Hace unos meses comenté que la llegada de un hijo cambia la vida de los padres, seguro.
En mi caso personal (y como en la mayoría diría yo) el cambio fue para bien, pero el proceso fue duro, muy duro y sinceramente no esperábamos que fuera así, sin embargo nadie nos dijo que tener un hijo fuera fácil.
Vivimos en una sociedad en la que todo se exige para ayer, en la que todo aquello que suponga un esfuerzo excesivo o una recompensa demasiado pequeña tiende a ser rechazado.
Estamos en un momento en que necesitamos trabajar mucho para pagar los bienes materiales que nos facilitan la vida, esa que no podemos disfrutar porque estamos trabajando.
En este proceso o círculo vicioso hemos cambiado la caminata hasta el trabajo por el coche, los libros por las películas, el café de cafetera por uno encapsulado, los pañales lavables por pañales de usar y tirar, la esponja por toallitas, el cocido por los congelados, el Fairy por el lavaplatos…
Y en estas te plantas en el Prenatal (o similar) y les dices con una sonrisa de oreja a oreja que vas a ser padre, así, lleno de orgullo, y que vienes a comprar lo necesario y lo mejor para tu hijo.
La lista es interminable: El colchón de tres ruedas, la cuna calienta pañales, el body para calmar los cólicos, el receptor emisor para la otra habitación con capota desplegable, la mochila con aroma que induce al sueño, la esponja con cierre de seguridad,…
Y un buen día llega tu bebé y te das cuenta, poco a poco, de que has hecho el “panoli" (no os sintáis ofendidos, hablo en primera persona).
Nace en el siglo XXI un bebé que no sabe si está en el maravilloso y moderno mundo en el que vivimos o bien en la época del Paleolítico. Bueno, no me voy a ir tan lejos… no sabe si ha nacido en España o en el desierto de África.
Y tú, mi querido padre novel, acostumbrado a hacer tu vida, a vivirla con placer, a dar y recibir en igual medida (o a recibir más de lo que das), te ves de repente en la situación de tener que dar, dar, y dar y en el momento, sin posibilidad de espera.
Te das cuenta de que los mil inventos son más bien poco útiles, que el colchón de la cunita le “quema" y que acaba siempre en vuestros brazos (invento barato de resultado infalible).
Y resulta que se despierta cuando tú empiezas a coger el sueño, se duerme cuando te has desvelado y se vuelve a despertar en el momento en que sueltas el primer ronquido.
Entonces todo el mundo se ve obligado a ayudarte y te dan mil y un consejos contradictorios y tu mujer te pide que ayudes más en casa, porque el bebé está todo el día al pecho y en brazos porque en la cuna no aguanta ni veinte minutos y tú, que esperabas seguir viviendo, más o menos como antes, con ligeros cambios, ves que de ligeros tienen poco.
Te dicen que si mama tanto es que ella no tiene leche, o que su leche no es buena. El pediatra dice que no, que es normal que mame tanto porque es un recién nacido, pero la enfermera dice que si se queda con hambre que tome leche artificial.
Y llora, y todos los días a la misma hora y lo bañáis antes de dormir porque se supone que se va a relajar, pero en cambio parece que el tuyo es diferente, que se pone como una “moto", y lo vestís y llora, y os dais cuenta de que estando todo el día en brazos llora menos, pero viene la suegra (la que sea) y dice que lo cogéis demasiado en brazos y que lo vais a malacostumbrar.
Te das cuenta de que no es tan fácil. Tú esperabas a una personita en pequeñito, que entendiera tu inexperiencia y te otorgara un tiempo prudencial para ir aprendiendo poco a poco de él (y viceversa) y te das cuenta a golpes de martillo que tu bebé es, ni más ni menos, un animal mamífero.
Eso significa que necesita la seguridad del contacto, del calor y del mecimiento. El alimento de manera casi continua, el olor de su madre, los cuidados y la disponibilidad constante.
Y ves que tú vida ha girado 180º, que no puedes hacer nada de lo que hacías antes, ni tú ni ella. Y ahí es donde debes decidir, o me tomo un paréntesis como persona y me dedico a mi bebé, a mi mujer y a mi casa, o querré abarcar tanto que al final no haré ni una cosa ni otra.
Lo siento, alguien tenía que decirlo. No es fácil. Tener un bebé es una gran responsabilidad. Es un ser dependiente en su totalidad y os necesita más que a nada.
Necesita que sepáis renunciar a muchas cosas durante un tiempo y que aprendáis a hacer de tripas corazón y de ojeras esperanza porque es una etapa, un tiempo, hasta que los pequeños mamíferos crecen y se van desprendiendo poco a poco hasta convertirse en las pequeñas personas que esperabais.
PS: Os recomiendo que os paséis, cuando podáis, por la “Tienda de las paciencias” y os compréis dos o tres de repuesto. Suelen hacer falta.
Fotos | Flickr (Pedro Klien), Flickr (bionicteaching)
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