

Y claro, tampoco tenemos que dar vueltas como tontas buscando prendas para nuestros hijos y comparando tallas con la esperanza de acertar.

¡Ya son ellos quien se compran lo que necesitan (o lo que llevan los demás)!

Nuestra labor ahora se limita a acompañarles a las tiendas y esperar en la puerta de los probadores y decir "te queda bien", "sí, tienes razón no te va nada" según la cara que nos pongan al correr la cortinilla con la prenda objeto de posible adquisición, ir a por otra talla (cuando nos lo solicita) y, por supuesto, pagar.

Las madres "ya no tenemos ni idea de lo que se lleva". Para nuestros hijos hemos pasado de ser jóvenes (de niño recuerdo que siempre me veía como 'una chica' mientras que los demás madres eran 'señoras', a convertirme en una anticuada que tiene gustos de vieja.

Por suerte confío en que esta etapa pase pronto y, como me cuentan otras madres con hijos ya mayores, lleguen ya "las maravillosas tardes de compras, de confidencias".

Ya no depende de ti para todo

Para eso están sus amigos, a quienes cuentan todo, con quien comparten sus inquietudes, así que ya no te ponen en situaciones delicadas en las que no sabes qué responder.

Pero nosotros tenemos que seguir estando ahí, ¿verdad? Porque precisamente ahora, con los altibajos hormonales, los cambios de su cuerpo, están más vulnerables y cualquier pequeño choque con un 'mejor amigo', les duele como si les hubieran dado una puñalada.

Hay que dejar que lloren sobre nuestro hombro si nos lo piden, escucharles sus razones y pesares, porque saben que si les falla todo, seguimos estando ahí.

Te olvidas de los partidos, las competiciones...

¡Cuánto frío hemos pasado los sufridos padres por tener que llevar a nuestros hijos a sus actividades al aire libre, en invierno y a las 8,30 de la mañana! Y cuánto tiempo perdido esperando que salgan de sus entrenamientos (o de sus clases de baile, de teatro, de circo, de esgrima, inglés...). Pues ya no es necesario.

Aunque, sinceramente, sigo yendo a buscar a mi hijo a los entrenamientos (sale muy tarde y no me gusta que venga en metro), procuro no perderme ninguno de sus partidos (y son dos o tres a la semana, entre fútbol, hockey y badmington) y aunque he notado que el resto de los padres animadores se van rajando,

Pienso seguir animándole aunque me quede sola

Sé que le gusta que me implique en sus actividades (aunque nunca me lo diga y se muestre indiferente) y tras los partidos, volvemos juntos a casa y comentamos las jugadas más interesantes. Un ratito más 'madre e hijo'.

Lo peor: sus malas maneras

Porque sí, aún quedan reminiscencias del niño que fue (y que aún sigue siendo, aunque quiera pasar la etapa), pero también hay nuevas rutinas a las que hay que adaptarse o superar.

Porque reconozco que nunca me acostumbraré a que no me responda cuando le pregunto algo, porque está con los cascos puestos escuchando "su música" o chateando en whatsapp.

Tampoco puedo con los portazos al cerrar la puerta de su habitación o los gritos (a menudo acompañados de lágrimas) preguntándote por qué tiene que ir a la ducha, o a estudiar, por qué no puede jugar a la Play o simplemente soltándome el "¿a ti qué te importa?". Porque

No hay recetas mágicas para 'sobrevivir' a nuestro hijo adolescente. Cada uno lo hace lo mejor que sabe o puede, porque no tienen un manual de uso.

Prefiero quedarme con las cosas buenas que ofrece la nueva etapa y aprovechar nuestros buenos momentos, porque un día crecerá de verdad y ya no le tendré a mi lado para achucharle y ver por el semblante de su cara si es feliz o tiene algún problema. Porque todas las madres, todas, sabemos cuando nuestro hijo nos necesita y vamos a estar allí para ayudarle (cuando nos deje).

Fotos | iStock

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