Cinco cosas que se te pueden escapar con facilidad, pero debes evitar decirle a tus hijos
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Cinco cosas que se te pueden escapar con facilidad, pero debes evitar decirle a tus hijos

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Hay cosas que, por su bien, no podemos permitirnos el lujo de decirles a nuestros hijos, y seguro que alguna se te ha escapado alguna vez. Las palabras tienen un poder mucho más profundo e intenso de lo que pensamos. Las palabras, cuando vienen de papá o mamá, pueden tener un impacto incalculable en los niños.

Sí, es muy posible que de tu boca hayan salido alguna de las cosas que te cuento a continuación. Pero calma, no eres el peor padre o la peor madre del universo por ello. La clave es que empieces a ser consciente de cuándo y cómo dices determinadas cosas, que te "pilles" en esos momentos y rectifiques. Poco a poco irás cambiando esa tendencia hasta llegar al punto de controlarte antes de decir nada así. Cuesta trabajo, pero merece la pena.

Y es que las palabras tienen un poder enorme, gigantesco, tanto a nivel emocional como del propio desarrollo cognitivo de los niños. Un estudio realizado en colaboración entre Harvard y la Johns Hopkins University, determinó que la exposición a lenguaje agresivo y abusivo produce alteraciones a en el desarrollo y la aparición de síntomas psiquiátricos en el futuro.

Cuidado con lo que dices: vamos a intentar evitar, en la medida de lo posible, cosas como...

Palabras de menosprecio (o incluso insultos)

Puede que te parezca una obviedad, pero... ¿nunca se te ha escapado un “no te pongas tonto” o algo parecido? Puede que para ti no tenga la mayor importancia, que sea incluso una expresión hecha, pero para tu peque es otra cosa.

Tonto, torpe... Ojito con las etiquetas que ponemos sin darnos cuenta. No te puedes imaginar la de adultos que en consulta, cuando tratamos trastornos del estado de ánimo, tienen interiorizado y megacomprados mensajes que sus padres les lanzaron de pequeños. Lo que recibimos de nuestros padres, los mensajes, las claves, las reglas, las interiorizamos de una manera alucinantemente fuerte, y en muchas ocasiones las activamos en la vida adulta, cuando ni tienen sentido ni son adaptativas.

Los niños son niños y no tienen capacidad para procesar y entender los matices con los que lo decimos, no pueden separar nuestro enfado puntual de la opinión global que tenemos de ellos, no tienen madurez ni capacidad para entender la realidad: que estamos siendo injustos al decir eso (porque lo estamos siendo, ¿verdad?).

"Eres muy delicadito/demasiado sensible"

Con estas palabras le estamos transmitiendo un total y absoluto menosprecio hacia sus sentimientos. Ten en cuenta que lo que para ti puede parecer una nimiedad para ellos puede ser un mundo; lo que para ti es solo un juguete que se ha quedado atrás para ellos es su tesoro, su posesión, algo que querían y que ha desaparecido.

Los niños están aprendiendo a conocer y gestionar sus emociones y nuestro papel es acompañarles y guiarles en ese aprendizaje, no ridiculizarles o hacerles sentir mal precisamente por sentirse mal. ¿Te imaginas que un día en el que estés especialmente triste por algo que te haya pasado venga tu pareja o tu mejor amigo y te diga que dejes de sentirte mal porque no es para tanto, que eres un exagerado? Pues eso.

"Eres el más listo, el más bueno, el más..."

Esto que seguro decimos con la mejor de las intenciones, quizá para fortalecer su autoestima o para que se sienta valorado, tiene a medio y a largo plazo precisamente el efecto contrario: ellos interiorizan la etiqueta de manera que entienden que deben cumplir con esa expectativa y nunca pueden fallar (como decía antes, ellos sí que se manejan en términos absolutos).

El resultado es que nos podemos encontrar con niños que evitan determinadas actividades “complejas” para no correr el riesgo de, insisto, fallar. Son niños que acaban creando una zona de confort reducida, que tienen temor a experimentar... Y si hay algo con lo que los niños aprenden es probando, así que se están perdiendo algo importante.

niña y madre enfadadas

"¿No querrás que...?"

Hablemos claro: esto es un chantaje en toda regla. Y sí, es algo que se nos escapa a los padres cada dos por tres (si no es tu caso, enhorabuena por tu trabajo), sobre todo cuando empezamos a estar un tanto superados por la situación.

El problema es que con ello aprenden que podemos modificar la conducta de los demás por medio de la coacción, extraen que el ultimátum es una vía legítima para solicitar cambios en la conducta de los demás.

Además, si amenazas con algo (cosa que ya sabemos que no es productiva) y luego no lo cumplimos el resultado va a ser justo el contrario al que esperas: el peque va a entender que “ladras mucho, pero que muerdes poco”. Es decir, ni es buena estrategia para el desarrollo del niño ni te va a ayudar a medio plazo a conseguir que te haga caso. Y digo a medio plazo porque es cierto que las primeras veces puede ser que, ante el temor de que te cumplas tu amenaza, te obedezca. Pero insisto: ¿de verdad te parece un buen método educativo?

Los absolutos: todo-nada, nunca-siempre...

Estos términos son en realidad, y así lo tratamos en consulta, distorsiones cognitivas, sesgos del pensamiento, porque no son reales, porque no hay nada que ocurra siempre o que no se de nunca, y menos en la conducta de los niños.

Estos sesgos los tratamos como filtros que le ponemos a nuestros pensamientos y, créeme, solo sirven para hacernos daño. Lo vas a entender rápido: ¿cómo te sientes si piensas que tu pareja NUNCA hace nada por ti? Mal, ¿verdad? La clave es que si nos paramos a pensar la verdad es que sí que hace cosas, luego... no es nunca. Pero si nos hemos dicho ese nunca el impacto emocional ya nos lo hemos llevado. ¿Se entiende?

En el caso de los niños se da además que con estos absolutos etiquetamos y les condicionamos: cuando un niño escucha un “Tu nunca haces caso” por un lado acaba de ver infravalorados sus esfuerzos, todas esas veces en las que sí que ha hecho caso. Por otro lado empieza a forjar una etiqueta: mis padres dicen que no obedezco, luego... debo ser un “niño malo”. Como te podrás imaginar las consecuencias de esto no son nada positivas.

Para ellos, sobre todo a determinadas edades como los 3 o 4 años, el mundo sí que se separa en absolutos: o eres bueno o eres malo, o eres guapo o eres feo... De manera que van a “comprar” tu comentario sin rechistar, van a pensar, literalmente, que nunca hacen tal cosa o que siempre son tal otra. Cuidado con esto.

Los niños poco a poco van aprendiendo a gestionar sus emociones, van creando reglas e ideas acerca del mundo que les rodea, y nuestras palabras contribuyen en gran medida en ese desarrollo. Es más, todo ello acaba modulando su autoestima. Por eso papá, mamá, intenta prestar atención a qué le dices (y por supuesto a cómo se lo dices), lo que para ti puede ser un comentario sin importancia es posible que deje huella en tu hijo; puestos a dejar huella... que sea una buena, ¿no te parece?

Fotos | iStockphoto.com
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