La alimentación y más aún la alimentación de nuestros niños y nuestros bebés se ha convertido en un inmenso campo de batalla. Los padres son bombardeados constantemente. Los intereses comerciales, las estrategias de marketing y el avance de nuestro conocimiento sobre nutrición están haciendo terriblemente difícil tomar decisiones alimentarias.
Hace un tiempo que el foco de atención se ha centrado en el aceite de palma. Por eso hemos decidido huir del ruido y mirar a fondo los pros y los contras del aceite más consumido del mundo.
¿Qué es (y para qué se usa) el aceite de palma?
El aceite de la palma se produce a partir de los frutos de la palma africana (Elaeis guineensis), una especie africana que se introdujo en el Sudeste Asiático y algunas zonas de América del Sur y que con el tiempo se ha convertido en una de las materias primas esenciales en la elaboración de alimentos, cosméticos e incluso biodiesel.
Hoy por hoy, se puede encontrar en una amplia variedad de productos procesados: desde pizzas o salsas a helados y galletas pasando, efectivamente, por la comida infantil. Y sí, leches infantiles y potitos. En general, es muy difícil encontrar productos procesados que no contengan este aceite poco conocido.
¿Por qué se usa el aceite de palma?
Nuestro conocimiento nutricional (manipulado durante años por la industria) ha mejorado mucho durante los últimos años. Durante mucho tiempo, las grasas (así en general) fueron un enemigo alimentario de primer orden. Más tarde, descubrimos que había grasas buenas y grasas malas.
Dentro de esas grasas malas, las grasas hidrogenadas aparecieron como especialmente poco saludables. Con su descrédito, los productores se lanzaron a buscar una alternativa barata y versátil. Y encontraron el aceite de palma.
Es barato, muy barato si lo comparamos con otros aceites o grasas que hay en el mercado. Y además su temperatura de fusión, que se sitúa entre la temperatura ambiente y la corporal, lo hace especialmente interesante para la repostería. Se derrite solo en boca dando una agradable sensación de untuosidad. Es perfecto para la industria alimentaria.
Pero claro, como es una grasa poco conocida, los productores comenzaron a ocultar que la usaban. La primera estrategia fue hablar de 'aceites vegetales'. Cuando las investigaciones empezaron a alertar sobre las grasas saturadas, el Reglamento (UE) 1169/2011 sobre la información alimentaria facilitada al consumidor prohibió ocultarlo de esa manera.
Ante esto, los productores empezaron a hablar de "aceite de palmiste, grasa vegetal fraccionada e hidrogenada de palmiste, estearina de palma, palmoleina u oleina de palma, manteca de palma o haciendo uso del nombre científico de la especie (Elaeis guineensis)".** Lo que fuera necesario para no abandonar el "aceite de los huevos de oro"**.
¿Es malo este tipo de aceite?
Para no andarnos con rodeos, en general, no es un producto demasiado recomendable. Tiene un elevadísimo porcentaje de ácidos grasos saturados. Y ya solo por eso deberíamos andarnos con cuidado. Tanto la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) como la Organización Mundial de la Salud (OMS) así lo recomiendan.
No es por capricho, la OMS esgrime pruebas fehacientes de que su consumo continuado provoca problemas cardiovasculares (entre otras enfermedades). No obstante, no todos los ácidos grasos saturados son iguales, eso es cierto. Y de hecho, el característico del aceite de palma, el ácido palmítico es producido por animales, plantas y microorganismos. Además de en los productos procesados, se puede encontrar en carnes o lácteos de forma natural.
Y sí, efectivamente, en la leche materna que también contiene ácido palmítico. Eso explica, parcialmente, que las leches de fórmula contengan aceite de palma. Aunque hay dos cosas a tener en cuenta: como ocurre con otros componentes o nutrientes, hay diferencias entre el ácido palmítico animal y el vegetal. Y, atendiendo al caso español, las composiciones de las leches de fórmula son muy distintas a las de la leche materna.
¿Es peligroso dar productos con aceite de palma a nuestros niños?
Esta pregunta tiene dos respuestas. En principio, por lo que sabemos hasta ahora, usar leches infantiles durante el periodo de tiempo que se usan no es un gran problema. En algún caso, las diferencias estructurales entre el ácido de origen animal y el de origen vegetal pueden producir cambios en la absorción de distintos nutrientes (como las grasas y el calcio), pero en general son diferencias que entran dentro de los rangos de normalidad. Por otro lado, este ácido parece necesario para regular correctamente el ciclo de la glucosa.
En realidad, el problema viene después. El aceite de palma está en casi todos los productos procesados que consumen los niños: galletas, potitos, cremas de cacao o mantequillas. Ese consumo sí es problemático. No tanto por sus efectos directos (que también), sino porque consumiendo esos productos estamos educando el paladar de nuestros hijos de una forma muy determinada. También ocurre con el azúcar. Esa educación alimentaria hace más probable su consumo en el futuro y, a largo plazo, es un problema de primera magnitud.
¿Y entonces qué hacemos?
La mejor recomendación es la calma y el sentido común. Llevarnos por las modas, los rumores y el 'boca a boca' es una mala idea. La tarea realmente importante es alimentar a nuestros hijos hoy (en medio de esta vorágine de productos especializados de colores llamativos), pero a la vez educarlos para el futuro. Algo que parece una tarea casi imposible, pero que nos da la oportunidad de reeducarnos a nosotros mismos en el proceso.